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Columna
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El estado de la feria

Parece que en la feria de Sevilla uno tiene problemas para entrar en las casetas, particulares, vigiladas, y yo lo entiendo, porque 'la feria es vida y por eso es desigual', como ha escrito en este periódico Amparo Rubiales, diputada por Sevilla y vicepresidenta del Congreso, en debate con el escritor Luis Manuel Ruiz, que se queja de elitismo ferial y espantoso, nada de hospitalidad ni amistad sevillanas: que se enteren los viajeros desavisados. Pero Amparo Rubiales opina que Sevilla celebra la feria de la hospitalidad y la alegría. Tienen razón los dos: me figuro que los dueños de las casetas serán hospitalarios con sus amigos. Quizá hayan sido hospitalarios con Amparo Rubiales y poco hospitalarios con Luis Manuel Ruiz, y posiblemente por eso sean tan distintas sus opiniones.

Las ferias son como la vida de quienes las montan, y ahora pasamos tiempos de poca hospitalidad y mosca detrás de la oreja: está rondando el Imperio del Mal, como dijo el presidente de Estados Unidos. Además, según un cliché famoso, Sevilla ha sido siempre muy suya, selecta (aunque no creo que supere a Granada, Huelva o Amsterdam, pongamos por caso; puede que simplemente el clasismo se note más en Sevilla porque allí abunden más los selectos, sus camarillas y pasadizos, los secretarios de los secretarios y los chóferes de los chóferes). Las casetas restringidas y bajo vigilancia no sólo existen en Sevilla, y Amparo Rubiales piensa que la feria es más democrática e igualitaria que antes, y vaticina que más lo será mañana.

Que sus deseos se cumplan, si no se han cumplido ya: no hay casetas para todos, dice, pero ahí está la calle que es de todos y para todos. Quizá sea éste el igualitarismo futuro: división entre los de la calle, todos iguales, y los de las casetas, también iguales entre sí, división cada vez más profunda, como la que va existiendo entre alumnos de colegio concertado y alumnos de colegio público. El más alto mando de los empresarios andaluces nos recordaba hace poco que los empresarios ocupan un peldaño superior de la sociedad. Vivimos en una sociedad en escalera. El mundo se hace hospitalario por pisos: cada uno hospitalario con los suyos, y maldición sobre el resto del bloque.

Otro síntoma del estado del mundo: el proyecto de Ley de Partidos con el que tendrá que vérselas Amparo Rubiales, diputada por Sevilla, en la Mesa del Congreso dentro de un par de días. ¿Esta Ley de Partidos busca ilegalizar al apoyo político de ETA, Herri Batasuna? Si es así, los jueces y fiscales ya cuentan con los artículos del Código Penal dedicados a los delitos contra la Constitución, a no ser que el Gobierno nacional no se fíe ni de fiscales ni de jueces y, en un audaz golpe de mano, haya decidido convertir en juez y fiscal a sus diputados. Pero ¿no será raro ver a un puñado de diputados que, según lo previsto en la ley futura, acusa a otros diputados de atentar contra la democracia y exige su ilegalización inmediata? Los legisladores se transmutarán en acusadores, y, como es lógico, esta ley no valdrá sólo para HB. El tiempo vuela, y quizá mañana veamos al PSOE pidiendo la ilegalización del PP, o viceversa.

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