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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Rebelión cívica ¿con quién?

En el siglo pasado, por oponerte a la dictadura sólo te metían en la cárcel. Ahora, si no eres de la situación, tienes que ir con cuidado a tomar un café, no te lo corten con plomo. Las calles se están haciendo estrechas como en Orio. Quedan pocas alegrías en el espacio público.

A raíz de las pasadas elecciones, los socialistas vascos estaban divididos. Unos se propusieron luchar junto al PP por la libertad perdida. Los otros decidieron que había que acercarse al PNV para hacerles cambiar. Al menos, las palabras significaban algo y podías reconocer en ellas tus ideas y los propósitos de quien las pronunciaba. Lo que una crisis tiene de bueno es que el dilema se ve con claridad. Aunque sea difícil tomar la decisión.

Los rebeldes son pocos, pero merece la pena contar con tales amigos

Pero en las semanas que precedieron al congreso, las palabras se pasaron de bando. Quienes defendían el acercamiento a los nacionalistas afirmaron que 'aquí en Euskadi hay limpieza ideológica, igual que la que hubo en la ex Yugoslavia de Milosevic, aquí hay liquidación física del discrepante como la hubo en el estalinismo, aquí hay persecución fascista como en la Alemania nazi contra los judíos', y que 'el único concejal no nacionalista en un pueblo nacionalista, eliminado sólo por no serlo'. Incluso el nuevo secretario general llamó a la rebelión cívica (junto a los nacionalistas). Pero, entonces ¿dónde estaba el dilema? ¿Dónde la crisis del partido? Quienes habían sido tachados de frentistas por formular esas ideas se miraron con caras de estupor. Una vez más el aparato soltaba la tinta del calamar para obtener una mayoría desahogada.

Ya no hay más crisis entre los socialistas. Ni dilema. Todos unidos, todos sonrientes. Sólo hay un problema: que hay que volver al pueblo y a las tareas municipales pertrechados con tales ideas. Los concejales socialistas tendrán que rebelarse contra el fascismo nacionalista pero unidos a los nacionalistas. Difícil de tragar, pero no tanto si evitan pensar en ello.

Otra idea fuerza para el concejal socialista de regreso a casa:

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-Debo tender puentes con los nacionalistas de mi pueblo, los cuales, al mismo tiempo, estarán tendiendo puentes con los cómplices de mis asesinos. Por estos últimos puentes sobre el río Kwai circulará la información acerca de quién soy y dónde tomo mis cafés. Mejor no pensar tampoco en ello. Porque así al menos podré seguir tomando cafés y echando la partida con mis amigos. Y mis amigos, la echarán con sus otros amigos, cuyos amigos vendrán a por mi vida. ¿Y por qué no?

Un socialista a quien admiro hace años ha dicho estas palabras inasumibles por muchos: 'La diferencia entre los concejales del PP y los concejales socialistas es que los primeros saben por qué les matan'.

Es un problema de conocimiento. Si sé por qué van a matarme, puedo rebelarme. Pero si no lo sé ¿contra qué o contra quién puedo rebelarme? Rebelarme contra el fascismo junto con el PNV hoy, digámoslo claro, no significa nada. Porque los nacionalistas de hoy siguen en los salmos -Bakea behar dugu- y no pasa por su cabeza rebelarse contra quienes, hoy, no les asesinan. Armarse con semejantes ideas para convivir en un municipio nacionalista, es comprometerse a no pensar. Y eso significa entregarse desarmado a los verdugos.

¿Cómo se puede explicar que una persona amenazada por el hecho de no ser nacionalista, dé esquinazo a sus escoltas para tomar café o ir a jugar la partida al bar de enfrente? Pues porque es incapaz de soportar la mirada de quienes desea que sean sus amigos. De quienes dejarán caer como al azar:

-¿Dónde has dejado hoy a los pistoleros?

Pero esos 'amigos', nacionalistas demócratas y pacíficos donde los haya, nunca llamarían pistoleros a los asesinos etarras de su pueblo. Y entonces el concejal traza una raya de tiza entre su vida pública y privada. Acepta las limitaciones impuestas por la seguridad de su partido en los actos oficiales; pero que no le quiten su cuadrilla, sus vinos, su partida. Que no le quiten la mirada condescendiente de sus convecinos, incluidos los fascistas.

No nos engañemos. De nada me sirven las escoltas si no creo que la cosa va conmigo. La rebelión ciudadana empieza por mí misma. Yo me rebelo contra quien decide acabar con mi vida. Me rebelo contra sus amigos y contra los amigos de sus amigos. No se lo pondré fácil. Esto lo he aprendido de mis amigos del PP. Y también de mis amigos socialistas. Y antes, de Dolores Ibarruri. Los rebeldes. Son pocos, pero merece la pena vivir contando con tales amigos.

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