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Un país convertido en cárcel

Abandonar el régimen de Sadam se ha convertido en una aventura imposible para cualquier iraquí, con o sin dinero

En la estación de ferrocarriles de Bagdad, construcción gigantesca de 1948, el tren a Damasco está a punto de salir. Un grupo de hombres y mujeres llora la partida de sus parientes: 'Hace 15 años que se fueron de aquí y después de esta visita no sabemos cuándo volveremos a vernos'. Irak está abriendo brechas en el aislamiento al que fue sometido tras la guerra del Golfo, en 1991. Los trenes a países vecinos se rehabilitaron hace dos años, pero sólo un tren por semana va a Turquía y otro a Siria con apenas cinco o siete pasajeros cada uno, según el director de la estación

Se calcula que entre dos y cinco millones de iraquíes se encuentran fuera del país para alejarse de la crisis económica y de la intransigencia del régimen de Sadam Husein. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) indica que de unos dos millones de refugiados, poco más de 500.000 han recibido asilo político. Pero las autoridades iraquíes han decidido frenar el éxodo. Hoy entrar a Irak no es fácil, y salir menos aún.

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A todo ciudadano iraquí se le exige que pague 200 dólares (220 euros) cada vez que abandone el país, aunque sea por viaje de turismo o negocios. Es un obstáculo insuperable para la gran mayoría de la población que vive en perpetua penuria económica, como los funcionarios públicos que cobran apenas tres dólares (3,3 euros) al mes. Se dice que esta medida fue adoptada para evitar que los países vecinos se llenen de inmigrantes iraquíes sin recursos que darían mala fama a la patria.

A las mujeres solteras únicamente se les permite viajar al extranjero en compañía de su padre o su hermano. Según la versión oficial, así se quiere impedir la trata de blancas. Pero hay quien opina que es una concesión a la sensibilidad tradicional islámica, que está adquiriendo peso en los últimos tiempos.

Profesionales en buena posición también pueden sentirse encerrados. 'A muchos nos impiden la salida para evitar la huida de talentos', comenta un profesor universitario de ingeniería graduado en Londres. 'Como prevención nos hacen dejar aquí a nuestra familia si viajamos a un congreso en el extranjero'.

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En una tienda de tapices, los vendedores advierten de que no se permite sacar del país alfombras persas. Es un dispositivo contra la fuga de capital. Antes había gente que vendía todos sus bienes para invertir en valiosas alfombras persas cuya reventa en el exterior permitiera comenzar una nueva existencia.

Salir es también difícil porque no resulta fácil entrar en otro país. A los iraquíes no se les otorga visado de entrada sin más. 'Una luna de miel en el extranjero es un sueño inalcanzable', comentan unos recién casados de familia acomodada. No podrán viajar sin recibir invitación de fuera y sin pasar por un incierto laberinto burocrático.

'Y sobre todo no habrá manera de salir de aquí si EE UU ataca otra vez', lamenta un arquitecto recordando la guerra del Golfo. 'Los aeropuertos no funcionan y por tierra uno corre el riesgo de quedar atascado entre multitudes angustiadas que intentan atravesar la frontera como sea'. Si hay un nuevo bombardeo 'no moriremos de miedo. Haremos como en la pasada ocasión: reducir al máximo nuestras actividades, quedarnos en casa en Bagdad y dormir en habitaciones sin ventanas, para que no nos maten los cristales que estallan cuando una bomba -por error o puntería- cae cerca'.

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