La marciana Gran Bretaña
Berlusconi, Aznar y Blair están a favor de la desregularización y la liberalización económica
Ahora que el debate británico sobre el euro cobra nuevo impulso, debemos permanecer alerta ante una fantasía que, curiosamente, comparten los partidarios de ambos bandos. Cada vez que se encuentran un británico euroescéptico y un británico eurófilo, en general, antes de arrastrarse por el lodo en un nuevo enfrentamiento, hay una cosa en la que están de acuerdo. Y ambos se equivocan.
Esa cosa -lo más importante, según dirán los dos alegremente- es que los europeos continentales están trabajando con gran dinamismo en un gran proyecto único para construir una Europa unida, en la que los derechos soberanos de las naciones Estado van a ir disminuyendo de forma inevitable. El británico euroescéptico lo censura por considerarlo la marcha inexorable hacia el superestado federal, ante el que la pequeña y valiente Gran Bretaña debe resistir con el mismo espíritu de Churchill en 1940. El eurófilo típico considera que la UE es un tren Eurostar que avanza hacia una reluciente estación en Bruselas. La única forma de subir a bordo antes de que sea demasiado tarde es incorporarse al euro.
Si se sigue con más atención el debate continental sobre Europa se verá que hay una extraordinaria variedad de opiniones sobre el futuro de la UE
Cuando el ministro de Exteriores británico presentó en La Haya varias ideas interesantes sobre la reforma de las instituciones europeas, su voz fue una entre muchas
Los democristianos alemanes han hecho una de las propuestas más sólidas de constitución europea. Una idea que significa más integración
La realidad es muy distinta. Si se sigue con más atención el debate continental sobre Europa se verá que hay una extraordinaria variedad de opiniones sobre el futuro de la Unión Europea y que se oyen algunas ideas enormemente 'británicas' en varios lugares sorprendentes. Este dato se le escapa a la mayoría de la gente en Gran Bretaña, oculto tras dos velos. Uno es la gruesa muselina de las informaciones que dan nuestros propios medios sobre Europa. Otro es el hecho de que todas esas opiniones del continente van envueltas en una gran bandera que proclama una 'Europa unida'.
No es mero escaparate. Cuando un británico dice que 'es pura retórica, en realidad no se lo creen', comete el error más antiguo en el que siempre ha caído respecto a la integración europea. No, cuando Aznar lanzó en enero la presidencia española de la UE delante de una pancarta que proclamaba 'más Europa', quería decir más Europa. Pero lo que hay que preguntarse es: ¿de qué quiere más exactamente? ¿Y de qué menos? En una conversación que mantuvimos en Madrid hace unos meses, Aznar me dejó claro que desea menos interferencias de los burócratas de Bruselas y más desregulación económica, menos castillos en el aire sobre la arquitectura constitucional europea y más soluciones prácticas a los problemas. Sobre todo cree que es preciso construir Europa apoyándose en la diversidad de sus naciones Estado y que la cooperación intergubernamental debe valer tanto, al menos, como el supranacionalismo. En su opinión, lo que necesitamos plantearnos es: ¿qué es lo que funciona?
Luego está Italia con Berlusconi, su voluble primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, todo en uno, al que Tony Blair visitó hace unos días en Roma, pero con quien tuvo la precaución -bien aconsejado- de no mostrarse totalmente de acuerdo. Berlusconi, como Aznar y Blair, tiene una postura proamericana, a favor de la desregulación y la liberalización económica, y no le gusta demasiado la idea de ceder más poderes de la nación Estado a Bruselas.
Un matrimonio fracasado
'Ah', exclaman al unísono nuestros dos británicos, el euroescéptico y el eurófilo, 'pero eso sólo pasa en Italia y España. Lo que de verdad hace avanzar el proyecto es el eje franco-alemán'. Así fue durante más de 40 años, hasta la reunificación alemana. Pero ya no. En una conversación recientemente mantenida aquí, en Berlín, un alto funcionario alemán, en privado, me comparaba la relación entre franceses y alemanes con un matrimonio fracasado. Como ocurre con muchos de estos matrimonios, sobre todo entre gente de más edad, las apariencias externas se mantienen. En la práctica, me decía, Berlín y Londres tienen una relación más estrecha que Berlín y París. Además, ahora que el presidente Chirac y el primer ministro Jospin se presentan como rivales a las elecciones presidenciales francesas, el país se encuentra con que no tiene una política europea, sino dos; es decir, ninguna.
'De acuerdo', alegan nuestros contendientes, 'pero todavía tenemos a Alemania, que impulsa el proyecto federalista'. Esta frase tiene más enjundia. Ahora bien, en alemán, federalismo significa descentralización, no centralización en un superestado de Bruselas.
Cuando los socialdemócratas del canciller Schröder hicieron públicos sus planes para Europa el verano pasado, el comentarista británico Michael Grove escribió en el semanario de derechas The Spectator, sobre los proyectos de Schröder y Jospin, que 'es posible que se diferencien en los detalles, pero están unidos a la hora de aceptar que es preciso traspasar el poder de las naciones Estado a las instituciones transnacionales'. Después, Grove pedía un nuevo enfoque de los conservadores británicos con respecto a Europa y explicaba que 'es necesario defender que haya menos legislación transnacional, más cooperación entre Gobiernos y la devolución de competencias como la agricultura a los Gobiernos nacionales en interés de la propia Europa'. Pero, si se lee el original de lo que en Gran Bretaña se denomina el Plan Schröder (¡un nombre que recuerda al Plan Schlieffen!), se verá que, entre otras cosas, propone precisamente la devolución de la responsabilidad de la política agraria a los Gobiernos nacionales. Se me ocurren tres explicaciones: a) Grove no había leído el documento sobre el que estaba escribiendo (al fin y al cabo, es bastante largo y está en una lengua extranjera); b) quería confundir deliberadamente a sus lectores; c) es idiota. Como es evidente que no es idiota, debemos escoger entre a y b. Yo me inclino por a.
Todavía más sorprendente es lo que dicen los democristianos alemanes, mientras se disponen a retar a Gerhard Schröder en las elecciones del próximo mes de septiembre. A finales del año pasado hicieron una de las propuestas más sólidas que he visto de constitución europea. Una idea que, desde luego, significa más integración, sobre todo en política exterior y de defensa. Sin embargo, insisten en que las naciones Estado siguen siendo los componentes básicos de Europa; que la UE sólo debe encargarse de tareas que no puedan hacerse mejor a escala nacional, y que varios ámbitos completos de la vida, incluyendo la seguridad social, los mercados de trabajo, la inmigración, la cultura, la educación y todo lo relacionado con la 'sociedad civil' deben seguir siendo responsabilidad de los Estados miembros.
El avance alemán
Wolfgang Schäuble, coautor de la propuesta y el mejor canciller que no ha tenido Alemania, habló el mes pasado en Oxford. Le preguntaron si era más partidario de la visión -reiterada en los documentos europeos desde el Tratado de Roma- de una 'unión cada vez más estrecha' de los pueblos de Europa, o de la idea de concretar un Estado constitucional en el que, en el futuro inmediato, estén claramente divididas las responsabilidades entre el ámbito europeo y el ámbito nacional. 'Más bien la segunda', respondió categóricamente. Ése es el inexorable avance alemán hacia un superestado.
Todo esto no quiere decir que la mayoría de los países europeos no deseen más integración en muchos aspectos. Desde luego que la desean. Pero, pese a lo que se cree en Gran Bretaña, no existe un ejército continental único que vaya hacia una guerra, no hay un tren Eurostar al que los británicos deban subirse o se quedarán atrás. Hay un amplio objetivo común, pero ningún acuerdo sobre cómo alcanzarlo. Cuando el ministro de Exteriores británico, Jack Straw, presentó recientemente en La Haya varias ideas interesantes sobre la reforma de las instituciones europeas, su voz fue una entre muchas. Por ejemplo, a propósito del Parlamento Europeo es posible que cuente con el apoyo de Alemania; en relación con el Consejo de Ministros, con el de Francia y España, y así sucesivamente. Europa no es un tren ni un ejército; es una habitación abarrotada y ruidosa.
Ahora bien, hay una cosa indudable: no es ésa la impresión que se obtiene de las informaciones en los medios británicos, si es que se obtiene alguna. Cuando el Gobierno alemán residía aún en Bonn, la gente tenía un nombre para su círculo cerrado e incestuoso de políticos y periodistas, alejados de las realidades de la vida cotidiana: la nave espacial Bonn. Por lo que respecta a la realidad del debate europeo, vivimos en la nave espacial Gran Bretaña. Y eso convierte a los británicos en marcianos.
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