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Columna
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Poder y persuasión

Escribía ayer The New York Times que ahora 'el mayor desafío para EE UU, más que en la averiguación de cómo alcanzar la victoria en su próxima confrontación militar, consiste en que su conducta sea tal que otras naciones se muestren deseosas de aceptar el liderazgo de Washington'. El editorial, que se titulaba Power and persuasion, contiene reflexiones muy inteligentes sobre el poder global y sobre la condición de única superpotencia en la que se ha instalado EE UU desde el colapso de la URSS. Pero, más allá del caso concreto -la particular batalla antiterrorista emprendida por el presidente George W. Bush-, el texto de referencia está enunciado de tal manera que tiene validez para otras muchas situaciones en ámbitos bien distintos; así, por ejemplo, aquí mismo, entre nosotros, en el espacio dialéctico donde se articulan el Gobierno del PP y la oposición del PSOE, un lugar idóneo para comprobar también cómo la acumulación de poder resulta invalidada si falla la persuasión.

Recordemos que la perversión cegadora comienza siempre con síntomas de pérdida del sentido de la medida, con la negación de la existencia del punto culminante de la victoria, con la idea megalómana del éxito ilimitado, del mar sin orillas, síntomas fatales sobre los que advirtieron a tiempo Carlos Clausewitz, Liddell Hart, Andre Beaufre y cuantos se han ocupado antes o después de cuestiones estratégicas. Por eso, el citado editorial del NYT insistía en que ni siquiera en un mundo de alta tecnología una superpotencia como EE UU puede protegerse sin la ayuda de otros países. Por eso, los intereses de los países con los que se quiere contar no pueden ser sistemáticamente ignorados y se debe atender a las obligaciones del consenso.

O sea, que volvemos al rector don Miguel de Unamuno -'¡venceréis, pero no convenceréis!'- cuando se enfrentó el 12 de octubre de 1937 al Viva la muerte del general Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Claro, que también las armas pueden verse sostenidas por la propaganda hasta horadar las mentes del público de a pie, como reflejan en EE UU las encuestas de opinión favorables al presidente Bush en proporciones nunca igualadas o, entre nosotros, los sondeos del CIS. Del instrumental de la Casa Blanca ha quedado excluida la Oficina de Influencia Estratégica tras la renuncia expresa que hemos conocido. Pero aquí nadie ha renunciado a la intoxicación orquestada desde la radiotelevisión pública, la agencia Efe y los restantes medios afines con vocación indestructible de servicio doméstico del Gobierno del PP. El poder militar puede estar en las mismas manos que el poder de persuasión y entrar en resonancia con efectos multiplicadores capaces de aturdir y neutralizar incluso a las mentes más lúcidas.

Además, cuando los excesos son de bulto y su responsabilidad inesquivable, como en el caso del invento de los encuentros de Felipe González con el primer ministro marroquí, Abderramán Yusufi, y con el rey Mohamed VI, el Gobierno mentiroso se descara, comparece partiéndose de risa y se acuerda del dicho de Gila: 'Si no saben aguantar las bromas , que se vayan del pueblo'. Mientras, los escribidores rehacen la historia para presentar la política de los Gobiernos socialistas, que otorgaban prioridad a las relaciones con Marruecos, que firmaban acuerdos de amistad hispano-marroquí o que vendían armas españolas para modernizar los ejércitos de aquel país, como el resultado de actitudes incompatibles con los derechos humanos y con la sinceridad necesaria en las relaciones bilaterales entre dos Estados modernos. En todo caso, conviene una precisión. Felipe González aceptó la invitación de la Asociación de Periodistas Europeos para participar en el IV Seminario Hispano-Marroquí de Periodistas. Por eso llegó a Rabat en la noche del 15 de marzo de 2001. La mañana siguiente desayunó con Yusufi en su residencia, y juntos participaron en la mesa redonda inaugural desde las 9.30 hasta las 14 horas. Siguió un almuerzo ofrecido por el embajador de España, Jorge Dezcallar. De ahí partió para embarcar en el avión de regreso a Madrid. Entonces todavía se negociaba el Acuerdo de Pesca entre la UE y Marruecos, que el comisario Franz Fischler dio por imposible el siguiente 26 de abril. Si el clima de aquellos días hubiera prevalecido, otros hubieran sido los resultados.

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