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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Alonso Cano, enriquecido

Tras exhibirse en Granada, se presenta ahora en de Madrid la exposición Alonso Cano. La modernidad del Siglo de Oro español, como conmemoración del cuarto centenario del nacimiento de este genial artista. El comisario de ambas muestras ha sido Ignacio Henares, catedrático de la Universidad de Granada, que ha reunido medio centenar de obras de este polifacético artista, que trabajó con excelencia en pintura, escultura y arquitectura. Dado el universal reconocimiento de Alonso Cano (1601-1667), casi huelga decir que, entre estos múltiples prestadores, están algunos de los mejores museos del mundo, lo que acredita el esfuerzo llevado a cabo por sus organizadores, que, además, han tenido que afrontar algunos cambios según cada una de sus dos sedes. En el caso de la que ahora comentamos, la de Madrid, parece oportuno destacar que, por un lado, cuenta con las novedades de incorporar ocho cuadros -San Antonio de Padua y San Francisco de Asís, de la iglesia de San Francisco el Grande, de Madrid; Santiago Apóstol y San Juan Evangelista, del Museo del Louvre; San José y el Niño, de la colección Masaveu; Virgen con Niño, de la Colegiata de San Antolín, de Medina del Campo; Visión de San Antonio de Padua y la Virgen y Santa Catalina, ambas de colecciones privadas-, pero, por otro, se ha visto privada de La visión de Jerusalén, de la colección Wallace, de Londres, que finalmente tampoco pudo estar en Granada, y de los Desposorios de la Virgen, del Museo de Castres, que, sin embargo, sí se exhibió en el Hospital Real de la ciudad andaluza.

ALONSO CANO. LA MODERNIDAD DEL SIGLO DE ORO ESPAÑOL

Sala de Exposiciones de la Fundación Santander Central Hispano de Madrid Marqués de Villamagna, 3. Madrid Hasta el 26 de mayo

Además de su notable versatili

dad artística y de su extraordinaria calidad, la importancia de Alonso Cano se debe también a la peculiaridad de su talante y estilo, que se realza en el contexto del barroco español, casi totalmente dominado por el naturalismo. Junto con Velázquez, con quien coincidió en el taller sevillano de Francisco Pacheco, Alonso Cano se diferenció de sus colegas españoles contemporáneos porque ni la ideología contrarreformista, ni las huellas del naturalismo tenebrista anularon su amplitud de miras clasicista, ni el crudo verismo agostaron su refinada sensualidad, ni su potente impulso lírico. En realidad, ésta es la causa de que, a veces, su estilo esté muy próximo al de Velázquez, con el que hasta se le puede llegar a confundir en algún caso, lo que nos da una idea de su más que sobresaliente talento. Por otra parte, Alonso Cano tuvo un temperamento apasionado, rayano con la violencia, lo que convirtió su vida en un cúmulo de incidentes, la confusión de cuya naturaleza nos obliga todavía a permanecer en el terreno de lo conjetural. Eso no significa que podamos dudar acerca de la viveza, independencia, rebeldía y ardor de su carácter, que hicieron de Alonso Cano un personaje romancesco, lo que, desde luego, no fue muy habitual en la vida de un artista español de aquella época.

Vida y obra, muchas de estas circunstancias que definieron la existencia de Alonso Cano llamaron la atención ya a sus contemporáneos, pero, al margen de ellas y de su inevitable cola legendaria, la supervivencia histórica de un artista no encuentra otro fundamento que el de su estricta calidad, que, en su caso, fue excepcional. De todas formas, no siempre el valor artístico va de la mano de un adecuado aprecio popular, como nos lo demuestra precisamente Cano, cuya excelencia dista aún mucho de haber conseguido la cota de difusión masiva de otros maestros españoles de la época, sin duda inferiores. Precisamente por ello revisar públicamente su obra rinde un beneficio añadido, que se suma al estricto cumplimiento de la celebración de una fecha de aniversario.

Formado en Sevilla, Alonso Cano

centró su primera actividad profesional en dicha ciudad, adquiriendo un prestigio notable, que puede seguirse a través de los cada vez más relevantes encargos que fue recibiendo. Como culminación de esta trayectoria ascendente, Cano se trasladó a Madrid en 1638, llamado por el conde duque de Olivares, y permaneció en la Corte hasta el desgraciado y oscuro asesinato de su segunda mujer, en 1644, en el que, no sabemos por qué, fue involucrado, saliendo indemne del escabroso asunto, aunque no por ello dejara de retirarse temporalmente a Valencia. En 1651, obtuvo el nombramiento de racionero de la catedral de Granada, con lo que, durante los últimos 16 años de su vida, trabajó fundamentalmente en esta ciudad y en Málaga, sin por ello dejar de hacer algunas nuevas visitas esporádicas a la Corte. Esta sumaria relación de datos biográficos me parece necesaria para que se aprecie cómo Alonso Cano tuvo una muy rica experiencia cultural y artística, a través de la cual podemos entender los muy altos vuelos que refleja su obra, cuya refinadísima factura sólo se puede parangonar, en medio de esa dorada centuria, con la de Velázquez y la de Murillo. No dudo, por tanto, que la actual muestra lo pondrá en evidencia, ya que cuenta con un número más que suficiente de obras que así lo demuestran, aunque se haya centrado obviamente casi exclusivamente en su producción pictórica, lo que no significa que sus esculturas y proyectos arquitectónicos en absoluto estuvieran a la zaga.

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