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LA CRÓNICA
Columna
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Contra el 'futris'

Unos fantasmas recorren el Camp Nou. Son los viejos espectros de la frustración, la cólera y el derrotismo unidos al joven fantasma de la indiferencia. Los periodistas gritan, los aficionados radicales pegan. Los directivos se estremecen. En pleno recalentamiento del planeta azulgrana, este cronista ha considerado interesante buscar consuelo en uno de los ex jugadores del Barça que mejor cultivaron el racionalismo. He visitado a Narcís Martí Filosia, delantero centro de los años setenta, un hombre tranquilo que, debido precisamente a esta virtud, nunca consiguió conquistar a la excitable parroquia azulgrana. Martí Filosia triunfó fugazmente con un entrenador olvidado, aunque genial, el británico Buckingham. Fue el gran amigo de Rexach y, a pesar de que Charly obtuvo un éxito más prolongado y rotundo, compartió destino con él: ambos recibían del público, a la vez, pitos y aplausos: encantaban por su depurada técnica e irritaban porque, según un tópico todavía al uso, no sudaban la camiseta.

Martí Filosia, futbolista de los años sesenta, es uno de los ex jugadores del Barça que mejor cultivaron el racionalismo

Martí Filosia tiene, desde que abandonó el fútbol, un negocio de antigüedades en Palafrugell. Lejos del mundanal ruido, vive como jugó: pausadamente y lúcido, economizando esfuerzo. Le gustan las maderas y las viejas formas, le ilusiona más comprar que vender. Rodeado de sólidos armarios de nogal, de butacas de caoba, de curiosos cuadros y de exquisitos detalles de porcelana, acoge al visitante con la misma tranquilidad con que, en la gigantesca olla sentimental del Camp Nou, recibía un balón de espaldas a la portería contraria: pensando. Martí Filosia era un futbolista que pensaba. Y sabido es que el pensamiento ha irritado y sigue irritando en el fútbol casi tanto como en la milicia.

No era un jugador peliculero. Su juego era minimalista: a menos sudor, más lucidez. Partidario de la carrera estrictamente necesaria, del toque preciso, del testarazo puntual, del desmarque clarificador, durante años soportó la competencia de Zaldúa, un ariete gesticulante y atolondrado. Cuando un balón duro y a media altura caía sobre el área, el fogoso Zaldúa saltaba hacia él con ardor guerrero y con las piernas a lo loco. A veces el cuero rebotaba contra su pantorrilla. O contra la caña de un fémur. El cuero, en cualquier caso, se proyectaba hacia las nubes, mientras los huesos de Zaldúa, aterrizando con estrépito sobre el césped, chasqueaban aparatosamente. El público y los periodistas agradecían la épica del quimérico salto. De la misma manera que silbaban la fría razón de Martí Filosia, el cual, ante un balón cruzado de parecidas características, daba, con flema ampurdanesa, un paso atrás para poder controlar el cuero sin dificultad y colocarlo con un pase neutro al espacio vacío que el volante a lo mejor no sabía aprovechar. La jugada era interesante y podía haber sido productiva. El cálculo mental de Martí Filosia pretendía situar el fútbol en el ámbito de la mente. Vana aspiración. Lo que público y directivos pedían era el alocado arrojo de Zaldúa, que conectaba con la visión militar del fútbol (la menos interesante aunque más popular visión de este maravilloso juego).

Pensar exige una cierta introspección. Martí Filosia sigue siendo un tipo introspectivo, de gestos abreviados. Me recibe enfundado en su mono de trabajo. Con el pelo ensortijado y espeso, ya canoso, pero todavía atlético. Parece un esculpido senador romano. Está restaurando un mueble. 'Me gusta trabajar con las manos, aunque nada puede sustituir el placer que me daba el fútbol'. Empieza contando divertidas anécdotas sobre la candidez económica de los jugadores, sobre Balmaña, Saguer, Sasot y otros antiguos personajes. Y sobre Buckingham, que resulta ser un antecedente directo de las teorías de Cruyff (a quien hizo debutar, por cierto, en el Ajax). Fue Buckingham partidario de los jugadores técnicos, del fútbol total, de la radical separación entre directiva y vestuario, y del organigrama que Filosia defiende: encabezado por un secretario técnico tipo Valdano (experto en fútbol y en gestión) que permita desarrollar un modelo profesional de largo alcance. Más suculenta es la narración de la prehistoria de Minguella. Apareció en el Camp Nou como un simpático pariente de alguien. Sin oficio conocido. Se convirtió en simpático oso de peluche de los jugadores, se metió a traductor balbuciente de Buckingham, inventó el oficio de jefe de prensa y aterrizó en Alicante como secretario técnico. Lo que de fútbol sabía lo aprendió por ósmosis zascandileando por el vestuario.

Las teorías futbolísticas de Martí Filosia revelan una sorprendente admiración por el juego británico: 'Son malos técnicamente, porque el refinamiento individual no serviría en aquellos campos embarrados'. Pero sus movimientos colectivos son muy inteligentes: 'Ayudan a desenmarañar el juego, a convertir lo espeso en claro, lo difícil en fácil'. Y continúa: 'La gente valora el regate barroco, pero es más futbolístico el regate simple que realiza uno gracias al movimiento de despiste de sus compañeros de ataque. Lo más determinante es el juego sin balón'. Y así, sentado en una butaca isabelina y hablando con voz pausada y queda, en un precioso dialecto ampurdanés, desgrana una de las mejores charlas futbolísticas que he escuchado en mi vida.

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Sostiene Martí Filosia: 'El Barça tiene el futris'. Desde que murió mi abuela, no había vuelto a escuchar esta palabra: futris, es decir, una mezcla de angustia y malhumor. ¿Dónde está el fallo de Rexach? Martí Filosia no quiere perjudicar a su viejo amigo. Pero apunta: '¡Si en lugar de Alexanco (que siempre ve la defensa desprotegida) hubiera escogido a Marcial como ayudante...! Marcial era alegre y corajudo. Y lo que el Barça de Rexach necesita es, precisamente, alegría y atrevimiento'. Algo así decía Cruyff. Contra el futris, nada mejor que la audacia y el descaro.

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