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Columna
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Entre la vida y los libros

Borges imaginó el paraíso como una biblioteca; Ángel Ortiz Alfau también. Su vida no se puede concebir sin los libros. Habría que decir, como Félix Maraña ha señalado en más de una ocasión, que Ángel fue al tiempo hombre y libro. Un hombre libre gracias a los libros. Un bilbaíno que nos hizo más libres.

En la larga posguerra civil fue un francotirador de la cultura que, además de apoyar con entusiasmo y generosidad a los escritores de su entorno, dio noticia desde su página semanal del diario Hierro de lo más destacado de la literatura que se hacía en España y el mundo. Gracias a él, pudieron conocerse entre nosotros las obras y proyectos de autores de la diáspora republicana como Aub o Sender. Gracias a Ortiz Alfau (y a otros pocos como él), Bilbao no fue un desierto literario ni una ciudad completamente al margen de las grandes corrientes culturales.

Parte de esta labor le fue reconocida en 1973, con la concesión del Libro de Oro del Instituto Nacional del Libro Español y del Premio Plaza & Janés. Ese año, en un almuerzo homenaje organizado por un grupo de escritores, editores y libreros, el novelista Luis de Castresana expresaba que 'dentro de la ecología bilbaína, Ángel Ortiz Alfau, más que un pájaro chimbo es un mirlo blanco. Porque en nuestro bocho, donde tanto abundan el sentido reverencial del dinero y los aspirantes a consejos de administración, él es quien más ha hecho para que crezcan las vocaciones literarias a orillas del Nervión'. En realidad, nunca dejó de hacerlo, desde Hierro o en las páginas del periódico municipal Bilbao, que convirtió en un modelo de comunicación civilizada.

Todo en la vida -no se cansaba de repetirnos a sus muchos amigos- se lo debía a los libros. Claro que en él los libros y la vida eran la misma cosa. 'Todo hombre que se estime, que estime a sus semejantes es, forzosamente, un lector de libros', me repetía un mes antes de morir. Descanse en paz, lea en paz.

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