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Columna
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Contra los perdonavidas

En la bilbaína galería Colón XVI, Pep Llambías (Alaró, 1954) muestra, entre otras obras, dos cajas de metacrilato y en su interior dos espinas de rosa. Un texto en cada una de ellas explica que la traspasada por alfileres no siente, en tanto la otra no puede respirar, porque unas moscas posadas en ella lo impiden. Son dos apuntes que llevan el sello del poeta Joan Brossa, al tiempo que nos invitan a reflexionar sobre el mundo de las instalaciones...

Y a las instalaciones en la que participan algunos de nuestros artistas vascos. Mas no sólo cuenta que haya entre nosotros artistas adscritos a las instalaciones, sino que su empeño más acerbo consiste en despreciar a quienes siguen pintando al modo tradicional. Aduce la grey de instaladores que en tanto los otros parten de una modernidad superada, ellos habitan en la palpitante posmodernidad, lejos de las vanguardias históricas...

La mayoría minoritaria de esos instaladores van de artistas originales, inéditos y hasta insólitos, cuando sus obras no pasan de ser puros remedos imitacionales de artistas que figuran en un sinfín de publicaciones especializadas. Quien copia cree ser el único 'ser mentalmente exquisito' que ha podido percibir el valor de lo que ofrece aquel a quien se ha copiado.

Por otro lado, sus instalaciones pretenden ubicarse en un lugar donde no puedan entrar las mayorías. Buscan lo distinto, la diferencia, el terreno limitado a unos pocos. Para conseguirlo, nada mejor que el fomenteo de capillitas, los clanes, refugio de los grupos reducidos. Para dar pábulo a sus creaciones se apoyan en textos teóricos, con continuas referencias a los Foucault, Deleuze, Julia Kristeva (aunque suelen quitarle el nombre, para no dejar ver que es una mujer), Derrida, Lévi-Strauss, Baudrillard, entre otros, donde aseveran estar en permanente tensión crítica...

Pese a las referencias aludidas, lo cierto es que sus trabajos se basan en lo que otros artistas cualificados crearon con verdadera originalidad o expresaron por escrito los conceptos que los condujeron a tal o cual hallazgo, cuando no de lo que tomaron de determinados y meros críticos de arte.

La condición sine qua non para verse respaldados por sí mismos se centra en el desprecio a todo lo que no posea un discurso teórico como el suyo o parecido al suyo. De ahí que sus oscurizantes y crípticos discursos estén preñados de ambigüedades, llenos de interrogantes y sin que quede nada cerrado -cuanto más abierto menos se pillan las manos-, con el añadido de múltiples referencias a los teóricos del pensamiento arriba nombrados. Para mayor abundancia, no tienen reparo en manifestar que los demás se repiten, mientras ellos innovan cada tres semanas (ríanse, por favor), tomando como artistas que se repiten, lo mismo a consagrados que a otros más modestos.

Olvidan esos perdonavidas del arte que no hace mucho ellos no pasaban de ser unos artistas del montón. Escultores y pintores bastante discretitos que tomaron la decisión de trabajar con instalaciones, tal vez como recurso que los coloque bajo el amparo de lo distinto. Ayudados por galeristas, comisarios de exposiciones y directores de museos que siguen al dictado el gusto por lo emergente o absurda dictadura de lo nuevo, al final todo deviene en estrategia de mercado y propiciamiento de ambiciones personales (con la hueca suficiencia que los lleva a enamorarse de sus ombliguitos, sus cráneos pelados privilegiados, sus hombros, muslos y senos de cristal)...

Y ya se sabe, en esa búsqueda de la novedad por la novedad, lo peor es que acaban por salirse de sí mismos para no ser nadie. Ese parecer ser el paradigma de la posmodernidad.

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