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Columna
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Especulación

El precio del suelo y de las viviendas ha subido sin parar, con Madrid en cabeza, y no lleva trazas de contenerse. La historia que voy a contarles tiene que ver con esto. Uno de mis buenos amigos es hombre muy rico -mejor tenerlos de esa condición que no tenerlos- y acérrimo partidario del matrimonio. Se ha casado tres veces y hay vehementes sospechas de que se fragua un nuevo divorcio, al que seguirá, sin remedio, la cuarta boda. Además de dinero le acompaña una envidiable suerte, pues los dos primeros enlaces le hubieran confinado en la mendicidad. Las esposas, con certera intuición, escogían siempre los mejores y más competentes abogados, que se llevaron buena parte de su peculio declarado.

Allá por los años sesenta del pasado siglo, yéndole bien los negocios familiares no pudo resistir las reiteradas ofertas que le hicieron el camarero de un modesto hotel, en la entonces desconocida villa de Benidorm, y el dueño de un comercio pueblerino en la zona de Fuengirola. Dos mil quinientos metros cuadrados en primera línea de la playa alicantina y quince hectáreas en los desiertos parajes de Calahonda, junto a Marbella, todo ello por unos miles de pesetejas. Afortunadamente para su comprometido futuro, olvidó ambas operaciones a lo largo de los iniciales matrimonios. No recordaba dónde había guardado las escrituras de propiedad ni qué notario las custodiaba en su protocolo.

La primera esposa se deshizo de él a través de la costosa y larga vía de la nulidad del vínculo, que llevó a los amigos y familiares de ambos cónyuges a los más abyectos perjurios. Las siguientes nupcias fueron pulverizadas ante un tribunal civil de divorcios. La adquisición de los terrenos fue hecha en periodos de soltería, que coincidieron con el cambio de estado, sin adscripción forzosa en la sociedad de gananciales. Mi amigo se acerca al juzgado o al altar con tal candor y entusiasmo que lo hace en régimen de comunidad de bienes.

En el intervalo que va de los segundos a los terceros esponsales -y también por carambola- compró seis espléndidos pisos en San Sebastián, hacia mediados de los setenta, cuando estaban muy devaluados. Poco después, el suelo donostiarra se homologa con el de Montecarlo o la Isla de San Luis, en París. Lo reconoce:

- Calculo que me queda dinero para un par de bodas más, si esto no se viene abajo.

- ¡Pero, hombre, detente de una vez! -le dije-. Marisa y tú hacéis buena pareja y ya has cumplido 74 años, que a mí no me puedes engañar...

- La verdad es que la aprecio, incluso la quiero. Como a las otras, quizás más, pero la experiencia me ha enseñado que, en estos asuntos, hay que ser precavidos. No entra en mis cálculos morir pobre. Además, te lo agradezco, tengo un año más de los que me has calculado, pero debo ser previsor.

- Eres un tío muy rico. Lo que posees vale cada vez más y, si no me equivoco, de aquí al 2010 estás forrado.

-No creas. Marisa es muy gastadora y a mí me encanta darle lo que se le antoje, pero es difícil olvidar que aportó cuatro hijos de su anterior matrimonio con el belga.

- Bueno, ¿y qué?

- Hace 12 años que me casé con ella. El mayor, entonces, era un chaval encantador, de 14 años, que estaba interno en un colegio suizo. Las gemelas, confinadas con unas monjas irlandesas, y el menor, en manos de ayas e institutrices. Ahora ninguno trabaja y todos tienen su coche, la moto, el velerito o el fueraborda. Añade los tres retoños de mi primer matrimonio y la chica del segundo. No hay fortuna que resista este tren de gastos. He tenido un favorable, quizás inmerecido destino, pero no quisiera que mis reservas naufragaran en un corralito.

Parecía, no el viejo amigo con posibles, sino la Seguridad Social, el Fondo de Garantía Salarial, la mismísima ONCE. Me habló de otro señor, su modelo, don Norberto Goizueta, quien en 1934 se había hecho con lo que hoy se conoce como Guadalmina, en Málaga. Compró la hectárea a 60 pesetas y, al parecer, no ha habido revalorización semejante en menos tiempo, ni en el mismísimo Manhattan. No me informó de lo que fue de él.

Las súbitas preocupaciones financieras de mi amigo me impresionaron. Se había tomado tres cócteles de champán y yo una cerveza, pero pagué el aperitivo. No cabe duda de que había empezado a recortar gastos.

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