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Desde el Pacífico
Columna
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La fábula del consumidor contra el ciudadano

EN EL CASO QUE OPONE A MICROSOFT y la justicia estadounidense, el consumidor que soy acaba de conseguir una pequeña victoria en detrimento del ciberciudadano. El jueves 24 de enero cambié la Palm por la PocketPC (y iPAQ).

El mismo día, una nueva queja fue formulada contra la empresa de Bill Gates ya que ésta no había respetado ciertas disposiciones legales cuyo fin es limitar las maniobras políticas de las grandes empresas involucradas en juicios antimonopolio.

Por bueno que sea su concepto, la compra de la iPAQ no es razón de orgullo, aunque sí logra lo prometido: una integración más completa y ágil con la suite Office de Microsoft.

En 1998 ya había renunciado a 15 años de fidelidad militante con Mac para adquirir una PC y penetrar en un universo muchas veces menos brillante pero más vasto, en el cual la comunicación se daba con mayor facilidad. La instalación del nuevo aparato se llevó a cabo con las dificultades propias del universo Wintel, y la más desagradable fue la necesidad de eliminar cualquier vestigio de los programas de Palm presentes en mi ordenador. Microsoft no es tolerante. De paso, para acceder al programa que permite leer más cómodamente en la micropantalla me vi obligado a inscribirme en el programa Passport, necesario para entrar a los servicios en línea de Microsoft y que usa la empresa para construir una gigantesca base de datos sobre los cibernautas y sus prácticas.

Para instalar el iPAQ tuve que eliminar cualquier vestigio de los programas de Palm presentes en mi ordenador e inscribirme en Passport
No deja de ser irónico que AOL, otro gigante, esté ahora buscando reparaciones por las prácticas desleales de Microsoft frente a Netscape

Los fans de Gates concluirán que esta anécdota demuestra una vez más que la empresa prospera porque facilita la vida de los consumidores. Sin embargo, podemos adelantar otra interpretación: Microsoft nos hace la vida más fácil porque es un monopolio. Su comportamiento abusivo le permite ofrecer un mejor servicio y crecer.

Por ello, es menester distinguir entre las reacciones de los consumidores de las responsabilidades de ciudadanos cibernautas a las cuales no debemos renunciar. Los monopolios son nocivos, sobre todo cuando amplían su influencia a otras esferas y ahogan la innovación por parte de los más chicos.

El jueves 24, el mismo día en que debí borrar cualquier huella de la Palm en mi PC, el American Antitrust Institute depositaba una queja contra Microsoft. La acusación es que la compañía 'deliberadamente hizo caso omiso de los requisitos de divulgación del Tunney Act o bien ofreció información incompleta o engañosa'. Se trata de una ley de 1974 que obliga a las empresas implicadas en juicios antimonopolio a entregar un informe detallado de sus actividades de cabildeo con las autoridades de Washington.

Microsoft sí entregó un breve dossier, pero en él no dice nada, por ejemplo, de los contactos entre Steve Ballmer, presidente de la compañía, y Dick Cheney, vicepresidente de EE UU. Pequeño detalle.

El propio redactor de la ley, el ex senador demócrata John Tunney, presentó el mismo día una queja similar. En ella destaca que 'las provisiones de divulgación fueron diseñadas para ayudar a garantizar que nadie pueda obtener mediante actividades políticas aquello que debe ser buscado por canales legales'.

En su declaración, Tunney afirmó que la ley fue concebida para incluir contactos con cualquier miembro de las ramas ejecutiva, legislativa o judicial del gobierno por parte de cualquier abogado, cabildeador o ejecutivo de la compañía.

No deja de ser irónico que AOL Time Warner, otro gigante, esté ahora buscando reparaciones por las practicas desleales de Microsoft frente a Netscape.

Para mantener su posición dominante sigue bloqueando toda comunicación entre sus sistemas de mensajería instantánea y los de sus competidores.

Moraleja: tenemos que aprender a distinguir en nosotros entre el consumidor y el ciberciudadano. Consumir los productos de Microsoft - inclusive por elección - no significa que debamos tomar partido con la empresa en su enfrentamiento con la justicia.

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