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LA CRÓNICA
Columna
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'Avegetando' la ciudad

Los sobres que contienen la información que, sin que se la haya pedido, me manda el Ayuntamiento de Barcelona tienen un relativo encanto estético pero un intachable pedigrí reciclado. El último que he recibido luce el logotipo del Año Internacional Gaudí y contiene la revista de autobombo titulada Barcelona. El número 53 incluye una exhaustiva información sobre la Festa de la Primavera, que se celebró el pasado 20 de marzo, una iniciativa del Instituto de Parques y Jardines que, para resumir, constituye un canto a la naturaleza entendida como la oportunidad de hacer pedagogía medio-ambiental. La novedad consiste en que, adosado a la revista, se incluye un tarjetón regalo. Al igual que las revistas comerciales, pues, las institucionales también se apuntan a la moda de regalar algo más que papel. En esta ocasión, se trata de tres semillas. La flor de nit (Mirabilis jalapa), el clavell de moro (Tagetes patula) y la caputxina (Tropaeolum majus). El encarte contiene, además de las semillas, una cita de Imma Mayol, presidenta de Parques y Jardines, su fotografía y una firma que, según mi grafóloga de cabecera, denota un carácter realista, muy autocrítico pero algo incoherente. Barcelona s'omple de primavera, así reza el invento. Algunos ya lo habíamos notado cuando, tras una ola de calor, la ciudad se llenó de cuerpos serranos y la vida recobró su relativo interés.

El sobre del Ayuntamiento contiene tres semillas. Es el 'kit' básico de la campaña 'Barcelona s'omple de primavera'. Hay que llenar los balcones de flores. Manos a la obra

Pero volvamos a las semillas de Mayol. 'Participem de la natura i entre tots i totes omplim Barcelona de flors', dice. No es la primera vez que la regidora apela a nuestra sensibilidad vegetal. Por Navidad, nos recomendó decorar nuestras plantas de interior en lugar de ensañarnos con los pobres abetos. Como lo más parecido a una planta de interior que tenían en su casa era la nevera, algunos la forraron de luces y bolas de colores y pusieron una estrella fugaz en el congelador. En el dorso del tarjetón, unas trifásicas instrucciones. Primero: pon cada tipo de semilla en un tiesto diferente. Por lo visto, el mestizaje vegetal no es recomendable. Segundo: entiérrala un poco, sin especificar el poco, aunque en el dibujo queda bastante claro. Tercero: mantén siempre la tierra húmeda. Sigo a rajatabla las instrucciones. Acudo al garden de mi barrio, compro tres tiestos y tierra, procedo al enterramiento y al riego de la misma y espero. En latín, tempus fugit. Mientras palpo la tierra para comprobar su grado de humedad, me pregunto cuánta agua será necesaria para regar los tres tiestos que cada barcelonés ecológicamente enrollado haya preparado y si eso no será un despilfarro que se contradice con la situación hidrológica. Y me pregunto de dónde vendrá esta fiebre por contagiarnos de una responsabilidad para con nuestros vegetales. A los niños también se la inculcan en la escuela. En mis tiempos, cuando salíamos de la escuela hacíamos aguas menores allí donde crecían malas hierbas de descampado, sin semilla, ni padre, ni madre, ni nadie que velara por ponerles algún pomposo nombre en latín.

Los tiempos, por suerte, han cambiado. Y a los niños les encanta cuidar de sus plantas cuando en la escuela les toca lo que ellos denominan 'trabajar las plantas', una peligrosa revisión de aquel 'la tierra para quién la trabaja', actualmente secuestrado por las cajas de ahorros y los bancos. Así que aquí me tienen, regando mis semillas con la devoción del porrero que, con perseverancia, hace crecer su ilegal plantación de marihuana pensando en los colocones que pillará cuando se las fume. Las llamo por su nombre y enseguida detecto cierta preferencia por el clavell de moro, que desde el principio me ha parecido más frágil que los otros. Les cuento cosas, pero cuanto más hablo con los tiestos, más unido a ellos me siento, por lo que, al cabo de unas horas, me muestro frío, emocionalmente distante. Ya tengo bastante con los seres vivos que me rodean para, además, encariñarme del alijo Mayol. Pero, de reojo, no puedo evitar sufrir por ellas. Espero a que salgan a la superficie. Pero no salen. ¿Las habré matado? ¿Las habré regado demasiado? En el momento de abandonarme por otro hombre, todas mis ex mujeres me dijeron lo mismo: eres demasiado intenso y posesivo. ¿Y si me ocurre lo mismo con las plantas y las asfixio con la vehemencia de mi cariño?

Repaso las instrucciones. Tengo fe. Gracias al poder de la primavera, crecerán y florecerán, me digo. 'La primavera omple la ciutat de colors, d'olors i de claredat. Enrere queda l'hivern que, enguany, ha estat rebel i desordenat en la seva climatologia', leo en la revista. No me desanima la prosa laxante, ni la realidad que describe, que se contradice con el tiempo de perros que se insinúa más allá de las ventanas. Los días 12 y 13 de abril, Parques y Jardines quiere que en todos los balcones luzcan las plantas y yo tendré que tener a punto las mías. Desde las alturas, el satélite Quick Bird, que orbita a 450 kilómetros de altitud alrededor de la Tierra, detectará cualquier planta que exceda de los 60 centímetros. Esos días de fiesta floral, todos deberíamos salir al balcón con nuestros tiestos y saludar al satélite. Sería una expresión de gozo cósmico típicamente barcelonesa, entrañable, preciosa y, sobre todo, frívola.

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