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Columna
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Otra vez el error histórico

El triunfal congreso del PP, sus expectativas de apoyo electoral, su victoria en Galicia, la descentralización de la sanidad y los éxitos que suponen las operaciones policiales en Francia frente a ETA están poniendo a la izquierda en una situación de nerviosismo que se traduce en enfrentamientos internos. Se puede apreciar en una cierta crispación que limita su capacidad de reflexión y le lleva a acudir, como siempre, a la utilización del prejuicio y la consigna, y a caer en el cainismo internista como mecanismos de compensación. Uno echa de menos aquella brillante capacidad de análisis que muestran los protagonistas de la película La vida de Brian cuando empiezan a contestarse a sí mismos la pregunta: '¿Pero qué han hecho los romanos?'. Una vez contestada, las conclusiones fluyen.

No es aceptable el 'síndrome de Estocolmo' de sectores de izquierda respecto al nacionalismo
La convivencia entre diferentes sólo es posible si se respeta la ley que nos hace ciudadanos iguales

Aquella juventud de izquierdas de las postrimerías del franquismo, frustrada no sólo porque nada cambiaba sino porque en París la gente saltaba a la calle y aquí nadie lo hacía, descubrió, oportunistamente, las potencialidades del nacionalismo vasco para enfrentarse a la dictadura. Las aportaciones al nacionalismo vasco desde la izquierda española no sólo engordaron a ETA. Durante la transición se pudo descubrir, tanto en la izquierda democrática como en la derecha reformista, un exceso de comprensión hacia los nacionalismos periféricos, como si se tratara de un acto de contrición. El resultado, el Estado de las autonomías, fue aceptable; lo que no lo es tanto es el síndrome de Estocolmo que respecto al nacionalismo se mantiene en sectores de la izquierda, hasta tal punto que muchos consideran que los que hoy lideran la oposición son los insignes sucesores de Sabino Arana.

La tentación de asumir sus planteamientos tradicionalistas y preliberales se vuelven a hacer evidentes. Uno puede descubrir en algunos defensores del nacionalismo asimétrico, aquí en Euskadi, un filonacionalismo que difumina el necesario racionalismo que debe regir toda opción federal y la entronización de la diferencia como origen de derecho, asumiendo la concepción romántica del nacionalismo, y la sustitución del lenguaje político por el poético. Como el personaje de Wody Allen en una de sus películas inolvidables, la izquierda pierde su personalidad y se pone a asumir la del nacionalismo, olvidando que sólo la supeditación de las diferencias étnicas, culturales o de cualquier otro tipo al igualitarismo que supone el imperio de la ley en un Estado democrático de derecho permite la supervivencia y el respeto de esas diferencias sin enfrentamiento civil. Por el contrario, la exaltación de la diferencia del colectivo identificado a sí mismo y la indiferenciación respecto a sus integrantes por encima del marco legal democrático acaba potenciando todo tipo de violencias destructivas, que acaban en el totalitarismo. La convivencia política entre diferentes (diferencias artificialmente exageradas en todo nacionalismo) sólo es posible si se respeta la ley que hace a todos ciudadanos iguales. Bajo esa ley que garantiza la libertad y la igualdad, no sólo se posibilita la diferencia étnica, sino que no se convierte políticamente ni en cuestión ni en base de derecho preferente o privilegio. Es esa igualdad la que se echa de menos en Euskadi para poder llevar adelante un diálogo sincero.

Ahora bien, cuando se ponen en entredicho las reglas que resguardan la igualdad y la libertad del ciudadano, bien por concepciones del nacionalismo o del izquierdismo demagógico, y, sobre todo, cuando ambos coinciden a la vez, no sólo desaparece la diferencia sino que la que impone el nacionalismo engulle a las demás y desaparece la libertad en el cóctel de ambas ideologías. En el pasado, el nacionalismo vasco ha tenido oportunistas aportaciones procedentes del patrimonio ideológico de la izquierda, desde lo que se fue configurando como la izquierda abertzale. Ahora sólo nos queda observar semejante aportación desde el socialismo clásico o español. El combinado será explosivo, en ningún caso elemento de moderación para el nacionalismo.

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El socialismo que, desesperado ante su limitación en la oposición al PP, encuentre la salida por ese camino acabará convirtiendo en explosiva la situación en Euskadi. No es de esperar que las bases de la izquierda histórica se aproximen masivamente al nacionalismo, pero por pocos que sean y por pocos estandartes que rindan, acabarán alentando al nacionalismo en su locura etnicista.

Muchos de izquierdas creyeron en la virtualidad del nacionalismo para facilitar la lucha contra el franquismo. Finalmente, se descubrió que el nacionalismo había engullido cualquier planteamiento liberador y civilizador para erigir el monumento terrorista más duradero en Europa. Finalmente, fue una criminal experiencia. Cuando sigue siéndolo hoy y surge como la mayor amenaza a la democracia la declaración del conflicto vasco hecha por todo un PNV en el Gobierno vasco, no se puede entender la legitimación que el nacionalismo vasco disfruta desde sectores de la izquierda, debido a su incapacidad de constituirse en alternativa al centro derecha que representa el PP, dejando a éste el patrimonio de la defensa de la libertad que históricamente le había pertenecido. Sería una aberración potenciar al nacionalismo para ganar unas elecciones en España, pero sería una estupidez potenciarlo para perderlas.

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