La manoseada peseta del marqués
Esta Semana Santa, EL PAÍS entrega gratis tres billetes, el lunes, martes y miércoles
La peseta de 1953 fue el último billete por ese valor que se puso en circulación. A partir de entonces iba a acuñarse en moneda. Sin embargo, el billetito del marqués de Santa Cruz pasó de mano en mano durante muchos años, razón por la cual puede considerarse que fue uno de los billetes más manoseados en la historia de la unidad monetaria española.
Éste aristócrata nació en Granada en 1526 y dedicó su vida a la marina de guerra. En 1562 tuvo a su cargo ocho galeras, el navío entonces en boga y el no va más de la tecnología renacentista, y se dedicó a vigilar Gibraltar, tarea que se abandonó, como se sabe, en épocas posteriores. Estuvo en Lepanto con don Juan de Austria al mando de las 30 galeras de reserva. Recibió el título de capitán general del mar océano y comenzó los preparativos para organizar la Armada Invencible que pretendía desembarcar en la pérfida Albión. Pero en éstas falleció en 1588 en Lisboa (Felipe II había heredado la corona de Portugal) y la Armada partió al año siguiente hacia su fatal destino, al mando de un aristócrata que se mareaba en los galeones. Con motivo del cuarto centenario, los historiadores ingleses reconocieron que, efectivamente, el mal tiempo había sido la causa principal de la derrota.
Cuatro años más tarde, aparecieron los billetes verdes de 1.000, que poco después comenzaron a llamarse los verdes, (nada que ver con la ecología en aquellos tiempos prematuros), es decir, los billetes de 1.000 por antonomasia. Se hizo popular una tonadilla que decía: 'Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son. Esos billetitos verdes que alegran el corazón'. Junto con la edición de 1965, del mismo color y valor, fueron la base para denominar a un millón de pesetas con el apelativo de un kilo, justo lo que pesaba el millar de billetes puestos unos encima de otros en una balanza.
No es difícil deducir que el color se importó del otro lado del océano, aunque la paridad entre las dos divisas comenzaba a ser ya algo distinta y distante: un dólar de 1957 se cambiaba por 40 pesetas y la renta per cápita de EE UU sobrepasaba los 1.000 dólares y la de España estaba en torno a 300. Un auxiliar del Ayuntamiento de Madrid ganaba 19.000 pesetas.
Con un verde se podía alquilar una vivienda en la madrileña calle de Narváez y con 65 se compraba un piso en el Puente de Vallecas y un Seat 600. Se podía viajar a Roma, audiencia papal incluida, por 5.600 pesetas. Celia Gámez protagonizaba El águila de fuego en el teatro Maravillas de Madrid a 30 pesetas la butaca. Otros precios de entonces: lavadora (20.000 pesetas), las quinielas (3 la columna), el kilo de sardinas (10), de carne de vacuno (oscilaba entre 25 y 50), de cerdo y cordero (50), de patatas (1,50) y el litro de leche (4).
En 1935, año en que se emitió el certificado de plata de 10 pesetas, y por efecto de la recesión de 1929, la economía había decrecido, los precios se mantenían o habían subido algo, pero los salarios habían disminuido. El paro había aumentado a un total de 704.482 personas, 40.000 más que el año anterior, y se habían registrado 637.000 nacimientos y la mitad de defunciones. El franco se cotizaba a 48 pelas y la libra, a 35. La zarzuela La chulapona, de Federico Moreno Torroba, podía verse en el teatro Calderón a 3 pesetas la butaca.
Lunes
Una peseta de 1953. Lleva fecha de 22 de julio de ese año y se imprimió en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. En el anverso trae al Marqués de Santa Cruz, coetáneo del rey Felipe II, y en el reverso, un galeón, puesto que el aristócrata era marino. Se trataba de un billete pequeño, cuyas medidas eran 8,5 centímetros por 5,8.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.