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Columna
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¿A quién le echamos la culpa?

Dada la complicación del conflicto árabe-israelí, los más inspirados analistas pueden remontarse a los tiempos de las Cruzadas, porque el que no se sabe la historia está condenado a repetirla. Veamos: la idea de las Cruzadas fue lanzada por el papa Urbano II. Su objetivo era 'liberar' los Lugares Santos de los musulmanes que los ocupaban. Por cuatro veces, de 1096 hasta la mitad del siglo siguiente, la caballería europea y sus armadas hicieron el viaje a Jerusalén, masacrando 'infieles', incluyendo -¡sorpresa!- a los judíos. Así que por aquel tiempo los europeos no nos andábamos con contemplaciones y nos cargábamos a todo el que se pusiese en nuestro camino. No como ahora, que tenemos que esperar las órdenes de más arriba. En todo caso, Europa ha sido el principal baluarte de la causa palestina, y eso nos honra. Como europeos nos sentimos orgullosos de nuestra nobleza de pensamiento, en contraste con nuestro turbio pasado de cruzados. Alguien observaría que podemos dormir tranquilos, y es que se diría que estamos dormidos. Moralmente lo tenemos tan claro que parece anacrónico, dentro de un mundo supuestamente globalizado para bien o para mal, que esta guerra -o conflicto, si lo prefieren- esté sucediendo ahora. ¿A quién le echamos la culpa?

Hemos aceptado sin apenas rechistar el papel de Estados Unidos como gran potencia hegemónica, encargada de resolver los problemas del mundo, y confiamos en su fuerza redentora, porque Estados Unidos es algo así como el primo de Zumosol, o como Superman, que entra en escena al son de la trompeta del Séptimo de Caballería, pega unas bofetadas por aquí y por allá, y lo deja todo arreglado. Una visión simplista -y bastante cinematográfica- de la realidad, que algún día nos pasará factura. No obstante, hasta que ese día llegue somos la rémora que viaja pegada a los Estados Unidos, nos asemejamos a un parásito que tal vez, secretamente, espera la muerte de su anfitrión para poder devorarlo. Tal vez por eso confiamos en los Estados Unidos, porque si algo sale mal, siempre podemos echarles la culpa a ellos. Y la cosa no es tan descabellada: se han encargado de demostrarnos que son los mejores y los más preparados; como quien dice, los primeros de la clase. Partiendo de esta premisa no es raro que, a la hora de buscar responsabilidades, Estados Unidos aparezca ahora, como País y como Empresa, señalado por un dedo acusador. La víctima es también el culpable. ¿Es este el principio del fin del Imperio? ¿Se parece Nueva York a Constantinopla?

Ponerse apocalíptico es una tentación. La imagen de la Estatua de la Libertad surgiendo de la arena de la playa en la primera versión de El planeta de los simios tiene su atractivo estético, pero no es cuestión de hacer el gilipollas volviéndose antiamericano de golpe y porrazo. No olvidemos que ellos inventaron la hamburguesa doble con queso y pepinillo. Por el momento, la cosa se limita a mirar hacia América con aire acusador, y en preguntarles: 'Oigan, ¿qué hay de lo nuestro?', con todo el morro del mundo. Muchos quisieran ver a un sheriff de los de antaño recorriendo la calle pistola en cinto, para poner orden en el barrio. La mayoría seguimos pensando, en el fondo, que la vida es una película de John Wayne, y tal vez aquejados de cierta omnipotencia infantil, creemos que papá vendrá y nos lo arreglará todo, todo, todo. El Plan Marshall, en cualquiera de sus manifestaciones ectoplásmicas sigue presente en nuestro inconsciente colectivo. En su día nos dimos cuenta de que, pese a las películas de John Wayne, la gran Empresa no trabajaba exactamente por el bien común del orbe de una forma desinteresada y altruista. Y, no obstante, optamos por pegar nuestra ventosa al vientre del gran tiburón.

Para los EEUU, somos una monada de aliado. Dicen que América está obligada a mimarnos, porque en la vieja Europa está la cuna de su civilización, lo cual, hablando claramente, significa que somos sus mejores socios comerciales, y eso une mucho. A pesar de todo, tendríamos que encargar muchos sheriffs, y muchos rangers, y muchos hombres de SWAT para hacer frente a nuestros propios problemas. El truco consiste en hacerles creer a los dueños del mundo que también son los suyos. Los líderes europeos -con Aznar a la cabeza- están ansiosos por dejar de ser actores secundarios, aunque quitarle plano a John Wayne en un western es inverosímil. A lo único que pueden aspirar Piqué y Solana es a hacer de extras.

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