_
_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Escucha, ciudadano director general

Nos dirigimos a ti para denunciar una decisión discrecional que en los próximos días pretendes adoptar. En principio, parece un tema menor, absolutamente secundario si lo comparamos con las graves medidas que toma el Gobierno para garantizar el bienestar de la España de hoy. Parece, en efecto, que el asunto que te proponemos es un tema secundario de unos padres lastimeros. Al fin y al cabo, decisiones toscas o precipitadas de las autoridades no son una rara excepción, sino una propensión antigua, antiquísima, la propensión de decidir sin contar con las personas afectadas. Sin contrapesos, la tecnocracia y la gestión son eso: la decisión de experto que no se sustenta en el interés de los administrados.

Sin embargo, desde los clásicos liberales, desde esos mismos referentes que el PP invoca y que luego no siempre hace propios, sabemos que la política no es dictar el camino recto ni hacer el bien ni pretender lograrlo a costa de lo que sea y de quien sea. Gracias a esos clásicos liberales, en los que nos reconocemos y a los que rendimos tributo, sabemos que la toma de decisiones políticas debe hacerse ocasionando la menor cantidad de daño posible, ya que el Estado no está para agravar las cosas ni nuestros representantes están para agrandar nuestros males. Pues bien, uno de los males intervencionistas es el que afecta a la escuela o, mejor, a la instrucción pública. Escucha, director general de Centros, la escuela pública fue un gran invento liberal, norteamericano especialmente. Thomas Jefferson sabía muy bien cuál era el fin de la instrucción: formar a ciudadanos y asegurar que esos jovencitos supieran cuándo y cómo defender la democracia. 'Consideramos estas verdades como evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que están dotados por su creador de ciertos derechos naturales; que entre estos derechos se cuentan la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad'. Fijémonos: ideales tan nobles que los populares dicen hacer propios, son, sin embargo, olvidados, porque con ciertas decisiones intervencionistas se deteriora ese ideal democrático de ciudadanía responsable y se quiebra el espacio de sociabilidad que la escuela y el instituto han creado.

La asociación de padres y madres del Col.legi Públic Pare Català (Benimaclet) rechaza una decisión que la Consejería de Educación tiene previsto adoptar en los próximos días y que es la de dividir a todos los niños de esa escuela llegados a la ESO. La intención es separar en dos grupos a antiguos compañeros con destino a dos institutos diferentes. Como la ESO no se estudiará en la escuela primaria, los responsables de la consejería quieren tomar la decisión terminante de dividir a los muchachos en función de no sabemos bien qué criterios: unos al Instituto Ferrer i Guàrdia y otros al Instituto Benlliure. Sean cuales sean los criterios utilizados para la división, esos supuestos son siempre un baremo discutible y muy dudoso, porque las relaciones, amistades y sociabilidades que se crean en la Escuela no se atienen a los arbitrios de la consejería. La vida de los muchachos es más amplia, más rica, más compleja, más sutil, que las decisiones administrativas. Nos parece un criterio rechazable separar a unos de otros porque esa decisión mandará a una parte de los niños a un instituto (Benlliure) que no pertenece al barrio (Benimaclet) en que esos niños (de 12 años aún) han crecido, conviviendo, haciéndose ciudadanos. El mundo de un adolescente debe tener fronteras bien visibles que le den seguridad y asideros obvios. De lo contrario, la vida del púber se vuelve inestable y crítica, más inestable de lo que la propia edad le inflige.

¿Por qué pretende hacer esto la consejería? Por la falta de inversiones en el Instituto Ferrer i Guàrdia. Si las hubiera llevado a cabo, ese gasto habría permitido ampliar sus instalaciones. Aún hay tiempo de hacer ese desembolso que, además, es modesto para los volúmenes que se manejan en el Gobierno autónomo, tan predispuesto, por ejemplo, a la largueza presupuestaria con la televisión. Aún hay tiempo para reunir a todos lo estudiantes del Pare Català en el Ferrer i Guàrdia. Suponemos, no obstante, que un tema como éste les parecerá a casi todos un asunto particular de unos padres enrabietados del que no tiene por qué dar cuenta la prensa. Sin embargo, confiamos en la sensibilidad de los medios de comunicación para apreciar lo que se dirime. Detrás de toda decisión particular hay siempre una consecuencia universal, un rescoldo u eco de nuestras acciones que a todos afecta: nos la jugamos todos siempre, aunque sea en temas menores. ¿No era Sartre quien decía que cuando elijo lo hago en nombre de la humanidad y, por tanto, acabo siendo responsable de una acción que me implica a mí y a todo el género humano? Un ensayista muy estimable, Neil Postman, nos recuerda en El fin de la educación que la escuela y la instrucción pública norteamericana fueron ejemplo y modelo de ciudadanía, que fueron el gran instrumento de transmisión de las virtudes públicas, justamente porque había un itinerario de ciudadanía que se no truncaba. Su actual deterioro, insiste Postman, que es producto de la pérdida de referentes y de continuidad emocional y axiológica, sólo puede acarrear graves trastornos sociales y una anomia creciente entre chicos desorientados que no saben qué deben esperar de la educación y de sus maestros. Esperemos que eso no sea al futuro que les aguarda a nuestros muchachos. La consejería nos debe reconocer la buena voluntad, y nos debe agradecer esta muestra de responsabilidad, que es virtud liberal. Que unos padres se responsabilicen y hagan pública su protesta no es ejemplo de individuos insolidarios y levantiscos, sino emblema de ciudadanía. A nuestros muchachos les adeudamos una provisión de futuro y un sentido coherente del mundo que se asiente y se desarrolle en cada recinto público a los que confiamos su custodia, su formación, su elevación y su mejora. Escúchalo, ciudadano director general.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_