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Reportaje:Aulas

Lecciones en plena campiña

Rosa Blanca Pérez Machado da clases a niños de zonas rurales aisladas de la Sierra Norte sevillana

Una de la tarde del viernes. A esta hora del día la mayoría de los profesores apuran los últimos instantes de su última jornada laboral con la mente puesta ya en el ansiado fin de semana. Todos menos Rosa Blanca Pérez Machado, una vitalista maestra de infantil que a esa hora se dispone a comenzar su peculiar jornada docente sin saber cuando podrá darla por terminada. Blanca es la única profesora en activo del Programa Preescolar en Casa, un proyecto que la Delegación de Educación en Sevilla puso en marcha en el curso 1983-1984 para atender la educación de los niños de tres a cinco años que no pueden ir a centros escolares por vivir en lugares apartados y de difícil acceso. Blanca desarrolla su labor docente en la comarca de la Sierra Norte de Sevilla desde hace cinco años, donde en este momento atiende a cinco niños -empezó el curso con ocho- que viven en cortijadas de los municipios de Constantina, Cazalla de la Sierra, Cantillana y El Pedroso.

En el término de este último pueblo, El Pedroso, reside Inmaculada Muñoz Granados, de cuatro años, a quien hoy le toca visita de su seño, dentro del turno rotatorio de visitas que tiene establecido Blanca.

Casi una hora de trayecto en la anacrónica furgoneta Citröen C-15 separan la sede del Equipo de Orientación Educativa de Constantina de la finca Ventas Quemadas, en la que vive Inmaculada con sus padres -guardeses de la finca-, y hermana. Una hora de viaje que el vetusto vehículo -'Hemos presentado ya una solicitud pidiendo a la Consejería que lo renueve', explica Salvador Guitiérrez, responsable del plan- convierte en toda una odisea, dado que para llegar al cortijo donde vive Inma hay que atravesar, campo a través, varias fincas e incluso vadear arroyuelos. 'Al menos ahora tengo teléfono móvil', dice Blanca refiriéndose a la dificultad que entraña desplazarse en esa antigualla de furgoneta -'De aquí irá directa al museo', bromea- cuando el tiempo anda revuelto y los caminos de cabras que atraviesa tornan en lodazales impracticables.

Tras cerca de 45 minutos de trayecto idílico entre toros, encinares, alcornoques y ovejitas, Blanca enfila el cortijo de Inma que ya lleva un buen rato esperándo a su seño y explota de alegría en cuanto oye el sonido del cláxon. Empieza la clase. Al calor de la chimenea, en la sala de estar del cortijo, Blanca se dispone a repasar la tarea que le dejó encargada a Inma en su última visita. Las ansias de aprender de Inma, como la de todos sus alumnos según cuenta, le facilitan mucho las cosas a Blanca. 'Son muy buenos alumnos y el hecho de tener una atención personalizada les permite avanzar muy rápido en sus conocimientos', explica Blanca mientras respasa las fichas hechas por su alumna, que a sus cuatro años ya sabe contar, diferencia los colores, los tamaños y muestra un gusto por la lectura impropio de una niña de su edad.

'A mí me trae loca, porque con la de tareas que tengo que hacer, está todo el tiempo detrá mía para que hagamos fichas o leamos cuentos. Tengo un sobrino de siete años y mi hija tiene casi más nivel que él', explica Inmaculada Granados, madre de Inma, quien contagiada quizá por el espíritu de su hija ha decidido retomar sus estudios. 'El papel de los padres es fundamental. Son ellos los que tienen que dar continuidad durante la semana a la labor que yo desarrollo', explica Blanca, quien además de maestra de sus hijos actúa en muchos casos de confidente o asesora de los padres.

Llega la hora del recreo. Y el patio de Inma sí que es particular. Una vasta extensión de campiña hace las veces de patio y todo lo que ofrece la naturaleza -piñas, bellotas o flores- se convierten en materiales lúdicos a la vez que educativos para que Blanca e Inma sigan su clase entre juegos. Tras el descanso y la puesta de tareas llega el momento de la despedida, el más temido por Inma, como se refleja en su rostro. 'Come lo que te ponga mamá, que después de comer vuelvo'. Ésa es la mentira piadosa con la que Blanca logra devolver la sonrisa a su alumna. Son casi las cuatro de la tarde y aún queda otra hora de baches en la C-15 hasta llegar a Constantina.

Rosa Blanca e Inmaculada disfrutan del recreo en la finca Ventas Quemadas, en la Sierra Norte de Sevilla.
Rosa Blanca e Inmaculada disfrutan del recreo en la finca Ventas Quemadas, en la Sierra Norte de Sevilla.ENCARNI MARÍN

Un plan que aúna esfuerzos

La labor de Blanca no es tan idílica como pueda parecer. Esta profesora, que a sus 36 años lleva seis como interina y cinco al frente del Programa Preescolar en Casa en la Sierra Norte de Sevilla, echa muchas horas a la semana para que este programa cumpla hasta el último de sus objetivos. Aparte de desplazarse a dar clases a las fincas o cortijos donde viven sus alumnos, Blanca y los integrantes del Equipo de Orientación Educativa de Constantina se esfuerzan porque la atención que reciben los pequeños sea de la mayor calidad posible. Y es que, una vez que los niños superan el nivel de infantil se procede a su escolarización en los 'centros receptores' de la zona. Para que este tránsito sea lo menos traumático posible para los niños se fomenta mucho el aspecto de la socialización de los pequeños. 'Cada martes, aprovechando que es día de mercadillo, nos reunimos aquí en la sede con todos y bien me los llevo a uno de esos centros para que se familiaricen con lo que es una jornada escolar o bien hacemos actividades extraescolares', explica Blanca, quien asegura que el éxito de este programa no sería posible sin la colaboración que prestan los ayuntamientos de la zona, los trabajadores sociales, los centros receptores, 'y en especial los padres y madres de los niños que atiende el programa', resalta Blanca, quien también tiene un especial agradecimiento a su madre, Yiyi, recientemente fallecida. Y es que el papel de los padres es vital. Blanca no sólo trabaja con los pequeños, sino que tiene que emplearse a fondo para lograr que los padres de sus alumnos se impliquen tanto o más que en ella en el programa. En estos cinco años que lleva en la Sierra Norte, por las clases de Blanca han pasado cerca de 80 niños.

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