El incendio en Bruselas complica la gestión de la presidencia de la UE
Un policía español y un bombero belga mueren en el siniestro
La tragedia ha sido la muerte del policía nacional Manuel Agudo, de 53 años, y del bombero belga Cristophe Suain, de 26, que cumplía su primer servicio. Pero el incendio del jueves en la Representación Permanente de España ante la UE ha dejado bajo mínimos la capacidad de gestión de la presidencia, que afronta el contratiempo de que el embajador ante las instituciones europeas, Javier Conde, se recupera de un ataque cardiaco.
'Mantenemos todas nuestras obligaciones', afirmó ayer Miguel Ángel Navarro, representante permanente adjunto. 'Pese a la tragedia, los trabajos deben seguir con normalidad', agregó Francisco Fernández Fábregas, embajador de España en Bélgica. Ambos destacaron que 'todas las investigaciones' efectuadas en las horas posteriores al incendio, tanto de los bomberos como de la policía belga, indican que el origen del mismo fue 'fortuito'.
El programa de trabajo sigue en pie y se mantiene, según lo previsto, el Consejo de Ministros de Transportes del lunes y martes próximos. A partir de ahí, el Gobierno español dispone del alivio de las vacaciones de Semana Santa para recuperar el ritmo roto.
Y es que, pese a las optimistas palabras de Fábregas y Navarro, un recorrido por el edificio afectado pone de relieve los enormes daños. En la primera y segunda plantas, los dobles techos presentan grandes boquetes por los que aún cae agua ennegrecida, incluida la sala Ullastres, que inauguró hace dos meses el ministro Josep Piqué.
'Fue todo tan rápido...'
Ya en la tercera, el despacho de Navarro está inutilizado, con todos los muebles cubiertos con plásticos. Fue a pocos metros de allí donde, jugándose la vida, un bombero se arrastró por el suelo en medio del humo hasta localizar el cadáver de Manuel Agudo. 'Otro policía subió gritando '¡Manolo, Manolo!', pero... fue todo tan rápido...', contaba ayer un compañero del fallecido.
Pero es la cuarta planta la que está totalmente destrozada. Los ordenadores, teclados o fotocopiadoras están fundidas, deformadas. Por el pasillo de fotocopiadoras y un despacho usado por secretarias, se camina sobre medio metro de escombros, cenizas y hierros retorcidos, mientras del techo cuelgan centenares de cables.
'Debió empezar todo en el despacho de mi secretaria', cuenta el funcionario Javier Hernández Peña, mientras recoge del suelo una carpeta de anillas carbonizada. 'Aquí estaba toda la programación, las salas previstas para las reuniones, los servicios de interpretación...'. Ramón Perona, del gabinete de Conde, se acerca a su despacho: 'A ver si recupero algo; aquí estaba el archivo de todas las negociaciones anteriores', dice con resignación. En los despachos de María José González, consejera de Economía, o de Camilo Vilariño, también del gabinete, no hay nada que rescatar.
Más hacia el interior, el ordenador, la televisión y el piso del despacho de Conde están totalmente quemados por las llamas que entraron por tres conducciones del aire acondicionado. Pese a su convalecencia -salió del hospital el martes por la tarde-, ayer se reunió con sus colaboradores. Con ellos sopesó la posibilidad de usar despachos, locales y sistemas informáticos ofrecidos por Javier Solana, secretario general del Consejo, la Comisión, el Gobierno belga y el resto de embajadas. Ignacio Camarero, jefe de informática, cuenta que su compañero Rafael Arranz sacó los discos y todo está salvado. 'Hasta el último e-mail', precisa una colega.
Pero por encima de semejantes contratiempos técnicos y políticos, los funcionarios lloraban ayer las muertes del bombero y del agente. Éste perdió la vida cuando subió a la tercera y cuarta plantas para comprobar que no quedaba nadie en su interior. Para ayer por la noche, las secretarias de la representación habían organizado una fiesta y Manolo se había comprometido a llevar 15 tortillas. A la hora de esa anulada reunión, la policía belga despedía su cadáver con todos los honores en el aeropuerto de Bruselas-Zaventen.
Una obra de Sáenz de Oiza
El edificio parcialmente destruido es obra del prestigioso arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, fallecido hace dos años. Lo inauguró en 1988 el entonces ministro de Asuntos Exteriores Francisco Fernández Ordóñez, tres años después de que el Príncipe Felipe de Borbón pusiera la primera piedra. En varios despachos colgaban valiosos cuadros o serigrafías de Eduardo Chillida, Pablo Palazuelo o Lucio Muñoz, entre otros. Al menos tres obras de Chillida y una de Palazuelo del despacho de Javier Conde quedaron muy deterioradas pero, extrañamente, no quemadas. Una obra de Lucio Muñoz de la sala de reuniones sí quedó casi destruida. Otros cuadros se salvaron porque hace un año fueron reubicados en un segundo edificio de la representación no afectado por las llamas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.