Intelectuales, diosecillos
Hace ocho días, en estas páginas, Pilar Rahola dedicaba uno de sus valientes artículos a los intelectuales que tenemos más a mano, los de aquí mismo. Y señalaba la confusión entre los que trabajosamente se dedican a pensar y los que ejercen de burócratas o, como antes se decía, de 'intelectuales orgánicos'; al fin, diosecillos. Me llamó la atención que Rahola no dijera ni una palabra acerca del hecho de que todos ellos, unos y otros, son hombres. Seguramente esto se debe a que la idea de que únicamente los hombres piensan está enquistada hasta en las mujeres más lúcidas, perspicaces y modernas.
Llevo bastante tiempo observando que, aquí y ahora, se habla mucho de 'la revolución de las mujeres', pero se da por hecho que sólo a ellos, los hombres, sean intelectuales valiosos o diosecillos, se les otorga -se les delega- esa facultad de pensar. Es evidente: cuando hablamos de pensamiento nos referimos a las cosas serias y decisivas del ámbito de las ideas o el poder. La forma del Estado, por ejemplo, la economía y sus ciclos, o la política en general, son feudos masculinos aún en exclusiva. Y así van las cosas. Subrayo en exclusiva, ya que si una mujer es convocada a una discusión intelectual suele hacerse no sólo 'para que haya una mujer', sino que -ella- debe hablar el único lenguaje que ellos entienden; ser, en definitiva, 'como un hombre', un diosecillo más.
En la vanguardista Barcelona, esta situación es pétrea, inamovible. Una vergüenza. Ya puse una vez el ejemplo del Fòrum 2004, pero sucede todos los días: sólo ellos imparten doctrina sobre la Unión Europea, los fundamentalismos, la identidad, la tecnología, la sociedad de la información, la guerra y ¡hasta la ecología! Convocados por instituciones públicas, universidades, fundaciones y organismos variopintos, por la derecha o por la izquierda, los que piensan y organizan nuestra vida son hombres. Sólo hombres. Hasta en un asunto como el de la decadencia de Barcelona, la televisión municipal, BTV, convocó un debate ¡sólo entre hombres!, como si las barcelonesas no tuvieran nada que decir. ¿Porque no piensan, se sobreentiende? Eso es lo que sucede.
Tenemos unas castas dirigentes masculinas muy rancias. Muy alejadas, además, del mundo actual que acoge el 'pensamiento femenino' como lo que es: una renovación. Ahí están las discusiones de Porto Alegre, ahí están ideas por las que luchan mujeres que empiezan a ser conocidas: Susan George, Vivianne Forrester, Naomi Klein, Vandana Shiva, Marie France Hirigoyen, Mary Kaldor, Salima Ghezali, Arundhati Roy, Emma Bonino, Esther Dyson, Anita Roddick... Mujeres, éstas y otras muchas, desconocidas, que han pensado siempre a contracorriente y han dado a luz una idea abierta y explosiva: el mundo puede ser de otra manera. Es decir: menos masculino, menos entregado a la 'lógica de la dominación' que es el piñón fijo que mueve la historia hecha por hombres y por el pensamiento machista, que Pierre Bourdieu, añorado hombre lúcido, atribuía con benevolencia a esa pasión masculina de 'ser importante'. Vanidad pura.
De tanto escuchar a los hombres importantes -y ver desastres como los que cuenta ese valioso libro Juicio a Kissinger, de Chistopher Hitchens, en Anagrama-, las mujeres hemos aprendido, precisamente, a ser humildes; justo lo contrario de lo que son la mayoría de nuestros intelectuales. Monopolizadores del pensamiento, quizá sin darse cuenta -lo que es más grave-, ignoran no sólo que las mujeres piensan y sacan conclusiones, sino que la lógica de la dominación, que ejercen en el mundo de las ideas, está siendo sustituida por la lógica del mestizaje y del respeto. Sólo se escuchan a sí mismos. Ignoran, pues, una realidad que emerge: son una rémora, un tapón. Pilar, querida, piensa en ello.
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