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Reportaje:

El fin de una era

Los funerales por la reina madre de Inglaterra se celebrarán el día 9

La muerte de Isabel, la reina madre, marca el fin de una era para la monarquía británica. Isabel Ángela Margarita Bowes-Lyon nació en tiempos de la reina Victoria, cuando Gran Bretaña aún era un Imperio, y ha muerto en el siglo XXI, en la era de Internet. Viuda del rey Jorge VI desde hace medio siglo y madre de la actual reina Isabel II, detrás de su sonrisa angelical y apacible se escondía una mujer irónica y divertida, amante de la vida, la ginebra y las carreras de caballos, profundamente conservadora, cáustica y despectiva, que sintió tanta admiración por Margaret Thatcher como desdén por el Nuevo Laborismo de Tony Blair.

Durante su vida, Inglaterra ha vivido bajo los reinados de Victoria de Hannover, Eduardo VII de Saxe-Coburgo-Gotha, Jorge V, Eduardo VIII, Jorge VI e Isabel II de la Casa Windsor. Su muerte marca definitivamente el fin del Imperio británico. La monarquía es ya otra cosa. Los fastos se reducen. Los impuestos empiezan a pagarse. La familia real es objeto del escrutinio periodístico y democrático.

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Los británicos lloran la muerte de la reina madre con dignidad y comedimiento. Era querida, muy querida, pero la dulce muerte de una mujer felizmente centenaria no ha tenido el trágico impacto del accidente que segó la dramática vida de la joven Diana Spencer. Isabel, reina consorte, no tendrá funerales de Estado, pero sin duda decenas de miles de británicos acudirán a despedirse de ella en el imponente Westminster Hall, en las Casas del Parlamento, donde su cuerpo será velado en público desde el próximo viernes.

Desde ayer, los restos de la reina madre reposan en privado en la Capilla Real de Todos los Santos, en Windsor. El martes llegarán a la capilla de la reina en el palacio de Saint James, en Londres. El viernes irán a Westminster en procesión. Los funerales serán el martes 9 de abril. Reposará para siempre junto su esposo Jorge VI en la capilla memorial de San Jorge. Junto a ellos se depositarán también las cenizas de su hija Margarita, fallecida en febrero.

Isabel no sólo era una anciana venerable y sonriente. Fue una mujer testaruda y obstinada, profundamente nacionalista, conservadora y moralista. Pero su ácido sentido del humor llegó incluso a superarla a ella misma. 'Cuando estén ustedes listas aquí abajo, viejas reinonas, ¿pueden venir aquí arriba a cuidar de la anciana reina?', le espetó una vez a sus colaboradores al poco de descubrir que muchos de ellos eran homosexuales.

Los mejores rasgos de su personalidad los puso al descubierto su amigo y confidente Woodrow Wyatt, que escribió un ácido libro publicado tras su muerte, en 1996. Wyatt retrata a una mujer muy interesada en la política, con opiniones propias y mucho más próxima al Partido Conservador que su hija Isabel o su nieto Carlos.

Admiraba a Margaret Thatcher tanto como despreciaba al laborismo. Sólo respetó al que fue uno de los más caóticos primeros ministros laboristas, el ahora nonagenario James Calaghan. Su desdén por Tony Blair ha hecho que ambos apenas se conocieran. Se opuso a la unificación de Alemania y también al bombardeo de Libia en 1986.

Amaba profundamente la bebida y sobre todo la ginebra con unas gotitas de Dry Martini, su cóctel preferido. 'Es fantástico estar un poquito borracho a media mañana', comentó una vez. Le encantaba ofrecer comidas a sus amigos, pero los banquetes brillaban más por la chispa de sus comentarios jocosos que por la calidad de la comida, con mucho pollo y mucho pudin.

Profundamente antieuropea, una vez corrigió a un comensal que había lamentado que Gran Bretaña estuviera en la Unión Europea. 'Oh, a mí me parece que es una buena idea, ¡tenemos que enseñarles tantas cosas!', apuntó la reina madre.

Aunque el príncipe Carlos fue siempre su preferido, la reina madre fue uno de los pocos miembros de la familia que se entendió bien con la princesa Diana. Pero acabó despreciándola por no haber sabido cumplir con los deberes que le correspondían como miembro de la realeza y llegó a considerarla 'una amenaza' tan grande para la monarquía como Wallis Simpson, la multimillonaria divorciada que apartó a Eduardo VIII del trono y la convirtió a ella en la verdadera reina de Inglaterra.

El príncipe Carlos y sus hijos, que se encontraban de vacaciones en Suiza, a su regreso al Reino Unido.
El príncipe Carlos y sus hijos, que se encontraban de vacaciones en Suiza, a su regreso al Reino Unido.REUTERS

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