Beethoven, Liszt y las mejores esencias de la escuela rusa
Fue una auténtica demostración de lo que es la escuela rusa. Elisabeth Leonskaja, pianista seria, sensible, profunda de Tbilisi (Georgia)abrió anteayer el ciclo Grandes intérpretes y eligió un programa basado, según ella misma confesó, en el 'virtuosismo' para hacer auténtico alarde de su concepción del pianismo. Leonskaja no deja lugar a lo fácil y la elección de dos sonatas complicadas de Beethoven, la número 23, Appasionata, en primer término, y la rara y extraña número 32 como segunda pieza, dejaban patente su deseo de deslumbrar en Madrid.
El primer movimiento de la Appasionata, que es duro y enrevesado, dejó entrever algo de nerviosismo en la intérprete. Pero en el segundo movimiento ya sorprendió con una construcción intensa, incluso genial, inventiva, en la que dejaba patentes las mejores esencias de la escuela rusa, ese club legendario que propugna libertad en la visión de las obras sobre la sacrosanta base de la técnica. Si ese segundo movimiento dio lugar a que buena parte del público se hiciera las mejores ilusiones, la ejecución de la número 32, larga, calmada, explotando las mejores y más cristalinas posibilidades sonoras del piano, hizo crecer la expectación.
La segunda parte fue digna heredera de la primera. En los cinco preludios de Rachmáninov se deleitó en su gran dominio técnico y levantó aún más el vuelo en Les jeux d'eau de la Villa d'Este y en el Vals Mefisto, ambas de Liszt, dos piezas que ponen de manifiesto el nivel de exigencia que requería un gran dominador y virtuoso del piano como fue este compositor. Leonskaja pudo de sobra con ambas piezas y se ganó el aplauso final de todos aquellos a los que le había costado convencer en la primera parte. Además, dejó una buena papeleta para que los que llegan detrás en el ciclo la superen. Los retos están servidos también para la nueva temporada.
Babelia
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