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'Operación triunfo'

Operación triunfo. El nombrecito se las trae. ¿Espionaje bélico, industrial, científico, tecnológico, financiero? 'Engañado he vivido hasta aquí', dijo don Quijote. Eso le pasó por pesimista, aunque también podría afirmarse lo contrario, si a discutir vamos. En realidad, es cuestión de grado, si bien un grado que se acerca peligrosamente a la ley de Engels. ¿Qué esperaba uno? ¿La eclosión de una tanda de genios musicales? ¿Mozart, Bach y el mejor Vivaldi redivivos? ¿Voces como la de una Caballé en sus mejores días? Eso son elitismos y todo elitismo es fraudulento. Trotsky, que está hecho usted un Trotsky.

Conténtese usted, contentémonos los eternos descontentos con o sin causa, con el hecho flagrante de que Operación triunfo es un programa televisivo casi tan blanco como la nieve de las cumbres alpinas y váyase esta cursilería por otras, que me unzo de buen grado al carro. Hasta quince millones de compatriotas, quince, estuvieron colgados de un programa limpio sin netol; algo jamás sucedido y a lo que ni remotamente puede aspirar la bazofia. Muy atrás quedó el baboso y truculento Gran hermano; más atrás queda Crónicas marcianas a despecho y pesar de su regusto a burdel; y por esas alturas se arrastra Noches de fiesta, con esas distinguidas señoritas que se cuentan chistes subidos y toscos, tan toscos como la charla del showman predilecto del elenco, el de los genitales; y las modelos escoltadas por cachas en tanga, y... Decididamente, Operación triunfo ha dado de lleno en el punto ideal de la escala: exactamente el punto más alto al que puede llegar el más bajo común denominador. Ni uno más, ni uno menos. Los críticos más exigentes de la cultura llamada de masas o lowbrow, dirían que este programa es pura bazofia, pero concédannos, al menos, que es bazofia pura. ¿Acaso hay algo más inocente que un producto que roza la sensibilidad sin impregnarla? Perdidas las grandes batallas, aleluya si viviéramos sumergidos en un magma de productos no contaminantes, como Operación triunfo. ¡Si TV-1 se redimiera a sí misma redimiendo de paso a las restantes cadenas con programas de igual eficacia antiséptica! No pedimos que nos eleven, nos basta con que nos dejen como estamos. El kitsch es más nefasto que Rosa, pero sólo fructifica en la región del quiero y no puedo. Hablamos de cifras, de magnitudes y ahí se yergue Rosa, si no como una Juana de Arco, sí como una profiláctica punta de lanza.

Los nostálgicos, no obstante, lamentarán lo que para ellos es una degradación del gusto popular. En la Edad Media, el arcipreste de Hita podía decirle al pueblo que hiciera lo que le diese la gana con el Libro del buen amor. Que suprimiera, que añadiera, que cambiase. La obra no era de nadie en particular y era de todos en general. El la había concebido y ejecutado pero interpretando un sentir que, por cierto, podía abrirse paso en palacio; pues si la cultura popular y la culta corrían paralelas, no era tanto así que a veces no desviaran sus respectivos caminos, se cruzaran, quedaran embarazadas la una de la otra y la otra de la una; en suma, algo más que un algo se fertilizaron mutuamente. Pero el arte popular sufrió un golpe funesto a causa del industrialismo y del crecimiento de las ciudades. Conocemos canciones de la época del Quijote (Dime do tienes las mientes, Triste estaba el rey David...) y nos asombran su sobria belleza, su intensa fuerza expresiva, su compleja sencillez. Pero queramos o no, aquello ha venido a parar en Rosa y los David, cuyo ídolo, si no ando muy mal informado, es el sudoroso Alejandro Sanz.

Escribió Dwight Macdonald: 'En el siglo XX, la democracia política y la educación popular rompieron el monopolio cultural de la clase alta. Al mismo tiempo, los hombres de negocios se dieron cuenta de que era posible ganar dinero con el lanzamiento de productos culturales destinados a la cultura de masas. El cine, la radio y la televisión propiciaron un alcance hasta entonces desconocido. La línea de montaje de esta nueva cultura inundó la sociedad, el gran arte se refugió en los márgenes, el folk fue abolido por la urbe, un entero género de vida se comprometió con la mediocridad dirigida por la máquina'. Tras varias generaciones de sufrir esta degradación ocurrió lo predecible: la demanda de más y más basura. De por sí, la vida de la mayoría ya es bastante dura y lo era mucho más hace menos de un siglo. No se le podía exigir a una modistilla o a un guardia municipal que permanecieran dos horas sentados en una silla pensando en la condición humana en general y en su propia vida en particular. Es más cómoda la huida, la evasión. Por supuesto, en el gran cementerio de átomos solitarios que es la urbe. En ésta, los rostros son tan virtuales como los problemas comunes. Partícipes, pero no copartícipes. Yo descargo en ti mis pesas, tú en mí las tuyas, pero ni yo te estoy escuchando ni tú me escuchas a mí. Y ahí interviene Rosa con su mínimo común denominador bajo el brazo.

Como era profetizable, Operación triunfo no se ha librado de la contaminación política. ¿Quién resiste la tentación ante un bocado tan apetecible? No el señor Alejandro Ballestero, portavoz popular en la comisión de control de RTVE. Nuestro es el triunfo de la Operación triunfo, se apresuró a proclamar el avispado portavoz. Y tiene razón, aunque, que yo sepa, no se explicó del todo. Omitió decir que el programa de marras había sido rechazado por TV-5 y por Antena 3. En cambio, en TV-1 comprendieron de inmediato que los valores sustentados y transmitidos por Operación triunfo coinciden con los del partido en el Gobierno. Bien claro lo dijo don Alejandro: los valores de OT son 'los que defiende el PP, como la educación, el esfuerzo, la superación, la amistad, la familia...'. Me pregunto qué partido político no defiende una por una tales virtudes, si bien algunas de ellas no se encuentran demasiado fielmente representadas por Operación triunfo. Con un esfuerzo como el que exige la Academia de Nina no habrá adolescente vago o laborioso que no sueñe. ¿Amistad? Pronto surgirán desavenencias, envidias, rivalidades y desencantos, pues todo eso es muy del oficio. Y familia. Hemos redescubierto la amistad y la familia gracias a un programa de televisión. Mi crítica es tan fácil que prefiero no extenderme para no perder lectores. Enhorabuena a Rosa. Monserrat Caballé quiere cantar con ella a dúo. Bendita reincidencia.

Manuel Lloris es doctor Filosofía y Letras.

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