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VISTO / OÍDO
Columna
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Economía del sexo

El sexo fue siempre un asunto económico y regulado por los centros del poder: jueces, curas, ministerios. La literatura describe las contradicciones entre voluntades y obligaciones, las transgresiones, las luchas. Las economías basadas en las personas (el trabajo) producen resistencias y luchas. Una de las partes de este juego de oferta y demanda de la necesidad del sexo está en la prostitución, a la que llaman el más viejo de los oficios, y siempre ha producido especulaciones técnicas. En España, y especialmente en Madrid, llevamos tiempo preocupados por este problema: qué pasa en la Casa de Campo, en la Castellana o en la calle de la Montera. Llamada así por una bellísima mujer, la esposa del montero mayor del Reino, que vivía allí, y había hombres que iban sólo para verla.

En torno a la agresión de vecinos y comerciantes que creen que se devalúan sus propiedades y su economía -y puede ser así-, que se unen a otras protestas donde moralidad y economía se mezclan enormemente -el botellón-, se plantean estas cuestiones, que el ministro Aparicio define: la prostitución es un maltrato a la mujer. No puede ser considerado un trabajo, que es el ramo que él administra. Es un estilo tergiversado, como con la inmigración -con la que tanta relación tiene-: el inmigrante es víctima de mafias, de 'efectos llamada' y otras cosas. Temo que la situación de la mujer trabajando en esa clandestinidad sea mucho peor y que de ella venga su tragedia social, laboral y económica. La frase del ministro: 'Hay colectivos que piden que la prostitución se equipare a una profesión convencional. Evidentemente, carece de los rasgos básicos para ser una profesión que se pueda ejercer en régimen de libertad y voluntariedad'. El colectivo que lo pide así es el de las prostitutas, que saben lo torturante que es trabajar así. Hay grupos feministas que coinciden con el ministro, y las prefieren en la clandestinidad. Otros procuran ayudarlas, legalizarlas. (Doña Carmen Pichot, esposa del almirante Carrero Blanco, pasaba por la calle de San Marcos un día de sorteo de reclutas y vio largas filas de muchachos que no comprendía bien. El conductor le explicó: 'Señora, son los quintos, que esperan en las puertas de los burdeles'. Mandó prohibir la prostitución. Doña Carmen prohibía mucho: revistas, películas, obras de teatro. El almirante estaba orgulloso de ella).

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