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Reportaje:

Hijos de las cárceles franquistas

Hija mía! ¡No me la quiten! Por compasión, no me la roben. ¡Que la maten conmigo! ¡Me la quiero llevar al otro mundo! ¡No quiero dejar a mi hija con esos verdugos!'. Fray Gumersindo de Estella describe así los gritos que el 22 de septiembre de 1937 se oyeron en la cárcel de Torrero (Zaragoza) antes del fusilamiento, entre otros detenidos republicanos, de Selina Casas -de la que se decía que era la mujer de un anarquista llamado Durruti- y Margarita Navascués. 'Las di la absolución y, antes de que el teniente descargara los tiros de gracia, me alejé de aquel lugar caminando como un autómata', prosigue el relato. El historiador Julián Casanova, que ha sacado a la luz los escalofriantes diarios del citado fraile capuchino, agrega que dos monjas se llevaron a las hijas de las fusiladas a la casa de la maternidad. ¿Cuál fue el destino de los hijos de los hombres y mujeres represaliados por el franquismo? ¿Qué papel jugó la Iglesia? ¿Cuántos fueron dados en adopción? ¿Cómo trató el regimen del 18 de julio a 'esos hijos de débiles mentales'?, tal como los definía el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera, autor de Eugenesia de la hispanidad. Muchas de estas preguntas tienen difícil respuesta. No hay datos de qué sucedió en las cárceles con los hijos de las presas que permanecían con sus madres hasta los tres o los seis años. El hecho de que las familias estuvieran divididas, en las cárceles o en el exilio, la desaparición por fusilamiento de la madre o que la presencia de niños en las prisiones no constara en ningún registro son impedimentos que convierten los testimonios personales en elementos de excepcional importancia.

Las cosas empeoraron en la posguerra. Las cárceles de mujeres comenzaron a albergar niños en sus celdas. Las condiciones de salud eran infrahumanas
El Estado y sobre todo la Iglesia, a través de internados, eran las dos patas sobre las que se apoyaba la vuelta a la sociedad de los hijos de los presos republicanos
En la madrileña cárcel de Ventas, en los años cuarenta, que tenía una capacidad para 500 reclusas, había más de 5.000. Y los hijos vivían con ellas
En 1942 estaban tutelados por el Estado en centros religiosos y establecimientos públicos 9.050 niños y niñas. Al año siguiente, la cifra ascendió a 12.042

'Una serie de disposiciones legales de los años 1940 y 1941 propiciaban que los padres de los niños que ingresaran en el Auxilio Social perdieran la patria potestad, que pasaba al Estado; también facilitaba el cambio de apellidos siempre y cuando la familia adoptante fuera profundamente católica y adicta al regimen', afirma el historiador Ricard Vinyes, asesor del documental de la televisión catalana TV-3 Els nens perduts del franquisme (Los niños perdidos del franquismo), fruto del trabajo de un año, recientemente emitido por el canal autonómico y que ha causado gran impacto social en Cataluña.

El Estado y sobre todo la Iglesia, a través de internados, eran las dos patas sobre las que se apoyaba la vuelta a la sociedad de los hijos de presos republicanos en la España católica y triunfante del 18 de julio. Algunos de esos niños eran dados en adopción, otros emprendían carrera como seminaristas. El objetivo era cortar cualquier conexión con el pasado.

Pequeños repatriados

La preocupación del régimen por los hijos de los republicanos se plasmó en las colonias infantiles en el extranjero. El Servicio Exterior de Falange puso especial énfasis en repatriar a esos niños y niñas, muchas veces con su familia desaparecida, y de los que el avance de las tropas alemanas en Europa facilitó el retorno masivo. Así, de los 17.489 evacuados a Francia por la República, 12.831 fueron repatriados; en Bélgica, la cifra de retornados fue de 3.798 de los 5.130 niños españoles que habían sido evacuados. En total, de 32.037 niños enviados por sus padres al exterior regresaron 20.266, según datos que ha recopilado Ricard Vinyes.

'No sé lo que pudo pasar con posterioridad al año 1940, sólo respondo de mi periodo de mando en el Auxilio Social [hasta el fin de la guerra], pero en el periodo que yo estuve al frente puedo afirmar que no hubo absolutamente ninguna irregularidad en el terreno de las adopciones', explica Mercedes Sanz-Bachiller, de 90 años, viuda de Onésimo Redondo, fundador de las JONS [partido político que se fusionó durante la II República con Falange para dar origen a FE y de las JONS]. La pugna con Pilar Primo de Rivera -hermana del fundador de Falange- apartó a Mercedes Sanz-Bachiller de la dirección de Auxilio Social, 'una idea que', recuerda, 'copiamos de Alemania, porque no todo era tan malo allí, como seguramente tampoco lo era en la China de Mao'. 'Nosotros nunca quisimos discriminar a nadie, tampoco queríamos hacer caridad, como la Iglesia, y debo decir que durante mi mandato nada de esto sucedió', agrega.

Las cosas empeoraron en la posguerra. Las cárceles de mujeres comenzaron a albergar inquilinos infantiles en sus celdas. Y las condiciones de salud y alimentación eran infrahumanas. La catalana Carme Riera, de 88 años, tiene a su hija Aurora enterrada en Mutriku (Vizcaya) desde 1940. La niña murió con sólo un año de un virus desconocido que mató a 30 criaturas en una semana en la cárcel de Saturrarán, donde Carme Riera cumplía una pena de 30 años por el único delito de haber sido la compañera de un dirigente del sindicato CNT, Horacio Callejas, fusilado en 1939 en Barcelona. 'En Saturrarán', narra esta mujer, 'éramos unas 200 madres con hijos'. Ella nunca quiso separarse de su hija, aunque, según cuenta, las religiosas que regentaban la maternidad de Les Corts, en Barcelona, donde nació la pequeña estando Carme Riera detenida, intentaron llevársela de su lado desde el primer día. 'Tuve un buen parto, pero después sufrí una infección que me mantuvo en cama seis meses. Con la excusa de que yo no estaba bien las monjas quisieron quitarme a la niña; decían que yo no la podía criar. Yo me negué, y por eso no me daban racionamiento para mi hija. Era su manera de presionarme para que se la entregara, pero nunca lo hice. Una vez insistieron tanto, que les contesté de mala manera: 'Nunca os la daré. Antes la ahogo', relata Carme Riera.

En los años cuarenta, las presas se hacinaban en las cárceles. En la de Ventas (Madrid), con capacidad para 500 reclusas, había más de 5.000. Y los niños vivían con ellas. 'De ese periodo recuerdo el caso de una joven anarquista que esperaba ser fusilada y tenía una niña; su último deseo fue que diesen el bebé a su madre. Cuando la ejecutaron, en el cementerio del Este, consiguió que, como última voluntad, el oficial que estaba al mando del pelotón, el que le dio el tiro de gracia, se comprometiera a llevar a la niña con su abuela. Inmediatamente después de la ejecución, cuando el militar volvió a la cárcel, la niña ya no estaba', describe la madrileña Trinidad Gallego, enfermera y militante del Partido Comunista que sufrió diversas condenas.

Niños en los presidios

Episodios como éste coincidían en el tiempo -principios de los años cuarenta- con la voluntad del franquismo de legislar sobre la situación infantil en los presidios. 'Con el tiempo, Saturrarán y las cárceles del país se quedaron prácticamente sin niños', dice Ricard Vinyes, que prepara un libro de próxima aparición sobre el mundo penitenciario femenino. Bajo el término 'destacamento hospicio' se designaban las operaciones de traslados infantiles a orfanatos o internados religiosos realizadas bajo la reponsabilidad del Ministerio de Justicia, ocupado en esa época por Eduardo Aunós Pérez, antiguo militante de la Lliga Regionalista [partido catalanista conservador, liderado por Francesc Cambó], que ya había ocupado dicha cartera durante la dictadura de Primo de Rivera, añade el historiador.

En 1942 estaban tutelados por el Estado en centros religiosos y establecimientos públicos 9.050 niños y niñas. En 1943, la cifra ascendió a 12.042. La ideología que subyacía en esta orientación del franquismo de segregar de sus familias a los hijos de presos políticos era la del psiquiatra Antonio Vallejo Nágera, quien desde 1938 se encargaba del Gabinete de Investigaciones Psicológicas del Ejército, cuya finalidad era 'investigar las raíces biopsíquicas del marxismo'. Vallejo sostenía en el libro La locura de la guerra. Psicopatología de la guerra española que 'si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación total de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan temible'. Y esta doctrina dio sus frutos. 'He visto escenas increíbles durante mi estancia en la cárcel', recuerda la enfermera Trinidad Gallego. 'Uno de esos episodios fue cuando la mujer de El Campesino recibió la visita de su hijo, vestido de seminarista, acompañado de un cura', añade.

Al asturiano Uxenu Álvarez, de 72 años, también le tocó ver a sus dos hermanos, Arcadio y Rodolfo, vestidos de cura. Cuando encarcelaron a su padre y lo condenaron a muerte -'sin tener delito de sangre ninguno; mi padre era sencillamente un obrero defensor del Gobierno legal que había ayudado con su coche a las fuerzas legales', explica Uxenu Álvarez-, a él y a tres de sus hermanos, huérfanos de madre, los ingresaron en el hospicio de Pravia (Asturias). Poco después a Arcadio y a Rodolfo se los llevaron al seminario. 'A mí, con sólo siete años, me vistieron de falangista, y a mis hermanos, de curas. Ni ellos ni yo teníamos ni idea de qué nos estaban haciendo', cuenta.

'Como era de las que no comulgaba, no me dejaron despedirme de la niña'

EN AMOREBIETA dormíamos en jergones de 40 centímetros: las unas al lado de las otras y con los niños. Una noche, Julia se puso muy enferma. Trinidad Gallego, que era enfermera, me dijo que era meningitis, que debía despedirme de la niña. Y así, la pequeña Julia, con sus preciosos ojos cambiantes, cada día de un color, se fue', recuerda emocionada, a los 87 años, Julia Manzanal, comisaria política del batallón Comuna de Madrid, de la 42 Brigada Mixta, V Regimiento. 'Nos pasamos toda la noche llamando a las monjas, pero no hubo nada que hacer; no se presentaron. Cuando llegaron por la mañana ya estaba muerta', explica la veterana militante comunista. 'Como yo era de las que no comulgaban, no dejaron que me despidiese de la niña en la capilla, porque son religiosas, pero malas como ellas solas', añade. Al final consiguió entrar en la enfermería, y dentro de la caja de la pequeña deslizó -en un descuido de las vigilantas- una bandera roja con la hoz y el martillo que ella misma había hecho. 'Por el bien de la humanidad, Julia, te juro que seguiré siendo la misma', le dije. Asi acabó el peregrinaje conjunto de las dos Julias -madre e hija- por las cárceles del franquismo, que había empezado tras la caída de Madrid, cuando la pequeña apenas tenía unos días. 'Primero me llevaron a la comisaría de Arlabán, y luego, a otra del paseo del Prado, donde le debo la vida a un carlista que me hizo ingresar en la prisión de Ventas para librarme de un falangista que quería acabar conmigo', explica Julia, que defendió el cerro del Basurero de Carabanchel de los ataques de los sublevados. 'La niña iba sin cambiar y yo le iba haciendo pañales con mi ropa', y añade: 'La situación era insostenible, nos daban rancho una vez al día y los niños eran alimentados por algo que se empeñaban en decir que era leche, pero no lo era, dos veces al día'. Y llegó el juicio: una pena de muerte que le fue conmutada a los 10 meses de entrar en prisión. Pero Julia era una joven conocida. Era cigarrera, y entre sus clientes se contaba la clientela distinguida de Chicote y el mismísimo general Fanjul. Así que tuvo que salir de la cárcel de Ventas. En la prisión no podrían haber parado con argumentos a los falangistas de alto rango que tenían la intención de matarla. 'Nos dieron como destino Amorebieta, y yo no pude dejar a la niña con mi madre: la habían desahuciado de casa y no sabía dónde estaba. Esa noche diluviaba y nos embarcaron en un tren de mercancías desconchado: el agua entraba por el techo; teníamos que hacer las necesidades en un rincón y el viaje fue larguísimo', recuerda Manzanal. 'Llegamos a Amorebieta y allí también diluviaba; un guardia civil vio a la niña mojándose y me dijo: 'Bueno, pues si me echan del cuerpo que lo hagan'. Cogió a la pequeña Julia en brazos y la cubrió con el capote hasta el penal gobernado por monjas..., porque en Ventas las funcionarias eran unas fachas, pero la Iglesia puso locales y medios para materializar la represión', concluye.

'Las monjas me decían: 'Mira, Vicenta, han venido tus padres', pero yo sabía que no lo eran'

'NO SÉ EXACTAMENTE cuándo nací. Mi primer recuerdo es de una casa de la calle Ramón y Cajal, de Valencia. Me acuerdo de un hombre al que yo llamaba padre y que me cogía, me sentaba en sus rodillas y me tenía siempre revoloteando alrededor de él. Me sentía mimada, querida... Era feliz. Mi siguiente recuerdo es de un tren. Me acuerdo de sostener en la mano una banderita roja y amarilla, de asomarme a la ventanilla, de jugar con otros niños. Cuando llegamos al destino -después supe que era Madrid- había muchas personas. Enseguida se lanzaron hacia nosotros. Nos zarandeaban, pero cogían a los otros niños. A mí, no. Me agarraban, me miraban y me dejaban... No me acariciaban ni me besaban, como hacían con los demás. Por primera vez supe qué era sentirse despreciada y eché de menos a mi padre'. Quien así habla es Vicenta Flores, hija de Melecio Álvarez Garrido, comisario de guerra ejecutado en 1939, que a la muerte de su padre, contando ella cinco o seis años, fue internada en el colegio de la Paz, de Madrid, dependiente de la Diputación. Vicenta Flores, como la bautizaron en el orfanato, o Vicenta Álvarez, como dijo ella que se llamaba al llegar allí, o Pili Garrido, que es el nombre que eligió cuando alcanzó la mayoría de edad, ha dedicado prácticamente toda su vida a buscar sus orígenes, y esa exploración ha sacado a la luz algunos de los métodos del régimen franquista para desenraizar a los hijos de los republicanos, de acuerdo con la doctrina del psiquiatra Antonio Vallejo Nágera. Poco tiempo después de ingresar en el hospicio, la niña Vicenta empezó un vía crucis que la llevó a convivir hasta con cuatro familias distintas, respetables, católicas y afectas al Movimiento. 'Venían parejas a verme al colegio... Algunas volvían más tarde y me llevaban a sus casas. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Luego me devolvían con las monjas. Cuando me recogían, las religiosas me decían: 'Mira, Vicenta, que tus papás han venido a buscarte'. La primera vez me puse muy contenta, porque yo esperaba encontrar a mi padre, a Melecio Álvarez, pero no era él. Eran otras personas las que decían ser mis padres; esas personas aseguraban que me habían extraviado y que venían a recogerme y a llevarme a casa. Entonces en mi cabeza empezó a nacer una gran confusión: yo sabía quién era mi padre verdadero, pero esas gentes aseguraban ser ellas mis padres y decían haberme perdido. Si me hubiera quedado con alguna de esas familias, hoy en día tendría absolutamente asumida esa versión'. Por fin, un matrimonio de agricultores de Herencia (Ciudad Real) acogió a Vicenta, aunque jamás la adoptó. 'Creo que esa familia fue la definitiva, porque vivía muy lejos y era la manera de que yo nunca supiera nada sobre mis verdaderos orígenes'. 'Con tanto entrar y salir, ir de un sitio a otro, conocer a padres distintos, tener nombres distintos... Todo aquello se quedó en mi cabeza, de modo que desde que llegué a Herencia, a los siete años, hasta los 14, olvidé completamente quién era yo, quién era Melecio Álvarez, ni recordaba Valencia, ni nada de lo que había vivido antes de llegar allí. Para mí, esa pareja eran mis padres, y los quería como tales'. Pero con la adolescencia llegaron los problemas; siempre había en el pueblo algún alma caritativa que se ocupaba de recordar a Vicenta que era una niña de la inclusa, abandonada... 'Muchas veces he pensado que despertaron mis ansias de buscar mi verdad una zanahoria que un niño me lanzó a la cara y que me hizo sangrar mucho por la nariz. Entonces pensé: '¿Pero, qué hago yo aquí? Si mi padre verdadero se llama Melecio Álvarez, si vivíamos en Valencia...' Y hacia allí me fui'. A partir de entonces, Vicenta inició una minuciosa investigación que la ha llevado a reconstruir la vida de su padre, natural del Villalpando (Zamora), y sus años de niña en Valencia. Ahora, con una vida plena cerca de París, seis hijos y 12 nietos, sólo le resta saber quién fue su madre. De ella sólo sabe que probablemente murió de parto y que se llamaba Reme.

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