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Reportaje:LA POLÍTICA DE ESTADOS UNIDOS | LA TRAGEDIA DE ORIENTE PRÓXIMO

Un Estado cliente

El embajador israelí en EE UU afirma que se siente mucho mejor visitando el Congreso de Washington que la Knesset (Parlamento) de Israel. Uno entiende el porqué. Los árabes de Israel no están representados en el Congreso de EE UU. La cámara israelí hace oídos sordos, en cualquier caso, a la voz de ese otro Israel, horrorizado por la creciente brutalidad y falta de sensibilidad en la guerra. Lo que sí está claro para cualquiera que visite en la Red el sitio del Comité de Asuntos Públicos de América-Israel es que presenta sin ningún complejo cómo han conseguido la obediencia del Congreso con su dinero y sus presiones. Para aquellos estadounidenses impactados por la información de la intervención del Ejército israelí en Palestina, el Comité tiene una advertencia: los periodistas tienen prejuicios. Mientras tanto, el Ejército israelí tiene su propia fórmula para evitar el periodismo crítico: ahora dispara a los periodistas. El Congreso, por supuesto, puede siempre convocar a los funcionarios norteamericanos para que declaren. El embajador de Clinton en Israel, luego subsecretario de Estado para Oriente Próximo, trabajó antes para el lobby judío. Ya no está, pero el nuevo número tres del Departamento de Defensa combina el sionismo con el hegemonismo republicano.

Los asépticos comentarios de Bush sobre la actuación 'poco constructiva' israelí es un estímulo para que Sharon prepare la expulsión de los palestinos
Los 'arabistas' del Departamento de Estado han advertido que el apoyo de EE UU a Israel pone en alto riesgo las relaciones con buena parte del mundo

El lobby judío es poderoso y omnipresente, pero no es omnipotente. La élite norteamericana que diseña la política exterior tiene su propia agenda. Aquellos que piensan que se la dicta el lobby israelí supone que nuestra política es simplemente trivial, cuando en realidad es sórdida.

Israel es un Estado cliente conflictivo de EE UU. Dulles y Eisenhower montaron en 1956 en cólera por el ataque israelí y franco-británico contra Egipto. En la guerra de 1967, Israel se quitó de enmedio un barco espía norteamericano, el USS Liberty. En 1973, Israel estuvo a punto de sabotear el alto el fuego por el bloqueo de uno de sus cuerpos de ejército, rodeado en el Sinaí. Animó a sus seguidores en EE UU para impedir el proceso de distensión negociado por Nixon y Kissinger con la URSS. La invasión israelí de Líbano generó serios enfrentamientos con el Gobierno de Bush padre. El caso del espía Jonathan Pollard no es único, y continúan las operaciones de espionaje israelí en EE UU. Y más importante, la alianza con Israel es un obstáculo para unas relaciones más estrechas de EE UU con los países árabes y musulmanes. El Gobierno de EE UU, como el de Bush padre, tiene estrechas relaciones con las compañías petrolíferas con obvios intereses en cooperar con los países musulmanes productores de petróleo.

Los 'arabistas' y el 'lobby' judío

La inquietud del Gobierno saudí y la insistencia de Mubarak en que se ponga fin al conflicto de Oriente Próximo de forma pactada son pruebas del costo potencialmente desorbitante del alineamiento de EE UU con Israel. Las nuevas bases norteamericanas en Asia central, con todos sus pozos petrolíferos sin perforar, incrementan la tensión. Los arabistas del Departamento de Estado, término utilizado por el lobby judío para aquellos que saben algo de esos países, han advertido durante décadas que el apoyo de EE UU a Israel pone en alto riesgo las relaciones con una parte sustancial del mundo. La conexión entre el apoyo norteamericano a Israel y la simpatía, explícita o no, de los musulmanes por Bin Laden ha empujado hasta ahora a EE UU a ser incluso más intransigente en la defensa de Israel. Cambiar ese rumbo ahora, arguyen tanto los defensores de Israel como los unilateralistas, sería un signo de debilidad.

Ésa es la clave de la extraordinaria reticencia del Gobierno de Bush para intentar siquiera un simulacro de equidistancia entre árabes y judíos en Palestina. El embajador israelí es un oficial del Ejército del aire que participó en la destrucción del reactor nuclear iraquí... Israel es un aliado militar. La alianza entorpece las relaciones con los regímenes árabes, pero su propia debilidad hace que la opción israelí sea más indispensable para nuestra élite que diseña la política exterior. Supongamos que Egipto y Arabia Saudí cayeran en manos de fundamentalistas islámicos. Supongamos, además, que iniciaran un incierto proceso de democratización que les llevara a la situación en que ahora está Irán, dispuesto a negociar con EE UU, pero firme en su independencia. La amenaza de un ataque de Israel contra los Estados irresponsables es un instrumento reconocido a medias de la política americana respecto a Irak. Mientras tanto, Israel contribuye con bases, servicios de inteligencia y pruebas de armas y mantiene su propia alianza con Turquía, relevante aliado de EE UU.

Israel en este momento se está concentrando en la represión de la insurrección árabe en Palestina. La mayoría del mundo ve que Israel esta violando de forma flagrante el derecho internacional. La tesis israelí de que lo que otros califican de crímenes en realidad se trata de medidas de legítima defensa contra el terrorismo no es compartida por gran número de ciudadanos israelíes y por muchos judíos de la diáspora. Uno supondría que EE UU, una nación que respeta los derechos humanos, debería avergonzarse por su apoyo a un Estado que puede ser calificado de irresponsable. Las críticas superficiales de EE UU no engañan a nadie, como en el caso de los asépticos comentarios de Bush sobre Israel de que su actuación de estos días es 'poco constructiva'. Es un estímulo para que Sharon prepare su próximo paso, la expulsión de los palestinos de su propio territorio. En la historia de las últimas décadas, EE UU no ha movido un solo dedo para frenarlo.

Con todo, hay dos aspectos de tensión intrínseca en la alianza con Israel. El primero pertenece al ámbito de la Realpolitik. La alianza es útil para muchas cosas, pero pone en peligro otras alianzas con los regímenes árabes. En un cierto momento, la tensión puede acabar siendo insoportable. En ese punto es probable que Israel sea abandonado a su propia suerte, diga lo que diga el lobby judío. La política exterior de Bush es tan despiadada como etnocéntrica. Las referencias étnicas de la Casa Blanca de Bush no son precisamente judías. La segunda tensión tiene carácter moral. Estados Unidos no puede ser leal a sus más altos ideales nacionales y al mismo tiempo contribuir a la destrucción del pueblo palestino. La tensión entre el universalismo democrático y el nacionalismo amoral israelí puede saltar por los aires. (La tensión dentro de Israel, incluso en la comunidad judía norteamericana, está creciendo). El Departamento de Estado tiene previsto para abril una reunión de sus funcionarios de información de todo el mundo. Uno se pregunta qué les pueden decir de las dimensiones morales en las que se circunscribe la alianza con Israel.

Reglas inciertas

Por el momento, las reglas son inciertas. Probablemente, la sorprendente declaración del secretario general de la ONU sobre la ilegitimidad de la ocupación israelí contó con el visto bueno de EE UU. Desde luego, la resolución en la ONU de EE UU sobre la necesidad de alcanzar la paz entre los dos Estados supuso un giro en su retórica. La posibilidad de que EE UU tenga la voluntad de alcanzar un acuerdo permanente es más que incierta. Una parte de la élite de política exterior (completamente diferenciada del lobby judío) teme que las concesiones a los palestinos podrían suponerles a éstos un 'terrorismo provechoso'. De otro lado, la situación está a punto de quedar fuera del control de todos, incluyendo a la élite norteamericana que cree que puede imponer el orden en el mundo. La opinión pública en la mayor parte del mundo democrático realmente piensa que la ocupación (y los asentamientos) deberían terminar, y que la soberanía sobre Jerusalén fuera compartida con un Estado palestino viable. Ésta es la pesadilla de Sharon. Una solución así debería corresponderse con una reflexión sobre el interés nacional de EE UU. Queda por ver si Bush es capaz de realizarla.

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