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Tribuna:DEBATE
Tribuna
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Un desastre antropológico

Los cines del planeta proyectan en un 85% películas estadounidenses. Es un cálculo difícil de comprobar, pero probable. De todos modos, que sea el 78% o el 86% no cambia el desastre. Ocupación es el término que utilizan los militares para denominar un territorio conquistado que antes no les pertenecía y que jamás les pertenecerá, salvo coacción.

Ejército de ocupación, territorios ocupados, resistentes y colaboracionistas... Metáforas bélicas pues, bajo las máscaras sonrientes de la gran familia del cine, 'donde todo el mundo se da besos' -como decía Godard-, lo que hay es una guerra: una guerra económica normal en la historia del capitalismo. ¿Por qué? Porque desde hace alrededor de dos siglos sabemos que el capitalismo tiende, por naturaleza, al monopolio y, por tanto, a eliminar la competencia. Lo cual, por otro lado, explica su prodigioso dinamismo, ya que no tiene freno alguno. El único valor que este sistema sigue queriendo abrazar es la libertad definida como libertad de empresa y, su consecuencia, la libertad de destruir todo lo que pueda obstaculizar, dificultar y ralentizar su expansión.

¿Por qué esta introducción? Porque ningún discurso a favor de la diversidad cultural de los ejecutivos de las grandes empresas, sean francesas o no, cambiará el hecho de que la 'excepción cultural' es contraria a los intereses de sus accionistas.

Poco importa saber si la generosidad de estos discursos es espontánea o maquiavélica; si no creamos una relación de fuerzas que imponga a los poderes políticos locales, nacionales, europeos y mundiales una actitud firme y definitiva sobre esta cuestión, el porcentaje del que hablaba más arriba dejará de discutirse pues el 100%. de los cines del mundo pondrán películas estadounidenses. Sería mejor decir 'de Hollywood', porque el cine del que hablamos describe muy poco la realidad de EE UU. Son productos homogeneizados. Hay que precisar la extraordinaria capacidad de Hollywood para devorar toda novedad, digerirla, adaptarla y transformarla en un nuevo modelo. Éste es el peligro absoluto: el modelo se regenera para seguir siendo el modelo, mata la diversidad alimentándose de ella. Y, por naturaleza, el modelo permanentemente renovado por Hollywood tiene un único deseo: ser el más dominante, exportable y vendido hasta el deseo demente de ser único.

Por eso hablo de desastre - y ni siquiera me refiero a la ocupación de las pantallas de televisión y de ordenador. Es un desastre antropológico. Los hombres, cualquier comunidad humana, necesitan fabricar su imagen, ver cuerpos, miradas, gestos que se asemejen a ellos en unas historias que se desarrollan en unos decorados que conocen. La imagen que los hombres ofrecen de sí mismos los constituye como tales, participa de su existencia como la lengua que hablan.

Se trata de nuestra identidad, de la relación con nuestra historia individual y colectiva. En definitiva, se trata de nuestro espejo. Y es aún más grave porque la imagen, en todos sus soportes presentes y futuros, es hoy tan importante en nuestra formación como la escuela y la familia. ¿Acaso la concentración de medios de producción y de difusión en unos cuantos estudios de Los Ángeles puede favorecer la diversidad de los hombres, de las formas de narrar esta diversidad? ¿Cómo se puede pensar que no es arriesgado confiar cosas tan fundamentales para nuestro futuro a unas pocas personas que, como los dioses de la antigüedad, permanecen siempre en el mismo lugar y sólo rinden cuentas, en sentido propio y figurado, a sus accionistas? Por último, ¿cómo no sentir espanto ante esta concentración de poderes económicos, políticos y simbólicos?

Si estamos de acuerdo en la gravedad de esta observación, debemos exigir a las instancias políticas locales, nacionales, europeas e internacionales unas medidas que protejan lo que podríamos denominar el 'derecho de los pueblos a disponer de su imagen'.

A nivel internacional, la excepción cultural está más que nunca de actualidad, pues toda cesión, por ínfima que sea, en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC) sería irreversible. Además, hay que pensar en soluciones duraderas que no puedan ser cuestionadas por nuevas coyunturas y que se conviertan en garantías definitivas, en torno a un instrumento internacional coactivo, para imponer a la OMC y a cualquier organismo de negociaciones comerciales la exclusión cultural entre la exclusión de todos los bienes comunes a la humanidad.

La excepción cultural deberá mantenerse hasta la aparición de este instrumento internacional. Sólo en ese momento dejará de ser una excepción para convertirse en una regla... de exclusión.

Robert Guédiguian es director de cine francés.

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