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Columna
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Descrédito de jóvenes

La casualidad quiso que coincidieran en el tiempo, la semana pasada, dos fenómenos contrapuestos: la luminosa lección de Operación Triunfo y el asalto vandálico al rectorado de Sevilla por un grupo de jóvenes. Dos caras bien distintas, al menos en apariencia, de una misma juventud. Ésa que busca, y a menudo no encuentra, los cauces de expresión adecuados a sus problemas, a sus sueños. En común, precisamente eso: que el sistema oficial, el de los mayores, en ninguno de los dos había previsto cómo dar salida a un estado latente de cosas ingobernables, cuyas causas más profundas no interesan. Un par de cartas al director en este mismo periódico se quejaban días atrás de que otros muchos jóvenes se afanan día a día, en las escuelas oficiales, por aprender a cantar, a bailar, a actuar, y que al final lo que la sociedad les ofrece es un páramo, o peor, un mundillo infesto de empresas intermediarias a las que se permite subcontratar a los jóvenes en las peores condiciones imaginables. Tienen razón esos comunicantes, pero gracias al efecto Operación Triunfo ahora todo el mundo sabe cómo es la realidad; además de que ya no tenemos por qué soportar por más tiempo la televisión basura, insignificante o banal, incluida Canal Sur, salvo contadas excepciones. Como gracias a la invasión del rectorado por un grupo de estudiantes, sabemos que la desesperación ha alcanzado entre ellos niveles muy preocupantes, con independencia de que pueda existir también una premeditada voluntad de reventar el sistema, cualquier sistema.

Todo el contexto general ha sido en estos últimos tiempos más que elocuente. La LOU se impuso por la fuerza arrolladora de una mayoría parlamentaria, sorda y ciega a la realidad discrepante de todos los sectores afectados. Poco queda por hacer, salvo recurrirla, como ha decidido el gobierno andaluz. El preaviso de una reválida al final de un bachillerato ya bastante disminuido por un error estructural de la LOGSE (no hay bachillerato que se precie que dure menos de tres años, como el francés, por ejemplo), no parece tener ahora otro fin que 'segregar y jerarquizar a los estudiantes', como dice la consejera de Educación. O sea, que iremos a peor; peor el remedio que la enfermedad. El jodido fenómeno del botellón la única respuesta que encuentra es el aviso de varias prohibiciones, en un paquete legislativo de esos que el PP está preparando en la oscuridad de sus intenciones neocentralistas. Eso sí, con mucha retórica educacional y de ocio alternativo que nadie ve por parte alguna. No se ve que se abran los institutos por las tardes y los polideportivos y las casas de cultura por las noches; o que se frenen, o mejor se prohíban de una vez, las empresas de contratos temporales, verdaderas reguladoras del mercado de esclavos... jóvenes, naturalmente; o incentivos sustanciales al trabajo fijo, al acceso a la vivienda, y a la procreación en las parejas jóvenes, en vez de lamentarnos todo el día de lo baja que está la natalidad, como si fuera una maldición divina.

En lugar de todo eso, y muchas cosas más, de pronto como que se ha puesto de moda criticar a los jóvenes. Mal camino. Cuando una sociedad empieza a denostar lo más valioso que tiene, sus reservas biológicas, es que algo funciona radicalmente mal.

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