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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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El 'baldoseo' nacional

Puesta ante el ordenador, a punto de lanzarme a jugar un partido al que nadie me ha invitado, me siento un poco como el portero de Handke. Ese miedo ante el penalti me agudiza el sentido del ridículo y me retrotrae al alma de mujer Almodóvar que tenemos todas las mujeres con alma: ¿qué hace una chica como tu en un sitio como éste?, me pregunto justo antes de intentar mediar entre dos grandes de la opinión política, convencida de que a) lo femenino aún no ha conseguido pasaporte hacia la opinión con prestigio y b) los dos en cuestión tienen mucho prestigio. Me refiero a los tres artículos que, con Pasqual Maragall como objeto, han intercambiado en esta misma sección Josep Ramoneda ( Gobernar ¿para qué? y Bailando con lobos) y Antoni Puigverd (El cíclope y la baldosa), con una seductora metáfora como paisaje de fondo: la baldosa nacional. El debate, sin ser nuevo, lo es en la medida en que ha cambiado la realidad que retrata y, por ende, los protagonistas. Podría decir, en aras de cierta verdad educada, que estoy de acuerdo con los dos tiradores de esgrima, ambos cargados de razones que les darían la razón. Ramoneda cuando dice 'Cataluña es algo más que un órgano de descentralización administrativa sobrecargada de retórica', o lo del pactismo catalán tan inútil para resolver cuestiones claves, o la dificultad de visualizar el banderín de enganche del proyecto de Maragall. Antoni Puigverd cuando recuerda que Maragall se mueve en muchas más baldosas que la identitaria, pero también para ésta tiene definición propia, cuando recuerda la densidad del discurso de la moción, cuando reclama pasión por lo político. Sin embargo, más allá del baile de la baldosa con Maragall de pareja, me permito recordar dos pequeñas impertinencias: que existe el mosaico completo, cuyas baldosas todas ya han sido descubiertas. Otra cosa es cómo hayan sido bailadas. Y que la baldosa identitaria está ahí, con toda su densa complejidad, necesitada de bailes de categoría, desgastada de tanto taconeo improvisado y vulgar. Por todo ello, y con permiso, me inclino por darle la razón a Puigverd con algún matiz que paso a explicar.

Primero, ni es cierto que Pujol haya olvidado las otras baldosas del país, ni lo es que Maragall las haya colonizado cual descubridor de las Américas. Lo malo de estos 20 años no ha sido el abandono de la educación, o la administración pública, o la sanidad, sino justamente lo contrario: la colonización de cada una de esas baldosas con tal voracidad de intereses que más ha parecido una plaga de langostas que un gobierno serio. Josep, no ha habido abandono de baldosas, ha habido sobreexplotación, tal sobrecarga de poder absoluto que no quedaban resquicios por donde respirar. Por ello la baldosa ha muerto por doble ahogo: la ahogaba la falta de criterio de lo público y, a la vez, la ahogaba el exceso de domino. ¡Claro que ha habido política en cada baldosa de lo colectivo! Mala política, pero real. Política económica (¿recordamos el papel de CiU en la reforma del mercado laboral?), política financiera, política educativa, cultural, social (¿recordamos a Comas y su bienestar?). Así como Aznar tiene proyecto sólido, aunque nos parezca perverso desde la mirada progresista, Pujol lo ha tenido también con precisión. Pensar que, perdido en los bailes de la baldosa identitaria, se había olvidado del resto del mosaico es no conocerle, no entenderle y, peor aún, despreciarlo con suicida ingenuidad. Cosa que, por cierto, os ha ocurrido a unos cuantos durante años: pensabais que Pujol era poca cosa, y así la poca cosa ha adquirido unas dimensiones de gigante que aún os cuesta aceptar. El mismo error, el mismo, está cometiendo la izquierda con Aznar. Por ello Maragall lo tiene complicado para conseguir dibujar con finezza el banderín de enganche: porque no se trata de colonizar territorios vírgenes, sino de desmontar las coartadas, las trampas, las tapaderas de territorios profusamente colonizados. Con sus gobernadores locales, sus ínsulas Baratarias, sus privilegios, su red de influencias tejida en más de veinte años de dominio del telar. ¡Qué fácil sería explicar la bondad de un proyecto en un territorio virgen! Pero Maragall, que creo que ha demostrado tener proyecto, tiene un reto más complejo: debe demostrar que los recursos de cada baldosa han sido vampirizados. ¿Ycómo lo hace sin poner en evidencia la seducción que lo vampírico ha ejercido en una mayoría notable de la población? Ganar las elecciones, tras dos décadas de poder patriarcal, es algo más que conseguir seducir con un buen proyecto. También significa conseguir liberar la mente colectiva de las profundas servidumbres del poder. Y eso, amigo Ramoneda, es muy delicado.

Y del mosaico completo a la baldosa identitaria, el quid de la elegante refriega Puigverd-Ramoneda. Aquí no entiendo la recriminación de Ramoneda a Maragall. Primero, la baldosa identitaria es importante, es necesaria y está mal resuelta. Se ha abusado de ella hasta el punto de ser un trapo que lavaba todas las aguas sucias convergentes y necesita con urgencia una nueva dignidad. Quizá necesita más silencio, menos retórica. Pero alguien tiene que escribir con gramática nueva qué significa esa baldosa que tanto significa para tantos. Agradezco a Maragall justamente lo que Ramoneda le critica: que intente un nuevo lenguaje limpio de abusos deshonestos. ¿Qué quiere Ramoneda? ¿Regalar para siempre esa baldosa clave al banderín de la derecha? ¿No tendría que ser una pieza fundamental del mosaico equilibrado de una izquierda honesta? ¿Se entiende la izquierda catalana sin un lenguaje moderno de la catalanidad? ¿No es la defensa de la identidad, en medio del caos de la globalización, un valor que la izquierda tiene que preservar? La derecha usa y abusa de lo identitario. La izquierda, Josep, lo defiende. O debería... Acabo: no existe la baldosa, existe el mosaico. Todo está entretejido, trabado, y ha sido el pujolismo el que ha dominado el telar desde siempre. Por ello no estamos ante un proceso de colonización de baldosas, sino ante el reto de fabricar una nueva tela para el suelo del mosaico. Una tela sin trampas mortales. Y, Josep, Antoni, todas las baldosas, todas, necesitan vestirse de nuevo. No porque estén desnudas o desiertas, sino porque van muy mal vestidas.

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