Ortega Cano provoca la risa
La mala fortuna envió a Eugenio de Mora a la enfermería, herido por su primer toro cuando lo toreaba de muleta, y convirtió a Ortega Cano en el triste protagonista de la tarde.
Ortega divirtió a la concurrencia, pero no con su toreo, sino con sus gestos fuera de lugar, con sus riñas a la cuadrilla, con sus miradas..., con todo lo impropio, en fin, de una figura, que nunca debe ocultar sus miedos y su impotencia con una actuación histriónica, más cercana a un artista de circo que a un torero. Así no se debe venir a la Maestranza; es decir, es preferible quedarse en casa cuando falla la forma física, la mentalización está perdida y se cuenta con todas las papeletas para no estar a la altura de las circunstancias. Una figura de la calidad y trayectoria de José Ortega Cano no debe hacer el paseíllo para provocar la hilaridad de los tendidos de la plaza. Es triste, penoso y lamentable.
Jandilla / Ortega, Rivera, De Mora
Toros de Jandilla, desiguales de presentación (primero y segundo, muy mal presentados), blandos, sosos y descastados; tercero y sexto, nobles y con recorrido. Ortega Cano: pinchazo, pinchazo hondo y dos descabellos (silencio); estocada atravesada (pitos); aviso, pinchazo, media tendida y un descabello (algunos pitos). Rivera Ordóñez: estocada atravesada y un descabello (silencio); media tendida (silencio). Eugenio de Mora, estocada baja (oreja). Resultó cogido y sufrió una herida menos grave en el glúteo derecho y una fuerte contusión en la mano derecha. No pudo continuar la lidia. Plaza de la Maestranza. 14 de abril. 11ª corrida de abono. Casi lleno.
Pero allá cada cual con sus acciones. Las de Ortega, ayer, fueron de circo, y el público, a falta de buen toreo para degustar, se lo pasó bien con alguien que no parece tener mucha estima consigo mismo.
Ortega fue toda la tarde la imagen misma de la incapacidad. Como él lo sabía, mandó a sus picadores que masacraran a sus toros. Dicho y hecho: los tres que le tocaron en suerte recibieron leña para dar y regalar, castigo suficiente para haberlos dejado inermes en el ruedo. Ni antes ni después de la masacre consiguió centrarse con el capote, porque citaba con el cuerpo encogido, sin recursos ni confianza alguna. Una verónica le salió lenta y con sabor en su segundo, intentó el remate con la media, perdió el capote y su gesto de rabia provocó las primeras sonrisas. Muy ceremonioso, eso sí, con miradas largas y profundas al toro, buscando no se sabe qué; muy forzada, también, su figura, no consiguió un solo pase en su primero, al que mató echándose con descaro hacia fuera. Su segundo se aburrió ante tantas dudas, mientras el torero miraba al público buscando la justificación a su labor insulsa.
Y llegó el sexto, en el que la diversión alcanzó su punto álgido, y la imagen de Ortega quedó por los suelos. Lo pasó a la verónica retrocediendo en cada capotazo, y el toro le esperó en la muleta con nobleza y recorrido. Pero Ortega no estaba en torero. Se enfada con uno de sus peones porque no se tapa en el burladero, hace un gesto de desdén al toro porque no hace caso al cite. Se quita las zapatillas y el choteo se apoderó de los tendidos (el ruedo estaba embarrado en algunas zonas, y el torero había estado toda la tarde que si ahora me las quito, ahora me las pongo y después me las vuelvo a quitar). Entre risas, un derechazo de buena factura aquí, un trapazo allá; otra riña al peón, dos buenos naturales, un desarme, un desaire a la cuadrilla porque pretende que tome la espada de verdad. En fin, la gente muerta de risa, una faena larga, un aviso antes de entrar a matar y pitos de despedida. Deplorable.
Mientras el director de lidia desaprovechaba las buenas condiciones del último toro, su anunciado matador era operado en la enfermería. También es mala suerte la de Eugenio de Mora: que te toque un toro bueno y te coja anestesiado. Pero así es la vida. De Mora se las vio con un toro noble y codicioso, al que le presentó pelea en el centro del ruedo. El toledano lo toreó con seriedad por la derecha en dos tandas ajustadas, pero muy cortas, que alcanzaron emoción por la embestida larga del animal. En la tercera, cuando intentaba ligar el pase de pecho, resultó volteado aparatosamente, aunque pudo levantarse y continuar la lidia. El toro cambió su comportamiento y los pases con la mano izquierda resultaron ya desangelados y sin interés. La verdad es que la labor fue intensa, pero más por los bríos del animal que por el mando y el temple del torero, que pareció en todo momento estar a merced de su oponente. Tras pasear la oreja, pasó a la enfermería, de la que no salió, con lo que se perdió la divertida fiesta de Ortega y una oportunidad de triunfo.
Pero tampoco triunfó Rivera Ordóñez, que no tuvo toros; es decir, que los suyos fueron sosos, no 'rompieron' en la muleta, que dicen los taurinos, lo que justificaría que el matador anduviera como alma en pena explicándo así al respetable que no se puede hacer nada.
Rivera hizo una cosa: castigó sin piedad a sus dos toros en el caballo. Y los pobrecitos llegaron a la muleta con poco fuelle, y el torero, como es fácil imaginar, los pasó por aquí, por allá, sin alegría, sin convicción. Es que los toros no tenían clase; pues claro que no, pero tampoco era una cualidad del torero, y no le habían picado con saña ni sin ella. Total, que Rivera pasó totalmente inadvertido y todo su toreo se limitó a unas aseadas verónicas en su primero.
La tarde fue de Ortega. Tristísimo, pero toda de Ortega.
Babelia
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