Colección de raros y curiosos
En El Criticón (1651-1657), Baltasar Gracián nos regaló un delicioso capítulo, en la crisi segunda de la 2ª parte, en que Critilo y Andrenio visitan al caballero Salastano, 'cuya casa es un teatro de prodigios, cuyo discreto empleo es lograr todas las maravillas', y paseándose por su fastuoso palacio de extraña fauna y flora, herméticos jardines y excéntrico coleccionismo, ambos viajeros 'no registraban cosa que no fuese rara, hasta las sabandijas tan comunes aquí eran extraordinarias'. Ahora el periodista Lawrence Weschler nos pasea a nosotros por el disparatado gabinete de rarezas y curiosidades del señor Wilson, que sucede en el tiempo al de Lastanosa y no es sino una rama desgajada también del frondoso árbol que fue aquella enfermiza e insólita sed de admiratio y prodigios que atravesó la Europa de fines del XVI y del seiscientos barroco. La folla de maravillas que mencionó Gracián le pagaba un tributo a aquella tradición que iniciaron humanistas y científicos de ilimitada curiosidad, coleccionistas de asombros como las doncellas velludas y los niños bicéfalos que el lector podrá observar hojeando Monstruos y prodigios (1575), de Ambroise Paré, o las curiosidades recogidas en la Silva de varia lección (1540) de Pedro Mexía o en el Jardín de flores curiosas (1570) de Antonio de Torquemada, inspirado a su vez en el Libro de las maravillas del mundo (1524) del preste Juan de Mandeville.
EL GABINETE DE LAS MARAVILLAS DE MR. WILSON
Lawrence Weschler Traducción de R. M. Bassols Seix-Barral. Barcelona, 2001 163 páginas. 13,22 euros
La voraz erudición enciclopédica del jesuita Kircher, que ha puesto ahora a nuestro alcance la magnífica antología de Ignacio Gómez de Liaño, Athanasius Kircher. Itinerario del éxtasis o las imágenes de un saber universal (Siruela, Madrid, 2001), se vistió de gala en el Musaeum Celeberrimum que el jesuita fundó en Roma en 1651, repleto de armadillos, planetarios y esqueletos, con su colección de dragones, unicornios, onaros, equicervus y gatos voladores cercanos al murciélago del señor Wilson. A sus artilugios de magia óptica se refiere Calvino en una cita de Si una noche de invierno un viajero, que recoge Weschler con la misma intención con la que cita a Borges el tramposo: fundir en la fragua del texto lo verdadero y lo fantástico, lo real y lo falso, hasta que uno y otro se nos antojen lo mismo y el mundo empírico se continúe en el mental. También supo Gracián de los disfraces que el ingenio de la ficción le pone a la verdad, y de aquella predisposición con la que casi todos nos dejamos engañar por la maravilla: 'Son raros los que miran por dentro, y muchos los que se pagan de lo aparente' (Oráculo manual y arte de prudencia, IC), y es este combate entre realidad, apariencia e invención el que suscita desde la primera página el interés del lector de Weschler, boquiabierto por la audacia de lo que ve si bien complacido por la ironía que sospecha.
La atávica fascinación por la ra
reza limita con el absurdo cuando alcanza incluso a Georges Perec, quien en Pensar, clasificar (1985) desautomatiza los objetos de su escritorio convirtiéndolos en una colección de maravillas, a saber, 'una lámpara, una cigarrera, un florero, un piróforo, una caja de cartón que contiene pequeñas fichas multicolores, un gran secante de cartón duro con incrustaciones de carey, una espiral de acero donde se pueden deslizar las cartas en espera...', interminables desfiles de objetos como los que desperdiga en forma de collage en La vida instrucciones de uso, un catálogo oulipiano que, como las cajas neodadaístas de Joseph Cornell -en las que se hacinan objetos singulares como metáfora del mundo- amontona jeroglíficos, juegos de palabras o tableros de ajedrez, a la vez que remite a las Marvel Houses International y entronca con aquel coleccionismo barroco que convirtieron en imágenes los pintores de gabinetes de aficionados, desde Rubens y Brueghel de Velours, autores de la célebre Alegoría de la vista (1617), hasta Adriaen van Stalbempt, autor de una Alegoría de la pintura, o a Frans Francken, pintor del Gabinete de aficionados con asnos iconoclastas (1619), lienzos afectados de horror vacui en los que se amontonan pinturas, esferas armilares, numismática, conchas y caracolas marinas, globos terráqueos, bustos, aves exóticas, espejos confrontados y efectos de luz que emulan la magia catóptrica de Kircher, astrolabios y telescopios manuales junto a monos, perros, miniaturas y samovares. La moda del coleccionismo y los tesoros de rarezas se dan la mano en el barroco con las artes de la memoria y la magia nacida del neoplatonismo, y tampoco en el gabinete del señor Wilson descartará el lector la explicación alegórica. La tuvieron todos y cada uno de los Wunderkammern, los teatros de artefactos europeos del seiscientos, circos de la naturaleza fecundada por el arte, colecciones alternativas a la ciencia de las academias, las universidades y la prehistoria de los museos, nacidos de concepciones más modernas, como la que tuvo el pionero Samuel Quiccheberg, Inscriptionis vel tituli theatri amplissimi (1565), o más adelante el cardenal Federico Borromeo, mecenas de Rubens, en su Musaeum (1630).
En fin, Weschler le suma un ejemplo a esa extraña afición a reducir el mundo entero a una caja o un armario de maravillas -como a su modo hizo también Noé con su arca- como si de una sinécdoque se tratara, y a reunir prodigios. Y larga es, pues, la tradición que avala las distracciones de su héroe, el californiano Mr. Wilson, convertido en un Linneo pervertido y enloquecido, ávido de adynatas y de hazañas contra natura. Si van a California, acudan al desfile de rarezas y asombros que el señor Wilson les tiene preparados en su Museo de Tecnología Jurásica (9341 de Venice Boulevard, en Culver City). Si no, sonrían con el admirable engendro literario de Lawrence Weschler, jueguen con él a los imposibles, relativicen las certidumbres positivistas, cuestionen las verdades reveladas de la ciencia, miniaturicen el mundo y disfruten del ingenio y del engaño antes de que la furia de Descartes, Galileo y Newton regrese y censure para siempre los privilegios de la imaginación.
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