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Columna
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Penitencia

Debería ser tiempo de azahar y es tiempo de penitencia; de ayuno y abstinencia. Prefiero el olor de azahar, pero no hay manera. Todas las semanas santas me hago el propósito de no escuchar la radio, abandonar la televisión y pasar las páginas de los periódicos como si tuvieran la peste. Me acomete el deseo de escaparme a ese interior de Andalucía donde no llegan las saetas, los tambores, el olor a incienso y cera y el golpeteo de los militares marcando el paso de la muerte. Y soñar, asomado a los valles silenciosos del Poqueira, en las alpujarras granadinas, que aún es tiempo de apretar una flor de almendro y ver los brotes de la primavera, mientras que el tiempo se duerme sin que pase nada. Quise hacerlo, pero está de moda eso de achicharrarse; o sea, que te queman, que quieres huir pero las redes, propias y ajenas, te atrapan. Así que a tragar toca, aunque dentro de un límite. Y hay que penar porque si se extiende la plaga fascista del italiano Bossi por estas tierras nuestras, paso y posada de emigrantes, los campos de fresas onubenses serán campos de concentración; o en El Ejido. O en el estrecho de la muerte, llamado antes de Gibraltar. Barcos surcando por el Mediterráneo, buscando el abrigo de buen puerto, sin que llegue.

Veo a cientos de emigrantes que deambulan sin rumbo por veredas y caminos, sin más esperanza que echarse un mendrugo de pan a la boca. Y siguen llegando más y más, con los ojos asustados en caras asustadas, en oleadas a las playas andaluzas con el buen tiempo; con esta primavera de azahar. Es, debería ser, la procesión de la esperanza. Pero mucho me temo que será la procesión del olvido, del desamor, del rencor, del odio, de la indiferencia, de la insolidaridad. Tenemos el ejemplo de lo que sucede en Tenerife.

Hay muchos bossis en nuestra tierra deseando hundir a cañonazos la poca esperanza de quienes iniciaron un viaje sin retorno. La Europa rica tiene que plantearse, con solidaridad, lo que se le viene encima, con miles de emigrantes cercando el bienestar.

Ayer, precisamente, Málaga recordaba a un buen hombre, a un hombre cabal, Braulio Muriel, que hizo de la solidaridad su forma de vida. Un ejemplo para todos.

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