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Columna
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Otro mundo es posible

Mientras el capitalismo continúa su 'epopeya mortífera' (Gallo); a pesar de que 'ninguno de los problemas que intentaba resolver el comunismo ha desaparecido con éste' (Bossetti) y de que para la mayoría de la Humanidad 'el capitalismo no es un sueño a realizar, sino una pesadilla realizada' (Galeano); aunque 'fue el capitalismo el que en el siglo XIX nos trajo las masacres de las poblaciones autóctonas en tres continentes, y en este siglo dos guerras mundiales' (Halliday); a pesar de que 'los pobres y los desamparados todavía están condenados a vivir en un mundo de injusticias terribles, aplastados por magnates económicos inalcanzables y aparentemente inalterables, de quienes dependen casi siempre las autoridades políticas, incluso cuando son formalmente democráticas' (Bobbio); a pesar de todo esto, mientras todo esto ocurre bajo el dominio capitalista, a causa del dominio capitalista, la izquierda reconoce mansamente que 'no hay alternativas al capitalismo' (Giddens).

Ya está. Se acabó El pensamiento único y su primer y fundamental principio -la economía está por encima de la política- es realmente contagioso. En una época de inversión semántica en la que, como denuncia Ernesto Sábato, 'el epíteto de realistas señala a individuos que se caracterizan por destruir todo género de realidad, desde la más candorosa naturaleza, hasta el alma de hombres y de niños', la izquierda duda de sí misma. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, se nos repite machaconamente. Ni siquiera hace falta ya esforzarse por justificar moralmente este mundo. ¿Que no es un buen mundo? No hay otro posible, así que dejémonos de utopías moralistas. 'Lasciate ogni speranza, voi che entrate!' (¡Quien entre aquí, renuncie a toda esperanza!): ¿acaso hemos de repetir mansamente lo que el genio de Dante contempló escrito en las puertas del infierno?

Y es que, digan lo que digan Davos/New York y sus legionarios ideológicos, no es fácil imaginar tiempos peores que estos. La globalización capitalista sólo es posible en un mundo como el que describe el Informe sobre Desarrollo Humano 1999 de las Naciones Unidas: la diferencia entre países ricos y pobres no ha dejado de aumentar desde el siglo XIX, de manera que, si en 1820 la diferencia de rentas entre los más ricos y los más pobres era de aproximadamente 3 a 1, en 1913 ya era de 11 a 1, en 1950 de 35 a 1, en 1973 de 44 a 1 y en 1992 era de 72 a 1. Es preciso que a muchos les vaya mal para que a unos pocos les vaya tan bien. Cada día, todos los días, 40.000 seres humanos mueren de malnutrición o de hambre. El modelo de desarrollo de Occidente provoca el equivalente de un Hiroshima cada dos días. Y sin embargo, ofrecemos nuestro modelo de vida a todo el planeta, como si fuese efectivamente universalizable. Cuando no lo es, ni siquiera para la totalidad de las sociedades más desarrolladas.

En el provocador libro titulado Informe Lugano Susan George responde a la pregunta de cómo garantizar la continuidad del capitalismo en el siglo XXI sin modificar para ello ninguno de sus fundamentos y objetivos. Su conclusión, impecable e implacablemente lógica, es la siguiente (cito casi textualmente): El neoliberalismo global no puede comprender dentro de sí a todos, ni siquiera en las naciones más prósperas. No cabe duda de que no puede incluir a 6.000 u 8.000 millones de personas de todo el mundo. Por ello, el objetivo para el 2020 debe ser reducir en una tercera parte el número actual de habitantes, de aproximadamente 6.000 millones a 4.000 millones, reduciendo en la mitad la estimación de la variante alta de la ONU de 8.000 millones de habitantes. Dicho de otra manera, la población mundial debe disminuir una media de 100 millones de personas al año durante dos décadas. Nueve décimas partes o más de la reducción deberá producirse en los países menos desarrollados.

Otro mundo es posible gritan en Porto Alegre y yo me sumo a su grito. Otro mundo es posible. Por muchas razones, y porque este mundo, sencillamente, es imposible.

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