Jóvenes en peligro
Es posible que padres y educadores tengamos que preguntarnos qué hemos hechos, castrados por el autoritarismo que padecimos, del principio de autoridad. El autoritarismo castra, pero la autoridad acompaña y protege para vivir la libertad de manera consciente e informada y un niño educado sin autoridad puede ser un joven en peligro. Lo tenían más fácil los padres cuando con ordenar bastaba, entre otras cosas porque también se ordenaba en la escuela y, por añadidura, se reprimía en la calle. A un profesor no le hacía falta ser pedagogo, con enseñar matemáticas le bastaba y con dar un grito todo el mundo se ponía firme en clase. Es mucho más difícil educar en libertad. Ahora sí hay que aprender a ser padres y a ser maestros. No es cuestión de reválidas, es cuestión de pedagogía. Y en la calle las cosas también son difíciles, pero hemos pasado de la represión policial absoluta al más total de los abandonos.
Las noches de botellón están abandonadas. Entre los jóvenes circulan adultos peligrosos, o jóvenes manejados por adultos indeseables, que trafican con todo tipo de drogas, incluido el alcohol, naturalmente, vendido criminalmente a menores. Hace falta policía para buscar a los desalmados que ponen en peligro la vida de los jóvenes y para proteger el derecho a disfrutar la calle civilizada e inteligentemente. Policía formada para proteger a los jóvenes en su ocio. Hace falta inversión en la seguridad y la protección de todos, no sólo del suelo de los adultos, sino de la educación, la libertad y la salud de los chicos que toman las calles cada vez más jóvenes y se exponen al abuso de cualquier adulto. Hace falta valor, conocimiento y dinero. Información e inversión. Educación en libertad y exigencia de comportamiento cívico. Escribo con rabia y desolación ante la noticia de la muerte de un chico en Málaga -otro- entre varios intoxicados por alcohol y pastillas. Uno de los intoxicados es una niña de 12 años. Con 12 años nadie es responsable de padecer de madrugada una intoxicación de drogas. Quien quiera reflexionar que se apunte a dar la vuelta a un debate, hasta ahora estéril y de enfrentamiento, que nada soluciona, mientras crece el peligro, más que el ruido, en las noches de las ciudades.
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