Delfín
La maniobra es tosca. Consiste en votar a Eduardo Zaplana para que acabe Francisco Camps instalado en el Palau de la Generalitat. Aunque la sociedad valenciana tiene el pundonor democrático bastante adormecido, difícilmente podía encontrar la oposición un flanco de ataque más jugoso y la ciudadanía un motivo de suspicacia más fundamentado. La política suministra a menudo escenas extravagantes (como la de Ciprià Ciscar lamentando las dificultades para recolectar avales en el censo de militantes, ¡él, que ha tenido en sus manos todos los censos del PSOE y hasta tres gestoras del PSPV!), pero los populares protagonizan un episodio que supera las expectativas. Para entendernos: José María Aznar ha renunciado a volver a concurrir a las elecciones con la poco disimulada intención de convertirse (¿junto a Cánovas?) en un referente histórico de la derecha española cuyo peso moral garantice un dominio férreo de la situación. Desde su punto de vista, si Zaplana no quiere sacrificarse por la consagración del jefe y pretende cumplir también el compromiso de no repetir, ha de dejar paso a Rita Barberá, de disciplinado currículo conservador y contrastado gancho electoral. Si no, el presidente valenciano ha de tragarse sus promesas y convertirse en el hombre de paja, o el caballo de Troya, de su sucesor. Meses después de revalidar su mayoría en las autonómicas, ya podría pasar eventualmente a ocupar en Madrid algún despacho gubernamental (quedan lejos los sueños de suceder a Aznar). Todo este trapicheo, que sólo el deslumbramiento del poder y la ausencia de pulso democrático en el interior del PP pueden justificar, sitúa al delfín Camps, un tipo de trato siempre amable que aterriza en la Delegación del Gobierno en Valencia porque era la única pieza que Zaplana estaba obligado a mover (tras las reiteradas peticiones de relevo de Carmen Mas), ante la perspectiva de demostrar una personalidad de líder por descubrir. Corre el riesgo indudable de que su excéntrica posición de heredero refugiado en el Temple, a la espera de una oportunidad, se confunda pronto con la de un intruso que no sabe cuál es su papel.
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