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Columna
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Diputaciones

La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, ha pedido que se refuercen las diputaciones para implementar la segunda descentralización, que el PP propone con el objeto de traspasar competencias desde las autonomías a los ayuntamientos. De acuerdo con sus cálculos, que son los de su partido, los gobiernos autonómicos deben delegar competencias, o la ejecución de las mismas, a las diputaciones, para así desarrollar alguno de los apartados de la ley de corporaciones provinciales e incluso justificarla. La operación supondría un vaciamiento de la soberanía autonómica, con el consiguiente debilitamiento ante la estuctura superior, la del Estado, y daría fuelle a las diputaciones, que desde la muerte del difunto tienen un complicado encaje en un sistema administrativo autonómico nacido con la vocación de intergrar y coordinar la funciones propias de las corporaciones provinciales. Más allá de las apariencias, las diputaciones sólo han servido para dar satisfacciones orgánicas al partido de turno en el poder: para asegurar el control orgánico fidelizando alcaldes a través de las subvenciones y para que algunos reyezuelos den gusto a su cuerpo. Pero es probable que incluso eso sería factible desde una administración única. Uno de los gestos políticos más valientes del ex presidente Joan Lerma fue posicionarse en contra de las diputaciones y reconocer la necesidad de una reforma global de la Administración, puesto que la superposición de las distintintas estructuras la encarecía y confundía a los ciudadanos. Tras el desalojo del PSOE y la ocupación de grandes zonas de su territorio ideológico, el PP hubiera podido profundizar en ese sentido para salvar los límites que siempre acababa imponiendo la Constitución. Incluso Rita Barberá hubiese podido aprovechar su posición de privilegio en la presdiencia de la Federación Española de Municipios y Provincias (y el poco trabajo que hasta ahora le había dado Valencia) para erigirse en abanderada de la Administración que exigen unas ciudades que sobrepasan los límites municipales y las nuevas comarcas de gestión. Sin embargo, ha desaprovechado un tiempo que se le complica con una guerrilla incendiaria urbana y oscurece su sueño de abrir Valencia al mar.

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