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Reportaje:REPORTAJE

Alberto Fujimori, un ave fénix en la sala de espera

Al comentar el caso de Alberto Kenya Fujimori, que en la noche del 10 de diciembre del año 2000 se fue a la cama peruano y despertó japonés, el señor Nakano -según dice la ficha de identificación que llevan los taxis de Tokio al lado del volante- sonríe y ladea la cabeza con ese gesto dubitativo que usa la gente de este archipiélago para anticipar una afirmación contundente: 'Es un oportunista. Sólo quiere ser japonés cuando le conviene'.

Acelera, mira por el espejo retrovisor y se apresura a matizar: 'No sé bien qué cosas malas hizo en Perú, pero Fujimori-san [el señor Fujimori] debería regresar para aclarar su situación antes de venir a vivir a Japón'.

La opinión de Nakano-san es compartida por muchos de sus compatriotas que confiesan no conocer el trasfondo del asunto pero que califican de 'extraño' el que su Gobierno haya levantado una barrera protectora alrededor de un nikkei (descendiente de japoneses) venido de un lejano país en el sur de América que gobernó durante 10 años y al cual abandonó siendo aún presidente.

El ascenso de Fujimori a la presidencia de Perú llevaba implícito un mensaje: la derrota de la oligarquía blanca por alguien que promocionaba el milagro japonés
La ausencia de criterios políticos o morales en la ayuda japonesa a los países en desarrollo permitió que Fujimori la calificara de 'un chorrito de dinero'
El ex presidente peruano tiene un olfato de predador por los sujetos adinerados, según atestiguan los intérpretes japoneses que actuaron en sus reuniones

El New Otani, el hotel donde el 19 de noviembre de 2000 la historia reciente peruana se dividió en dos, es una construcción imponente levantada para los Juegos Olímpicos del 64 en la céntrica zona de Akasaka. A la vuelta de la esquina, en una estilizada torre gris de 30 pisos llamada Garden Tower, Fujimori pasa los días siguiendo las minucias de la política peruana por Internet y, en una posibilidad jamás soñada por el más beligerante de los dictadores latinoamericanos en el exilio, reavivando las heridas que dejó en su década de gobierno con una página web abastecida semanalmente de invectivas contra sus enemigos y de reproches al Gobierno actual de Lima.

En Garden Tower, Fujimori ha escrito además un libro titulado Mis armas contra el terrorismo, que sale este mes traducido al japonés y que, a juzgar por el breve pasaje que el ex presidente seleccionó para leer el mes pasado en una conferencia, utiliza el 11 de septiembre para justificar los métodos que su régimen aplicó para exterminar la subversión.

El ex mandatario lleva una vida monacal de lectura, paseos en bicicleta, visitas al supermercado y comidas preparadas por él mismo, según explicó en un mensaje enviado el mes pasado a la agencia local de noticias Kyodo, y en donde proclamaba que no tenía miedo a salir a la calle, aunque en Lima se hayan emitido tres anuncios, hasta ahora infructuosos, de que la Interpol había sido notificada para detenerlo en Tokio.

La actitud desafiante del depuesto presidente parte de la certeza de que la nacionalidad japonesa, reconocida por el Gobierno de Tokio el 11 de diciembre de 2000, lo ha puesto fuera del alcance de cualquier acuerdo internacional que pretenda llamarlo algún día a rendir cuentas.

Que Japón lo proteja como a uno más de sus ciudadanos y descarte el principio de nacionalidad predominante, pese a que el implicado es un ex jefe de otro Estado que cuando visitó este país fue recibido por el Parlamento y por el emperador en esa condición, es una de las causas más importantes que contribuyen a hacer más llevadera la estancia del ex mandatario en Tokio, aunque no la más tangible.

Compañera enigmática

El fax enviado a la agencia Kyodo, escrito en español, dejó de mencionar a una compañera enigmática junto a la cual el fotógrafo de un semanario sensacionalista local lo sorprendió en medio de un sutil, pero elocuente, roce de manos, cuando salía del edificio el año pasado. La esbelta mujer, que podría tener la mitad de los 63 años de Fujimori, era una oriental de apariencia cuidada sin estar a la moda, que hacía pensar en una de las discretas empleadas que trabajan en las oficinas que ocupan los primeros 19 pisos de Garden Tower.

Akasaka está situada a diez minutos andando de las oficinas del Gobierno y del edificio de la Dieta, el Parlamento nipón. Caminando sin prisas, en las calles interiores se pueden divisar discretos portales de bambú y suelo de piedra que conducen a reservados restaurantes tradicionales donde cada noche, entre tragos de sake caliente servidos por encantadoras señoras en quimono que en otro tiempo fueron geishas de una blancura imposible, los miembros del gubernamental Partido Liberal Demócrata (PLD) negocian los pactos de sus variopintos y belicosos clanes.

Para algunos de estos políticos, Fujimori es el fruto excelso de los programas nipones de emigración hacia diversas zonas del Pacífico iniciados en los tiempos de las vacas flacas, hace cien años, y que empezaron a dar resultados inesperados en la década de los ochenta cuando los expatriados enviaron de vuelta a sus herederos a realizar trabajos que la juventud nipona, nacida en la abundancia de la posguerra, rechazaba por considerarlos KKK, apelativo resultante de la forma alfabetizada de las tres palabras japonesas para 'duros, sucios y peligrosos'.

El ascenso en 1990 de un nikkei a la presidencia de un país hispanohablante y que prometía expandir los intereses diplomáticos y económicos de Japón en Latinoamérica, llevaba además implícito un factor que el propio Fujimori se ha preocupado de subrayar en los escritos dirigidos a sus nuevos compatriotas: la derrota de la oligarquía de la raza blanca por un candidato que promocionaba el milagro japonés y que mostró a Japón como fuente futura de ayuda y tecnología.

Jefe de ventas

Sin embargo, la relación de Tokio con un peruano, que cuando sonríe podría ser el solícito jefe de la sección de ventas de cualquier gran almacén japonés, no fue siempre fluida. Con el fin de lubricarla, Fujimori realizó frecuentes visitas no oficiales en las que se presentaba como un jovial convidado de piedra, balbuceando un japonés coloquial de giros arcaicos, que distaba mucho del autoritario gobernante que a los dos años de poder se daba un autogolpe de Estado.

La ausencia de criterios políticos o morales que ha caracterizado la ayuda japonesa a los países en vías desarrollo, demostrada en casos como las controvertidas donaciones a la junta militar de Birmania, permitió que Fujimori asegurara lo que en los últimos años de su régimen, convertido ya en un rimbombante jefe de gobierno, llamaba un 'chorrito de dinero'.

La toma de la residencia del embajador japonés en Lima el 17 de diciembre de 1996 y su conclusión cuatro meses más tarde con la aniquilación del comando guerrillero del MRTA, y un número mínimo de bajas entre los rehenes y el ejército, se convirtió en una condecoración máxima para un personaje cuya existencia asemeja a veces una corriente enfurecida en la que él se las arregla para sacar, con un mínimo de esfuerzo, el pez más suculento.

El inesperado asalto militar del 22 de abril de 1997 tuvo el valor añadido de restaurar el orgullo patrio de las autoridades japonesas, mancillado por los jóvenes guerrilleros al haber irrumpido violentamente en territorio nipón justo el día en el que se celebraba el cumpleaños del emperador Akihito, considerado por algunos aquí como el equivalente al 'día de la raza' de la milenaria estirpe de Yamato.

La imagen de Fujimori victorioso, con el chaleco blindado gesticulando órdenes vigorosas frente a las cámaras cuando ya la operación había terminado, quedó asociada en la mente de muchos japoneses en los círculos políticos, culturales y religiosos con la de 'un defensor de lo japonés', aseguran algunos periodistas de Kyodo.

El hecho de que en esos momentos estuviera en el Gobierno de Japón Ryutaro Hashimoto, en la actualidad el jerarca del clan más poderoso dentro del hegemónico PLD, y que el mensajero de Japón a Lima durante la crisis de los rehenes, Masahiko Komura, se convirtiera en el ministro de Justicia encargado de confirmarle la nacionalidad, fueron las siguientes cartas premiadas en la prodigiosa baraja del ex profesor universitario nikkei que, en opinión de sus opositores, sufrió un resbalón en el poder por efecto de una inesperada carambola.

'Fujimori le salvó el Gobierno a Hashimoto', sentencia Luis J. Macchiavello, el embajador peruano en Tokio, al citar la crisis originada en la capital nipona por los titubeos del primer ministro ante un incidente que se había escapado a las más descabelladas previsiones de los expertos en inteligencia nacionales y extranjeros en Lima, y que fue terminado de forma aséptica, sin prisioneros, descartando, al menos en ese momento, incómodas secuelas legales como declaraciones controvertidas o juicios.

Macchiavello, un hombre de 70 años y complexión frágil, que se esmera en afinar todas sus frases hasta mantener un tono constante de ironía, recuerda que era embajador en Tokio cuando en 1990 un ingeniero agrónomo, al que apodaban El Chino, se había presentado a las elecciones del Senado ('porque eso de ser ex candidato quedaba elegante') y cayó en la presidencia de rebote, empujado por la reyerta electoral entre el partido del entonces presidente Alan García y el escritor Mario Vargas Llosa.

El embajador esparce sonoros adjetivos japoneses en su habla y recuerda que cuando Fujimori lo visitó en Tokio en calidad de jiki daitorio (presidente electo), tenía 'cero programa de gobierno'. Según Macchiavello, el presidente accidental respiró aliviado cuando recibió una llamada en la que le avisaron que Juan Carlos Hurtado Miller aceptaba ser su primer ministro y ministro de Economía.

Añade que poco después fue llamado a Lima por Fujimori para ceder el cargo de embajador en Tokio a su propio cuñado, el también nikkei Víctor Aritomi, 'en un acto de nepotismo comprensible'. La promesa de una embajada en Uruguay, que nunca se materializó, es una de las razones citadas por Macchiavello al otorgarle a Fujimori un calificativo que para un japonés neto tiene calidad de afrenta: uso-tsuki (mentiroso).

Otra vez Macchiavello

Tras rechazar la renuncia de Fujimori y destituirlo por incapacidad moral permanente para gobernar, Lima nombró de nuevo a Macchiavello para la plaza de Tokio, y, tras las elecciones, el nuevo presidente Alejandro Toledo lo volvió a confirmar en una posición con un objetivo prioritario: ser el sheriff de Fujimori.

Fujimori ha demostrado tener un olfato de predador por los sujetos adinerados, según atestiguan japoneses que alguna vez hicieron de intérprete en sus reuniones, y quienes aseguran que muchos visitantes importantes de Tokio regresaron de Lima indignados por la forma expeditiva en la que el entonces presidente calibraba el rendimiento en metálico que cada uno de ellos le podía deparar.

En Tokio, Fujimori ha tenido oportunidad de aplicar su talento y ha demostrado que a la hora de calibrar la calaña política de sus benefactores, la balanza se inclina siempre hacia la derecha.

Una de las primeras personas con las que Fujimori habla al llegar a refugiarse en Tokio es la escritora cristiana Ayako Sono, autora de novelas sentimentales que la hicieron rica hace décadas y que fue escogida por la buena imagen que le daban sus convicciones religiosas para presidir una organización filantrópica fundada por Ryoichi Sasakawa, millonario japonés que falleció en 1995, y que ha sido calificado en los archivos del Departamento de Estado de Washington como un personaje 'con una poco agradable historia política'.

Sasakawa creó en 1931 el partido ultranacionalista Kokusui Taishuto (algo así como el Partido Fascista de la Esencia Japonesa para las Masas), un grupo que llegó a tener 15.000 miembros uniformados de camisa negra y devotos de Benito Mussolini, con quien el millonario derechista se tomó una fotografía conmemorativa en 1939. Al final de la II Guerra Mundial, el ejército aliado detuvo a Sasakawa como criminal de guerra tipo A, por 'delitos contra la paz' al colaborar en la preparación de una 'guerra de agresión'.

Tras la restauración en el trono del emperador Hirohito, las Fuerzas de Ocupación aliadas se mostraron indulgentes con individuos de dudosa reputación, que con sus contactos en los bajos fondos ayudarían a contrarrestar los brotes incipientes de comunismo y a reconstruir un país diezmado por los bombardeos aliados mediante el control de los canales de distribución.

En 1948, Sasakawa salió libre, y siete años más tarde, el ex convicto se convierte en uno, aunque no el más notorio, de los primeros donantes para la fundación de la coalición conservadora que tomará las riendas del país y propiciará el renacimiento económico más vertiginoso en la historia del siglo XX: el Partido Liberal Demócrata.

A cambio de su apoyo monetario, Sasakawa recibe concesiones exclusivas para las apuestas de su Asociación Japonesa de Carreras de Lanchas, cuyos beneficios multimillonarios darán abasto para fundaciones benéficas como la Nippon Zaidan que dirige Sono, y donaciones con las que el ex criminal de guerra se forja un círculo internacional de, supuestamente, incautos amigos entre los que caen personalidades como el ex presidente de EE UU Jimmy Carter, junto a quien se fotografía haciendo jogging en 1984.

Tras la destitución de Fujimori, Sono lo aloja en una casa anexa a su residencia en el barrio residencial de Chofu. Allí, el ex presidente es presentado al círculo de amigos de Sono y de su esposo, el también escritor Shumon Miura. Un día, Fujimori conoce a un ex periodista del diario económico Nihon Keizai y director del Instituto de Estudios Sociales y Culturales de Japón, de la Universidad Takushoku, Kazuo Ijiri.

Menudo y con una tendencia a alisarse con la mano una melena blanca que cae sobre los hombros de elegantes chaquetas hechas a medida, Ijiri afirma que, tras haber quedado 'impresionado con los conocimientos económicos de Fujimori', pensó de inmediato en invitarlo como profesor a su universidad, un centro docente cuyo nombre traduce, 'universidad de la colonización', y que fue creada inicialmente en Taiwan a comienzos del siglo XX para fomentar la expansión nipona y adelantar un proyecto que incluía hacer del japonés un idioma panasiático.

Almas afines

El próximo descubrimiento de Sono en la búsqueda de almas afines a Fujimori es Shintaro Ishihara, el alcalde de Tokio. Ishihara, amigo de juventud del fallecido escritor nacionalista Yukio Mishima, es un carismático orador que explica la brutal avanzada colonialista nipona en Asia en el siglo pasado como parte de una 'noble campaña' contra el poder invasor de Occidente. El alcalde opina que Japón tiene todas las condiciones tecnológicas para anular el tratado de defensa con Estados Unidos y convertirse en el primer poder militar del mundo con el emperador a la cabeza. Ishihara es un disidente del PLD y ha sido comparado a un 'Berlusconi japonés' por niponólogos occidentales en un paralelo que equipara al partido hegemónico nipón con la Democracia Cristiana de Italia, especialmente en lo tocante a sus conexiones íntimas con el hampa.

Ishihara simpatiza enseguida con el heroico nikkei que acabó con los terroristas del MRTA en Lima y decide presentarlo al mejor amigo que tiene en este mundo: Torao Tokuda, diputado del pequeño partido Alianza Liberal, propietario de un centenar de hospitales y clínicas en todo el país y fundador de un grupo llamado Federación de Ciudadanos para hacer primer ministro a Shintaro Ishihara. Millonario para variar, Tokuda inicia poco después una agrupación 'para proteger a Fujimori-san' que se reúne una vez al mes para comidas en las que el ex presidente peruano es la atracción principal y que hasta diciembre pasado tenía planeado recolectar 20 millones de yenes (unos 160.000 euros).

El grupo soluciona así el problema del sustento diario del supuestamente desposeído ex presidente suramericano con una cantidad anual que, si se divide por meses, daría un salario de más de 13.000 euros o el equivalente al estipendio mensual de un parlamentario local.

La buenaventura que acompaña a Fujimori en la tierra de sus antepasados se ha manifestado además con la presencia en el Gobierno de Junichiro Koizumi, político de melena indómita y simpatías nacionalistas que, al ser elegido presidente del PLD y primer ministro, en abril pasado, promete potenciar el ejército japonés y modificar la Constitución pacifista para permitir la participación del país en conflictos bélicos internacionales.

Koizumi propicia el renacer del chovinismo como posición política válida con gestos provocadores como permitir la modificación de algunos textos escolares de historia para embellecer, a la manera de Ishihara, las descripciones de las invasiones niponas en el resto de Asia.

En una breve reunión con el presidente Toledo en el marco del último foro de Apec en Shanghai, Koizumi le asegura que el caso de Fujimori será tratado de acuerdo a las leyes de Japón. Es decir, Fujimori es japonés.

Fujimori, con el matrimonio Ayako Sono y Shumon Miura.
Fujimori, con el matrimonio Ayako Sono y Shumon Miura.REUTERS

Un cuñado protegido

LA PERCEPCIÓN de que una fuerte presión política rodea el caso Fujimori quedó confirmada para Kazuo Ohgushi, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tokio, cuando el Gobierno le restituyó la nacionalidad japonesa a Víctor Aritomi, el ex embajador peruano en Tokio y cuñado del ex presidente de Perú. El profesor Ohgushi señala que mientras Fujimori tenía una base legal para obtener la nacionalidad, Aritomi había renunciado a su doble ciudadanía para poder convertirse en el representante diplomático de Lima en Tokio. La nacionalidad japonesa de Aritomi fue confirmada en el Boletín Oficial del Estado tras la primera acusación surgida en Perú contra él con una rapidez de prestidigitador que fue recibida por los peruanos como una bofetada. Ohgushi, afable y con una piel tersa que repele cualquier intento de adivinar sus 44 años, ha tomado el caso de Fujimori como un desafío personal -está casado con una peruana y tienen hijos-, y considera 'un deber hacia Perú para compensar el apoyo que dio mi país a Fujimori durante diez años de barbaridades'. La hipótesis de Hideaki Idaka, escritor y veterano corresponsal de Kyodo en Latinoamérica, es que Alberto Fujimori es un ave fénix que, como otros dictadores latinoamericanos en la historia, regresará después de un breve exilio. 'Tokio es su sala de espera', dice tajante el ex corresponsal, y adelanta un escenario en el que la situación de países como Colombia se desbordará y hará necesaria una mano fuerte en la zona, con el consentimiento de Estados Unidos. 'Nadie mejor que el nikkei heroico educado por los derechistas japoneses', declara premonitorio, y cierra su frase con una mirada expectante que parece aceptar apuestas.

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