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Columna
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Singular recesión

Emilio Ontiveros

Sólo si asumimos la menos estricta y estandarizada caracterización del National Bureau of Economic Research (NBER) podemos decir que en Estados Unidos ha existido una recesión, ya que no ha satisfecho esa exigencia de dos trimestres consecutivos de variación negativa en el ritmo de crecimiento del PIB que demanda la más convencional definición estadística de recesión.

Sea como fuere, ésta ha sido una discontinuidad cíclica inusual, en la que muy probablemente están implícitas algunas de las consecuencias de esas transformaciones que tuvieron lugar en aquella economía durante la segunda mitad de los noventa.

Es pronto para afirmar que hayan conseguido domeñar los ciclos económicos, pero lo cierto es que éstos pueden adoptar configuraciones distintas, por el momento, más benignas.

No hay que descartar la posibilidad de que EE UU sufra una recaída, pero existe una mayor capacidad técnica para superarla
Algunos piensan que antes o después se va dar una recaída en la recuperación, al no haberse corregido los fuertes desequilibrios

Entre los elementos atípicos que han coexistido con esa recesión, el mas destacable es la relativa fortaleza que ha exhibido el consumo privado. Ese mantenimiento de la demanda de las familias durante 2001, ha podido estar determinado por el mantenimiento de la renta disponible en niveles relativamente elevados (por un descenso del empleo menor del anticipado y una tasa de inflación moderada) y, no menos importante, por un efecto riqueza igualmente menos adverso, en el que el alza de los precios inmobiliarios ha podido compensar la purga en los mercados de acciones.

Todo ello, a su vez, ha sido posible gracias a la persistencia de ritmos de crecimiento de la productividad del trabajo similares a los excpecionales registrados a partir de 1995, que han terminado de convencer a los más escépticos (Robert J. Gordon y el propio premio Nobel Robert Solow entre ellos), de que esas ganancias de eficiencia no eran tan efímeras, tan estrechamente asociadas a la fase expansiva del ciclo como creían. Fue éste último el que mostró sus más recientes y razonables reticencias acerca de la existencia de algo nuevo en la economía estadounidense (¿ una nueva economía?) al afirmar que las vencería cuando las tasas de crecimiento de la productividad observadas durante los años de expansión también lo fueran en fases de desaceleración, contrariamente a lo que la experiencia nos tenía acostumbrados.

Con independencia de los calificativos, a los que tan remisos somos algunos académicos entrados en años, lo cierto es que aquella economía -las empresas y sus directivos, las instituciones, el banco central- hacen su trabajo de forma más eficiente, al tiempo que los mercados en los que operan lo hacen de forma más flexible; y eso ha sido posible en gran medida gracias a las transformaciones en los métodos de trabajo y en la organización de las empresas originadas por la amplia utilización de esas tecnologías de la información y de las comunicaciones, cuyo potencial de cambio era puesto en entredicho hasta hace bien poco.

Que la economía estadounidense sufra una recaída (que incurra en ese doble fondo de algunas recesiones del pasado) no cabe descartarlo, y las últimas cifras de pedidos industriales albergan esas dudas, pero de lo que si podemos estar hoy más convencidos es que la capacidad técnica para gestionar ese tipo de discontinuidades es mucho mayor que en las crisis pasadas.

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