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Reportaje:

El último maquis catalán

El historiador Josep Clara publica la 'biografía imposible' de Josep Vila 'Caracremada'

El 7 de agosto de 1963, mientras las suecas en biquini capitaneaban una revolución mundana en las playas de la Costa Brava, moría a tiros de la Guardia Civil en un bosque de Castellnou de Bages, de pie y con una pistola encasquillada en la mano, el último guerrillero activo de la lucha antifranquista: Ramon Vila Capdevila, alias Caracremada.

El mítico guerrillero libertario, a los 55 años, proseguía en solitario una obstinada e imposible lucha que todos sus antiguos compañeros habían abandonado para tomar el camino del exilio, la cárcel o el cementerio. Reconstruir los avatares de este idealista huraño y montaraz era para muchos estudiosos del franquismo una 'tarea imposible'. El historiador gerundense Josep Clara, seducido por el personaje, recabando numerosos testimonios y documentos inéditos, ha conseguido elaborar una apasionante semblanza histórica de un maquis hasta ahora tan escurridizo a los biógrafos como lo fuera a la Guardia Civil. La obra, publicada esta semana por Rafael Dalmau Editor, lleva por título Ramon Vila Caracremada, el darrer maqui català.

Acabó siendo alcanzado por dos disparos de un cabo primero de la Guardia Civil

Nacido en Peguera (Berguedà) el 1 de abril de 1908, la tragedia se ensañó con su familia en dos ocasiones. Un incendio, en el que falleció la hermana menor de Vila, arrasó la casa familiar y le causó quemaduras en la cara y una mano que marcarían toda su vida. De ahí su apodo. Pronto vivió otra desgracia: su madre murió al ser alcanzada por la caída de un rayo. La corpulencia de Ramon Vila le hizo probar suerte en el boxeo, aunque acabó trabajando en un complejo minero, donde conoció la represión obrera.

Afiliado ya a la CNT, en 1932 participó en una revuelta libertaria de los obreros de la cuenca del Alt Llobregat. Vila capitaneó un grupo armado. Aunque no hubo derramamiento de sangre, fue encarcelado una temporada. La guerra civil le cogió también entre rejas, expiando su participación en el atraco a una farmacia de Castellón de la Plana en la que murió un policía. No obstante, la liberación de los presos sociales que trajo consigo la sublevación de Franco le permitió incorporarse a la mítica y polémica columna de Hierro, organizada por los libertarios valencianos. Allí empezaba Ramon Vila un periplo de luchas que no se interrumpiría hasta su muerte, 27 años después.

Siguiendo la estela de exilio, pasó por los campos de concentración franceses de Sant Cebrià y Argelers, aunque logró evadirse y se alistó en la resistencia francesa. Las acciones del grupo que dirigió, que llegó a reunir hasta 200 libertarios españoles, le valieron el apelativo de 'demonio español'. Vila labró su fama con la voladura de puentes y viaductos, pero también por el buen trato que dispensaba a los enemigos capturados.

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Diversos testimonios reunidos por Clara coinciden en definirlo como un capitán modesto e introvertido, capaz de pelar patatas para dar ejemplo a la tropa o de elegir a los comandantes por votación. 'Un hombre indefenso ya no es un enemigo', repetía a sus hombres.

Con la liberación de Francia, Vila decidió encauzar su lucha contra el franquismo. Nadie consiguió convencerle de que no quedaba esperanza. Desde su base en el sur de Francia, Ramon Vila realizó constantes incursiones hacia Cataluña para sabotear vías de tren o tendidos eléctricos. En esta última etapa de lucha, Josep Clara ha podido documentar una veintena de sabotajes y unas siete escaramuzas con la Guardia Civil. 'Su visión era un poco ingenua, creía que cortando el fluido eléctrico a las fábricas y las ciudades provocaría el caos y la caída del régimen', asegura Clara.

Sus aptitudes como guía fueron aprovechadas, entre muchos otros, por los grupos guerrilleros de Quico Sabater y Facerías. Caracremada llegó a ser también el guía de una expedición que, en mayo de 1947, tenía previsto asesinar a Franco durante una visita a la comarca del Bages. El plan fracasó antes de llegar al objetivo. A pesar de ser detenido tres veces por la policía francesa por posesión de armas y explosivos, su activa participación en la liberación hizo que los jueces dictaran penas benévolas que no excedieron de los tres meses.

La aureola mítica de Caracremada hizo que se le atribuyeran crímenes que jamás cometió. Clara desmiente que Vila asesinara a un cura de Vic que le negó alojamiento, aunque sí abatió mortalmente a un guardia civil en un tiroteo en Banyoles, y seguramente a una ciudadana inglesa cuyo vehículo no obedeció la orden de alto que le dictó el guerrillero en la Collada de Toses.

Quienes le conocieron aseguran que estaba acostumbrado a vivir 'con un mendrugo de pan y cuatro raíces, como las bestias'. Un testimonio recogido por Clara ilustra respecto a un intento de vida urbana y hogareña por parte del 'hombre de los bosques'. Vila pasó, en 1952, una temporada con una familia de la CNT, en Francia, pero no pudo resistir el 'encierro'. Abría las ventanas del piso gritando: '¡Aire, aire! ¡Dónde están mis montañas! ¡Me ahogo!'. Rosa Laviña, que le trató en esos días, le atribuye 'la bondad de un niño'.

Pero el lobo estepario reanudó pronto su lucha. Ni tan siguiera Marcel.lí Massana, otro mítico guerrillero que abandonó el maquis, consiguió convencerlo para que desistiera. Josep Clara define esa obsesión de lucha como 'un suicidio aplazado'.

El cerco se estrechó en la década de 1960 y era cuestión de tiempo que el luchador solitario, malviviendo en covachas miserables o en la espesura de los bosques, se topara con su destino. Le pisaban los talones la policía francesa y la española. Vila acabó siendo alcanzado por dos disparos de un cabo primero de la Guardia Civil, uno en el cuello y otro en la pierna, mientras recorría de madrugada un sendero traicionero en el que ya habían muerto otros guerrilleros.

Llevaba un enorme macuto a la espalda y una pistola en la mano dispuesta para abrir fuego. Entre sus pertenencias se hallaron, entre otros muchos utensilios, pistolas, cargadores, bombas de mano, mechas de combustión lenta y un libro: una aritmética razonada. Años antes ya se había encontrado una libreta con operaciones matemáticas en una de sus rutas de paso. Clara aventura que el solitario Vila encontró en las matemáticas un sencillo pasatiempo mientras permanecía durante días en sus lóbregos escondrijos.

Quico Sabaté.
Quico Sabaté.

Símbolo de la España invencible o terrorista de 'tétrica personalidad'

Las crónicas periodísticas españolas de 1963 glosaron la desaparición de Ramon Vila con epítetos funestos. Fue definido como 'terrorista', 'saqueador' y 'maleante'. Se le dotó también de una suerte de omnipresencia al hacerlo responsable 'de cuantos atentados se han perpetrado en Cataluña' y se aludía a su 'tétrica personalidad'. El Diario de Barcelona se refería en parejos términos a su muerte, aunque daba en el clavo a la hora de analizar la influencia real de sus ingenuas acciones de sabotaje: 'La terrible historia del anarquismo español ha promovido otro incidente sangriento, en el que ha sucumbido un pistolero profesional que vino a turbar nuestra paz y sólo consiguió interrumpir unas horas el normal suministro de energía eléctrica'. Una visión bien distinta, tendente a la mitificación a ultranza, es la que se dio de las actividades de Caracremada desde el bando libertario. Frederica Montseny escribió que Vila representaba 'el espíritu y el símbolo de la España invencible e imbatible, de la España nueva, la eterna, la perenne, la de ayer y la de mañana, a la que todos los fusiles de Franco, todas las escuelas de Franco, toda la obra de destrucción moral y material de Franco, jamás podrán aniquilar'. A pesar de que el miembro del maquis gallego José Castro, alias El Piloto, fue abatido dos años después de Vila, su situación era asimilable a la de los topos de posguerra; de ahí que pueda considerarse que Caracremada es el último guerrillero activo contra la dictadura. Otros dos famosos guerrilleros, Quico Sabaté y Josep Lluís Facerías, habían caído unos años antes. Facerías en agosto de 1957 en Barcelona y Sabaté en enero de 1960 en Sant Celoni.

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