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LA CRÓNICA
Columna
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Rusos en el Raval

En la calle de Joaquín Costa hay una pequeña tienda que pasa inadvertida. En el escaparate hay folletos de propaganda de viajes a Rusia, algún periódico de este país y muchos casetes -algo que ya es difícil de ver- con el rostro de cantantes que parecen de otra época. Una vez dentro, un frondoso bosque de hayas ocupa toda una pared. Se trata de un póster gigantesco que quizá es una estrategia para disimular alguna mancha de humedad, algún desperfecto del local. El suelo, plastificado, parece bailar bajo nuestros pies. El resto de paredes está literalmente forrado de videos, casetes y libros rusos. Estamos hablando de Fontanka, una asociación cultural de Barcelona que ha montado un grupo de emigrantes rusos y simpatizantes de su cultura. Fontan-ka, cuyo nombre hace referencia a uno de los canales de San Petersburgo que aparece en las novelas de Dostoievski, es su local social, además de una tienda y un punto de encuentro para rusos que echan en falta su música, sus libros, su comida, o simplemente charlar un rato con Ilia -o Elías- y Marta, los responsables del invento.

Los emigrantes rusos tienen en Fontanka, asociación cultural barcelonesa montada por paisanos y admiradores de su cultura, un verdadero hogar

Ilia es de San Petersburgo y Marta de Zaragoza. Marta trabajó dos años en una fábrica cercana a la ciudad de Ilia, donde le conoció y se casaron. Cuando el rublo cayó en picado decidieron buscarse la vida lejos de Rusia. Viajaron por Europa y Estados Unidos y aterrizaron en Barcelona hace dos años. 'Buscaba una ciudad con mar', comenta Ilia, 'algo que me pudiera recordar a San Petersburgo'. Se confiesa amante de Barcelona, aunque no soporta el calor del verano. Hace tan sólo medio año surgió la idea de organizar una asociación para promocionar la cultura rusa y mantener contacto con todos los rusos que viven aquí, que Ilia calcula en unos 12.000. 'A veces nos viene gente con problemas de papeles o buscando información, algún trabajo. Fontanka no se dedica a esto: es sólo una asociación cultural', afirma Ilia contundente. Son unos 50 socios, la mayoría artistas emigrados o estudiantes que están de paso, aunque también hay sin papeles. No pagan cuota y pretenden autofinanciarse con lo que les dé la tienda. Organizan lecturas de poemas, conciertos, fiestas... Marta e Ilia no viven de esto. Ella es traductora y él hace de puente a hombres de negocio rusos que visitan Barcelona.

Cuando entramos en la tienda había un hombre comprando latas de carne. 'Los rusos encuentran a faltar mucho su comida y aquí les ofrecemos alguna cosa', comenta Marta. Es una pequeña selección de latas de sardina, mostaza, te y sobre todo alforfón -llamado también trigo sarraceno-, que ellos conocen con el nombre de grechka, un cereal que se hierve y se come con carne o simplemente se mezcla con la leche. Ilia no da relevancia a este rincón de la tienda y lo asocia más a una instalación lúdica que a una sección de comestibles. Más tarde entra una pareja que contempla los casetes, mientras otra mujer se detiene en los videos. En Fontanka se compra o se alquila, ya que son muchos los clientes que no tienen una casa propia y carecen de espacio para vídeos o una biblioteca. 'Los rusos leen muchísimo', comenta Marta. 'En el metro es raro no ver a alguien leyendo un libro. Antes eran muy baratos porque estaban exentos de impuestos, pero ahora han subido un 50% porque la cultura se equipara a cualquier negocio. En Fontanka nos llegan trabajadores con las manos llenas de callos a comprar un libro de filosofía o algún clásico'. Se puede encontrar un Dostoievski, pero también a García Márquez o Cortázar traducidos al ruso, aunque hay una gran afición por la novela negra contemporánea rusa, a la que dedican toda una pared. Las películas con más salida son las comedias de la década de 1970, de directores como Gaiday, Ryazanov, Danelya... La música folclórica y los cantautores rusos son los que más se venden. También hay material didáctico para estudiantes de ruso. Pero lo que agradecen más los emigrantes -dice Ilia- es que haya un espacio donde se sienten como en casa.

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