Un Penn con olor a Oscar
Parece una ley inexorable: al llegar a algún momento importante de su carrera, todo buen actor hollywoodense debe dar el do de pecho con un papel dramático encarnando a un personaje con algún tipo de minusvalía. Los casos abundan: Dustin Hoffman en Rain Man, Richard Gere en Mister Jones, Harrison Ford en A propósito de Henry, Robert de Niro en Despertares. A veces, cuando sale bien, suele reportar incluso algún Oscar de la Academia (a Hoffman, por ejemplo), pero siempre es un tour de force profesional que la platea premia.
Yo soy Sam cumple las mismas funciones, y sirve de vehículo oscarizable a un Sean Penn en posesión de todo su talento, que borda aquí un personaje difícil metido en una peripecia sencillamente imposible: ahí es nada que un minusválido cerebral, con una edad mental no superior a los siete años, se vea de pronto padre de una deliciosa niña que crece deprisa, en un puñado de cortos planos de obligado avance temporal, y a continuación se dé de bruces con un largo, trabajoso proceso para seguir manteniendo la paternidad de la criatura, con la excusa de que, aunque no pueda auxiliar a su hijita en su inevitable crecimiento, sí es capaz, en cambio, de darle tanto o más amor que un padre convencional.
YO SOY SAM
Directora: Jessie Nelson. Intérpretes: Sean Penn, Michelle Pfeiffer, Dakota Fanning, Dianne Wiest, Doug Hutchison, Laura Dern. Género: comedia melodramática. EE UU, 2001. Duración: 133 minutos.
Contrapunto
Como se puede observar, el argumento se las trae, sobre todo porque, además, contrapone la plácida, casi envidiable vida del padrazo Penn con la atribulada, mecanizada, inhumana existencia de una providencial abogada (Pfeiffer: cuánto hacía que no disfrutábamos de su elegante presencia) que es algo así como el contrapunto indecorosamente yuppy del asunto. Qué mantiene en pie tan improbable trama, edulcorada hasta el empalago -responsable: Jessie Nelson, la directora de Corina, Corina o de Quédate a mi lado- por recursos que harían sonrojar a cualquier creador riguroso -la niña es una monada, un dechado de inteligencia; todos los que rodean a Sam, incluido el grupo de minusválidos con quienes comparte su tiempo libre, son bellísimas personas; en el juicio nadie es especialmente siniestro, y así hasta el infinito- no es otro que Penn y su histriónico, sin par talento, eficazmente auxiliado por Pfeiffer y la niña Dakota Fanning.
Porque su caracterización de este buen ciudadano está hecha al milímetro: una gestualidad impresionante, un arsenal de recursos.
Babelia
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