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EL TURISMO EN LAS CIUDADES MONUMENTALES

Quince minutos de éxtasis

Javier Arroyo

Que Granada es la ciudad de la Alhambra no admite discusión. Nadie discute tampoco que la Alhambra es la razón principal para los miles de turistas que visitan la ciudad cada año. Casi dos millones de visitas al monumento y medio de turistas en la ciudad son las cifras que resumen la capacidad de atracción de la que fuera palacio y ciudadela árabe entre los siglos XIII y XIV.

Pero la ciudad se enfrenta a una encrucijada de la que no ha sido capaz de salir airosa todavía: Granada es mucho más que la Alhambra. Por ello, los expertos coinciden en la necesidad de que Granada muestre a los visitantes todo su potencial turístico y cultural.

'Un patrimonio excepcional no garantiza un buen desarrollo turístico'. Estas palabras, del director del Patronato de la Alhambra, Mateo Revilla, ponen un punto de partida al problema. Tener una ciudad llena de monumentos fantásticos no es suficiente.

En Granada, el Albaicín, la catedral, la Capilla Real, el Monasterio de San Jerónimo, el de la Cartuja, entre otros, parecen asegurar ese 'patrimonio excepcional' necesario para poner cualquier ciudad en el punto de mira de cientos de miles de personas para pasar unos días. Pero es el trabajo de los gestores políticos y culturales que esa belleza se mantenga, se use y se disfrute, un equilibrio difícil pero necesario.

El director del Instituto de Desarrollo Regional, Francisco Rodríguez Martínez, pone ejemplos de cómo Granada aún no tiene claro qué hacer con su turismo.

Según Rodríguez, cuando el turista deja la Alhambra, comienza una experiencia que él califica como 'flujo turístico mal regulado y errático muchas veces'. Este experto pone como ejemplo el Albaicín, patrimonio de la humanidad y sitio obligado para el visitante una vez que acaba su visita a la Alhambra. Desde allí, el turista podrá observar una de las estampas más inolvidables de este monumento.

Según Rodríguez, muchos grupos de turistas dejan el autobús en el mirador de San Cristóbal para que, desde allí o desde San Nicolás, admiren los palacios nazaríes. El problemas es que, patrimonio de la humanidad como es, en el barrio del Albaicín no hay rutas de paseo definidas, iglesias abiertas en horario turístico o sitios especialmente señalados para el turismo cultural.

En otras palabras, que pasados los 15 minutos de éxtasis con la Alhambra al frente, al turista le quedan dos horas hasta que los recoja el autobús que no sabe como emplear. Este es el 'flujo errático' del que habla Rodríguez.

Son los propios turistas los que desean convertir la ciudad en un destino global, en un paseo turístico en sí mismo. Según una encuesta, tras la Alhambra, los visitantes no mencionan ningún sitio concreto como objetivo de su visita, sino 'pasear por la ciudad'.

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