Primavera en el Pirineo navarro
Una ruta en coche desde el valle de Baztán a la selva de Irati
En la pista que asciende al monte, a la aldea de Ziga, está el mirador sobre el valle del río Baztán. Desde allí la vista alcanza a ver todos sus siete pueblos, todos hermosos y en cada uno un frontón. El sol se pone tras uno de los montes que cierran el valle. Un valle encantado y apacible, excepto por el tipo ese de la moto ruidosa que desciende por la pista atronando progresivamente todo el valle a su paso. La tarde suavemente soleada nos dice 'Ongi etorri', bienvenidos.
Una mujer joven baja por la pista empujando una silla de niños, se sienta en el mirador y saca a la niña, le habla en euskera, luego me pregunta a mí, que contemplo el valle: '¿Es bonito esto?'. Desea que se lo confirme y también comprobar, objetivar, ver a través de los ojos de un forastero. Le digo que mucho, que he visto otros lugares bonitos y esto es de lo más bello (la palabra bonito se gasta al cabo de unos días en el valle de Baztán). Pero ella también es algo forastera, se ha venido de Donosti a vivir aquí porque no soportaba aquella tensión, dice. Está contenta, pero hay pocos niños aquí. Hay que ponerse de acuerdo para tenerlos y que así puedan tener amigos. Cuando ha sabido que iban a venir un niño en aquel caserío y otro en aquel otro de allí abajo se dijo que era el momento de ir también a por el niño. Y tuvo suerte porque le vino una niña, y así tendrá amiguitos.
Sin embargo, en uno de los pueblos del valle, en Irurita, hay jóvenes y niñas que bailan al atardecer disciplinadas danzas; entre el público, una familia árabe, son turistas de la cercana Francia, ya mestiza; mozos que alzan su pierna desafiando la rigidez del tronco y escenifican una batalla con escudos y espadas. Este valle agrario tiene memoria guerrera.
Atravesando la aldea de Amaiur, fecundo olor a bosta, a hierba y a trabajo, se asciende a un otero con un monolito, 'A los hombres que en el castillo de Maya lucharon en pro de la independencia de Navarra. Luz perpetua (1522-1922)', y le han puesto unos focos; si no es luz perpetua, sí que es potente.
Memoria, fidelidad al origen y prestigio del pasado, todo eso se nota en este valle donde casi no se ve una casa que siga alguna moda internacional. Las casas se siguen levantando según el modelo del caserío tradicional; eso sí, ahora todas tienen geranios rojos, son conscientes de que son 'típicos'. Los arquitectos modernos, tan altivos, tienen en esta tierra su pesadilla. Tradición en todo, estadística urgente: de esos cinco varones que conversan, dos tienen gorra vasca; tres, camisa de cuadros y pantalón de dril. Las mujeres suelen usar pelo corto. Esta tierra tiene sus modas, sus arreglos.
Los chicos..., como en todas partes, algo ha ocurrido aquí. Llevan camisetas con marcas americanas o con consignas, en inglés, en euskera, y zapatillas deportivas y... Su modo de rememorar el origen es a través de la ideología, en sus pensamientos se remontan a lo remoto y lo reclaman; sin embargo, en sus atavíos son este puro tiempo internacional.
Un prado hermoso
Dos hombres guadañan hierba en ese prado hermoso, elegancia y ritmo. Hace un rato trabajaron con la segadora a motor, pero ahora la han apagado y hacen sobre la hierba una vieja danza, la guadaña va y viene rítmica y elegante. La vida de los caseríos, los trabajos, todo continúa afortunadamente al lado de las abundantísimas casas de turismo rural que salpican el valle. Junto a los puntos de interés turístico, cuidados con mimo, pastan las vacas ocres, que cuanto más arriba pacen más claras son por el efecto de la nieve sobre la hierba. El valle ha estimulado el turismo desde hace tiempo; sin embargo, ello no ha cambiado mucho la vida y la fisonomía de este país diminuto que parece sacado de un cuento de hadas vasco. Y los caminos están salpicados de buena bosta que salva al lugar de ser una postal y demuestra que aquí la gente trabaja y que la agricultura tiene futuro; son afortunados, sus hijos podrán seguir criando vacas. Hijos como ese que baja el camino montado en una moto de trial a buscar las vacas y que luego las arrea cuesta arriba. Ellas tienen paciencia, es un chico, se dicen, y hacen lentas y sabias el camino de todos los días mientras el chico detrás de ellas para y atrona, para y atrona. Sobresaltos para la leche.
Pasa ese hombre hablándole a las vacas en euskera-vaca, el idioma para hablarle aquí a las vacas; mi abuelo les hablaba en gallego-vaca, en todas partes hay un idioma especial para las vacas, casi siempre gutural.
Esa otra gente son excursionistas, los padres hablan castellano al modo de aquí; los hijos, euskera. Detrás de ellos queda el paquete plástico de doritos; hay cosas que, lamentablemente, ocurren en casi todas partes.
Pero pasa la gente y el monte permanece. Su música es silencio, relinchos y la percusión de los cencerros lentos y distantes. Una pareja y dos niños recogen manzanilla en esa ladera y la guardan con mimo en una bolsa de plástico azul. La pondrán a secar, y luego, cuando estén allí lejos, beberán la flor del bosque y los padres recordarán este atardecer. Los niños sólo lo recordarán muchos años después, cuando alcancen la edad de sus padres.
En el nacimiento del río Baztán, el Txorrotxin, hay una poza buena para bañarse, el agua es fresca y sabe a piedras. Un río que nace tan hermoso tiene por fuerza que dar un valle lindo, un valle agrario y montañés que en invierno es rodeado y encerrado por la nieve. Cuando las aguas nacen aquí empañan el vidrio. Mientras atraviesa el valle, el río es agreste y rústico como un niño salvaje y se llama Baztán, luego se hace mayor y se va civilizando y enseñoritando y ya le llaman Bidasoa.
Voces del norte
Vamos hacia Elizondo, la capital de este valle navarro tan vasco y amable, la radio del coche sintoniza la voz de una locutora que habla euskera, pero tiene acento francés. Aquí estamos casi sobre una raya que existe en los mapas políticos, pero que nunca ha habido. Eso sí, esas voces que llegan del norte tienen un gracioso acento francés que suaviza.
Elizondo es un pueblo apacible lleno de palacetes y casonas con escudo al lado del río. Elizondo hace su vida de todo el año, pero está muy preparado para el turismo, especialmente de verano; se oye hablar, además de euskera y castellano, catalán y francés. Souvenirs y artistas locales que muestran su obra, como Ana Marín y Santxotena. Ana Marín lleva toda la vida haciendo paisaje de este valle, en su casa me muestra unas figuras de Oteiza que dan envidia insana. Oteiza hace años se arrodilló en este lugar, una de las entradas del Camino de Santiago, y les dejó un gran hierro en el atrio de la iglesia: 'Oración a Santiago / Santiagori otoitza'. Y de repente me entra la morriña de casa.
Uno quiere volver al valle, que huele a hierba y a menta. Vendrá más tarde el verano que quema y luego volverá la humedad, cuando el aire del valle 'huele a palomas'.
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