Lluvia emocionada
La llovizna obligó a terminar antes de tiempo el cóctel de la entrega de las Medallas de Andalucía
El estado de ánimo de los galardonados con la máxima distinción de Andalucía era ayer cercano al paroxismo. He aquí tres frases que lo reflejan. La primera, del Hijo Predilecto, el presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga: 'Después de este premio no me queda más que recibir el premio del cielo cuando me muera'. La segunda, de la tonadillera Isabel Pantoja: 'Estoy temblando todavía, he pasado más miedo aquí que cantando en el escenario'. Y la tercera, del periodista Augusto Delkáder: 'Renuevo hoy mi compromiso cívico de andaluz'. Las lágrimas de emoción las puso el cielo en forma de una leve llovizna que obligó a disolver el cóctel de la ceremonia antes de tiempo.
En nombre de los premiados, el presidente del Tribunal Constitucional pronunció el discurso más corto de los últimos años. Sólo unos pocos minutos para asentir y disentir de la 'teoría' que sobre Andalucía escribió José Ortega y Gasset en 1927. Asentir en cuanto a que ésta es la tierra 'regalada por el señor', en la edad milenaria del alma de su pueblo, más vieja aún que la de romanos y griegos; en la enormidad de su cultura, una cultura que aspira a parecerse a su atmósfera. Disentir, en cambio, de la holgazanería del andaluz, de que no se esfuerza para vivir sino que vive para no esforzarse, y de las distancias insalvables entre norte y sur. Contradijo Jiménez de Parga a Ortega: 'El trabajador andaluz ha obtenido una alta cotización en Europa', y se despidió dándole la razón: 'Todo andaluz tiene la maravillosa idea de que ser andaluz es una suerte loca con la que ha sido favorecido'.
El presidente del Tribunal Constitucional prescindió de repasar los méritos de los galardonados, destacados ya de forma pormenorizada en el acto de entrega. De la Asociación Provincial de Empresarios del Mármol de Almería (APEM) se subrayó su condición pionera en el desarrollo de programas de I+D; de la poetisa Concha Lagos, su obra culta y también popular; de Francisco López Real, la entrega a la lucha por la democracia; del forense Miguel Llorente Acosta, la activa militancia contra la violencia doméstica; del pintor Félix Revello de Toro, sus cualidades de retratista; del empresario Gonzalo de Madariaga Parias, su apuesta por la innovación; y de Lydia Dougoud, el trabajo por la dignidad de los enfermos mentales.
Faltó Miguel Ríos, que se encontraba en México. El premio lo recogió su hija Lúa. El periodista Augusto Delkáder -miembro fundador del diario EL PAÍS, consejero delegado de la Cadena SER y director general de la Unidad de Negocios de Medios en España para el grupo PRISA- fue definido por el Consejo de Gobierno como un 'periodista de raza', al que caracteriza su defensa de la libertad de expresión. Nada más recoger el premio, Delkáder dio un efusivo abrazo al ex presidente del Gobierno, Felipe González, Hijo Predilecto en la edición de 1998.
Isabel Pantoja acaparó las miradas curiosas. Ya en la cena de la víspera -donde hizo migas con la consejera de Economía, Magdalena Álvarez (el novio de la artista es de Málaga)-, fue el centro de atención Con traje de chaqueta celeste, zapatos de vetas grises y el pelo más corto de lo habitual, la popular tonadillera de Sevilla escondió su nerviosismo durante toda la ceremonia tras unas gafas de sol, que sólo se quitó para recoger la medalla. Las tablas de 30 años de escenario brotaron de golpe al mandar besos al público y declarar a los periodistas que gran parte de su premio se lo debe a su madre.
Doña Ana fue la primera en tomar asiento en el patio donde se sirvió el ágape, rodeada de su nieto, Francisco José, la novia de éste, y la pequeña Isabel, quien le hizo especial fiesta a los refrescos de naranja y la caña de lomo. La Pantoja arregló a su hija con cuidado esmero: vestido en tonos azulinas, con una especie de sobrefalda de gasa, rebeca y calcetines del mismo color, diadema de flores y zapatos de charol negros. El metro noventa del novio de la cantante, Diego Gómez, sobresalía entre los invitados.
Y junto a la emoción de los homenajeados, el contraste: las charlas nada sentimentales de los políticos. Cuando el sirimiri tomó cuerpo de lluvia el jardín se fue despejando. Los más perseverantes se refugiaron bajo las sombrillas, ordenados según filiación política. Al final, el patio parecía un pequeño bosque de partidos. Cada uno en su seta.
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