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LA CRÓNICA
Columna
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Felipe en La Pedrera

Felipe González es ligeramente estrábico. Muy ligeramente. Sus dos ejes visuales no se dirigen con exactitud al mismo punto. Se trata de un detalle casi imperceptible que un amigo me descubrió años atrás, cuando el físico de Felipe González, más joven e infinitamente más poderoso que hoy, podía convertirse en tema de conversación en una cena informal. Este amigo ha adorado siempre a las mujeres ligeramente estrábicas, dice que sus miradas son irresistibles. Cuando alguien sacaba a colación el atractivo del líder socialista, el curioso amigo afirmaba con rotundidad que la clave del mismo no estaba en su estupenda planta, ni tan siquiera en su famoso verbo, abarrocado y feliz. Afirmaba que el carisma de González radicaba en sus ojos: pequeños y oscuros como puntas de flecha que se hundían en las carnes de sus admiradores produciéndoles una rendición incondicional. No sabían los incondicionales dónde exactamente había clavado sus flechas: si en el corazón o en el cerebro. Mi curioso amigo afirmaba que en ambas dianas, pues su estrabismo era también metafórico. Al no proyectar sus flechas hacia un único punto exacto, nunca sabían sus millones de incondicionales si aquella mirada apelaba a la razón o al sentimiento.

Felipe González cenó en La Pedrera el jueves pasado. Habló de Europa... y explicó chistes

Felipe el otro día regresó a Barcelona. Acompañado por la Fundación Alternativas, que preside Pere Portabella, y por Xavier Folch, que dirige Catalunya Segle XXI, habló Felipe en el gaudiniano auditorio de La Pedrera ante un público entregado y sediento. Un público, por cierto, fundamentalmente canoso. Durante la conferencia, situado en un asiento lateral, no pude observarle los ojos. Pero observé detenidamente los del público: enormes naranjas extasiadas ante la reaparición del gran encantador. Un público que dio por bien empleado el largo tiempo de cola exigido para poder entrar en el coqueto auditorio subterráneo de La Pedrera. Se pretendía algo más original que una conferencia. Folch y Portabella hablaron de sus fundaciones. Felipe desarrolló una larga reflexión sobre Europa. Y Pere Vilanova, Josep Ramoneda y Antonio Franco iniciaron con él un diálogo que supo a poco puesto que el tiempo se echaba encima. Una serie de preguntas del respetable dieron paso a un largo zapping en el que Felipe repasó todos los temas: la manifestación barcelonesa, la representación de las regiones europeas y su celebérrimo viaje a Marruecos.

Está Felipe más carnoso. Y ligeramente cargado de espaldas. Afirmó haber ya cumplido los '60 tacos' y se le nota, sí, en estos detalles físicos. Pero continúa siendo, de lejos, el mejor orador que ha dado la política democrática. Empieza el tema, se va por los cerros de Úbeda, regresa, retoma el hilo, vuelve a marcharse, parece que se pierde en una broma, pero ahí está de nuevo, hilando con seguridad el argumento principal, machacándolo con expresivas interrogaciones retóricas a las que responde con enfática inflexión de voz. Su visión del mundo cambia. Liberado del peso de la púrpura, anda por encima del bien y el mal, concentrado en el análisis de los factores de cambio de civilización. 'Si con las vacas locas no comemos tranquilos, ni con el sida podemos dormir tranquilos y por culpa de Bin Laden no podemos viajar tranquilos, quien ofrezca seguridad (como hacen los suecos con la Volvo) dará con el valor añadido que ahora importa: ya nada es lo que era. Incluso Alemania ha perdido el valor de lo alemán. Hay que añadir valores a la oferta'. Sin citarlo apenas, no cesó de argumentar en contra de las convenciones que Aznar se pone diariamente en la boca. La cacareada flexibilización, por ejemplo. Sostiene Felipe que el problema de Europa no está ni en la investigación ni la flexibilidad laboral, sino en nuestro corporativismo: 'En Europa quienes promueven la nueva tecnología son las mismas empresas de siempre (...). Un joven empresario catalán no podrá nunca superar la barrera de los grandes. En América, Bill Gates puede empezar en un garaje y llegar a la cima'.

Disfruta Felipe como desfacedor de tópicos: 'Las revistas de economía de los noventa daban por muerta la economía europea a manos de los japoneses, pero éstos llevan ahora 10 años de crisis. En Japón las buenas ideas sólo pueden tenerlas los jefes: eso es la inflexibilidad'. Pero no sólo contra los tópicos neoliberales arremetió. También contra la moda de ser 'buenones', del pacifismo que domina en Europa en general y en la izquierda en particular en relación con los grandes conflictos (en los Balcanes o en Oriente Medio): 'No hay política exterior sin política de seguridad'.

No pretendo resumirles la arbórea conferencia. Me conformo constatando que Felipe sigue fiel a lo que, para bien y para mal, han sido sus dos constantes: la capacidad de nadar a contracorriente a fin de cambiar los tópicos que anidan en el respetable y la necesidad de agradar al mismo respetable bajando al ruedo con chistes generalmente fáciles, como el de acabar la exposición recordando el '¡vaya coñazo que les he pegao!'. Después, en petit comité, comiendo unos fabulosos guisantes en la mismísima Pedrera, ya sin la obligación o el vicio de agradar, se mostró muy preocupado. Habló con extrema severidad del enfrentamiento territorial que Aznar y compañía alientan con su estrecha visión de lo español. En Andalucía, dijo, se cuenta esto: 'Está la mujer de Arzalluz velando el cadáver de Arzalluz y la mujer de Pujol velando el cadáver de Pujol...'. A lo que el interlocutor pregunta: '¿Pero eso es un chiste?'. Y quien lo cuenta responde: 'No, pero empieza bien, ¿verdad?'. Al calor de esta preocupación acabó de intimar con los que cenaban con él, catalanes de distinto pensamiento y condición social. Una vez más clavó Felipe González un par de flechas en la diana catalana. Este cronista no puede precisar si se clavaron en el cerebro o en el corazón.

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