La amenaza
Ya están temiendo en Sevilla la llegada en junio de los jefes de Estado y Gobierno de la UE: causan el pavor que desata en ciertas calles la proximidad de los hampones. Todavía queda un trimestre, y ya se huele en el aire el betún de las botas de los guardias, el gas de los tubos de escape de las tanquetas, el estiércol de caballo. Estoy pensando en Barcelona y su reunión de mandarines, miles de pretorianos en torno a los jefes de la Tierra: estos gobernantes europeos no parecen votados por los ciudadanos, como es el caso, sino autócratas enemigos.
No es normal: los ministros y presidentes de Europa forman una especie de monstruo de Frankenstein colectivo, envuelto en vallas, alambres, maquinaria y profesionales armados. Componen un gueto de lujo, en su palacio y su hotel megaestelar. Se han encerrado a sí mismos para defenderse de los habitantes de las ciudades. ¿Por qué, si tienen nuestros votos? ¿Qué fue de aquella idea del político que iba a comprar el pan y el periódico y charlaba con los vecinos? ¿Son dignos de lástima? El pobre Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, se queja de lo mucho que sufrió en Génova, en su paraíso blindado, mientras la calle reventaba de porras y pistolas. A Barcelona la vigilan fuerzas de mar y tierra, además de un magnífico avión de la OTAN.
¿Será lo mismo en Sevilla, en junio? Los gobernantes de la democracia europea tienen el aspecto de una imponente máquina despótica (miro la foto de grupo: sólo hombres). El poder se mide en distancia: el espacio amurallado de estos políticos los sitúa en una burbuja o cápsula interastral, flotante en el vacío infinito, a miles de kilómetros de los seres sobre los que gobiernan, a los que, pertrechándose tan ostentosamente, invitan a abandonar la ciudad cuando ellos la pisan. Esto sería lógico en el caso de una reunión de tiranos, pero nuestros gobernantes han sido elegidos en votaciones libres. Mido las temibles distancias que toman estos individuos, y presiento un mundo futuro más difícil para la mayoría.
Me acuerdo del escándalo de aquel derechista austriaco que llegó al gobierno de su país con ideas xenófobas (el resto de Europa decretó el aislamiento diplomático de Austria), y no entiendo la tranquilidad con que los demócratas de entonces oyen hoy al presidente de la Cámara de Diputados Checa: este hombre quiere entrar en la UE declarando que suprimiría los derechos sociales. Pero, nada, no hay escándalo ahora, aunque sea imposible la democracia (una sociedad no basada en la fuerza pura) sin un mínimo de igualdad de derechos que compensen las diferencias económicas entre los ciudadanos. ¿Se sienten tan fuertes nuestros fuertes que piensan sustituir los derechos sociales por la ley feroz del máximo beneficio?
Estas concentraciones de gobernantes blindados sugieren una idea guerrera de la autoridad: señores en armas frente a súbditos irritados, indiferentes o acobardados. Habrá quien huya de Sevilla en junio como se huía de la peste medieval, hacia los campos o las playas. Y habrá quien piense en esos autócratas que utilizan a su personal armado como fuerza de ocupación de sus propios territorios.
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