El asedio de Collserola
He vivido ya varias experiencias como habitante de una Vallvidrera abrumada por las nevadas y en estado de sitio durante horas, como si las máquinas quitanieves y la sal se resistieran a abrir camino en un desnivel que sólo tiene uno 300 metros de altura y hasta ahora unido con Barcelona por una carretera asfaltada. Digo hasta ahora porque el grado de abandono e indefensión de Vallvidrera y de toda Collserola merece un capítulo en cualquier tratado sobre la doble verdad y el doble lenguaje del poder. En teoría estamos hablando de una población situada en un parque natural, considerado además pulmón de Barcelona y del Vallès, sin que se especifique si el pulmón ha de padecer o no tuberculosis o sea ya imprescindible detectar el enfisema. Lo cierto es que cuando nieva en Vallvidrera, incluso nevadas anunciadas por TV-3 y hasta por Televisión Española, algunos de sus vecinos no pueden dormir en su casa porque las máquinas quitanieves tardan en regresar desde el Everest y la sal ya no acude con presteza desde Cardona. Ni desde las salinas de Terreros, por poner dos ejemplos de depósitos naturales de sal si es que de esta sal se trata para combatir nevadas y heladas. Conseguir regresar a Vallvidrera en un día de nevada debería estar evaluado en la Guía Guinness porque puede dejar en el territorio de las tonterías relativas cualquier expedición al Polo Norte o al Polo Sur.
Una deforestación diríase que obtenida gracias al napalm sobrante de la guerra de Vietnam afectó a un bosque de encinas centenarias
Sospecho que tanto la villa de Vallvidrera como el parque de Collserola despiertan una cierta irritación en el cerebro o el corazón de los poderes urbanísticos que se ciernen sobre la una y el otro. Por ejemplo, Vallvidrera está prácticamente por asfaltar, salvo la carretera principal, y cuando llegó la máquina quitanieves se limitó a maquillar la realidad liberando la carretera, pero dejando intransitables la mayor parte de las calles embarradas que parten de ella. Territorio en el pasado de masoveros y veraneo barcelonés modesto, Vallvidrera es un incómodo paraíso sensorial que no llega a la condición de gran zona residencial, en el que respiras mejor que en el centro de Barcelona y en el que no puedes comprar un sello de correos. Lo uno va por lo otro, pero el odio presumido en las autoridades se debe a que en teoría deben respetar límites de desarrollo urbanístico, intolerables por parte de los consistorios municipales, incluso los más progresistas, tan ávidos siempre de deforestar a cambio de metros cúbicos de instalaciones públicas inaugurables semanas antes de las elecciones municipales.
Recientemente, un grupo de vecinos protestó por una deforestación diríase que obtenida gracias al napalm sobrante de la guerra del Vietnam que afectó a un bosque de encinas centenarias en cuyo suelo ahora han brotado varias viviendas unifamiliares adosadas, una urbanización contra una parte importante del supuesto pulmón. No sólo se arrasó el bosque, sino que cedieron las tierras y se inutilizó un camino público, según la estética que suele adornar las destrucciones naturales en los países pobres, por ejemplo, un huracán en Guatemala. Como si hubiera pasado un huracán por la espesura del bosque de Collserola, los árboles y las tierras contribuyeron al apocalipsis programado por una constructora ante la pasividad inexplicable ¿o explicable? de las vigilantes autoridades que han de cuidar la buena salud de nuestros pulmones.
Nevada todavía la sierra, representantes de diferentes asociaciones y plataformas en defensa de Collserola contra los que en teoría la defienden, se reunieron para que constara su protesta y aviso sobre los funestos resultados de un asedio. No sólo el Ayuntamiento de Barcelona es responsable de todo lo que no hace para cuidar Vallvidrera y preservar la montaña, sino que esta responsabilidad alcanza a otros ayuntamientos que han tolerado o preparan mordiscos urbanísticos en Collserola, de momento en las laderas del parque, pero desde Sant Cugat o desde Cerdanyola se atreven cada vez más a respaldar una deforestación que constata el arboricismo étnico de los paisanos, sean o no alcaldes, concejales o especuladores de la construcción. En cierta ocasión se me ocurrió definir Collserola como una Amazonia en pequeña escala e insisto en ello, pero desde la evidencia de que sobre nuestra sierra se ciernen amenazas cualitativamente similares a las que tratan de convertir la Amazonia en un casi infinito horizonte de autopistas y parcelas roturadas.
Las protectoras leyes en vigor o llevan las trampas incluidas o no son aplicadas por gente amiga, tal vez dolida por no poder convertir Collserola en un parque temático de la Walt Disney Corporation, que es lo que les gusta. Sospecho que las hornadas de funcionarios de las que depende la salud de este tan cacareado pulmón lleno de caries son urbanitas full time que detestan todo espacio verde no dedicado al cultivo de coles. Habitante de este hermoso fortín ecológico, aunque embarrado y amenazado por todas las futuras nevadas y averías del funicular y del espíritu, contemplo en cambio con gozosa solidaridad como la irritación vecinal crece y se aplica la vieja fórmula progresista de análisis concreto de la situación concreta, para llegar a la conclusión de que el poder municipal nos está tomando el pelo mientras contemplo indiferente el deterioro del paraíso, hasta que a alguien se le ocurra la campaña Salvem Collserola! y hasta el alcalde Joan Clos, es un decir, pueda enterarse de lo que pasa o de lo que ya ha pasado.
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