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Columna
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El pato cojo

El cumplimiento del doble compromiso asumido por Aznar ante el XIV Congreso del PP -limitar voluntariamente sus mandatos como presidente del Gobierno y del partido- redundará desde luego en provecho de sus intereses personales, dados los abrasadores efectos causados habitualmente por el indefinido aferramiento al poder de sus titulares, y también en beneficio de los intereses públicos, caso de que esa iniciativa se institucionalizara como uso vinculante en nuestro sistema democrático. Resulta improbable, por lo demás, que las expectativas sucesorias condenen a Aznar a desempeñar el humillante y disminuido papel de pato cojo jugado por los presidentes americanos al final de su segundo mandato: aunque el inquilino de la Casa Blanca conserve teóricamente incólume el pleno ejercicio del poder, el desahucio forzoso a plazo fijo provoca la estampida de los actores de la vida pública hacia los candidatos con mayores oportunidades de sustituirle. Bill Clinton se prestó al final de su mandato a rodar un divertido corto que le presentaba como un político en paro técnico dedicado a las tareas de la casa y a pasear al perro.

Aznar no parece correr ese peligro. A diferencia de Estados Unidos, que limita constitucionalmente desde 1951 la duración de los mandatos presidenciales, un régimen parlamentario como el sistema español no impone por ley tales restricciones. Pero la escasez aguza el ingenio: la inclusión de una cláusula restrictiva de ese estilo en los estatutos del PP fue la vía ensayada por Francisco Álvarez Cascos -ex secretario general del partido, ex vicepresidente primero del Gobierno y actual ministro de Fomento- para alcanzar idéntico objetivo. Sin embargo, la propuesta de conferir carácter vinculante a la limitación temporal de los mandatos presidenciales (ocho o diez años, según los casos) y de reservar al congreso la eventual aprobación de las excepciones a la regla se saldó con un fracaso. Fuesen cuales fuesen sus motivaciones últimas, Cascos desempeñó en la película del XIV Congreso del PP el papel de esos bravucones que aterrorizan a los parroquianos del saloon hasta que llega el sheriff, les atraviesa con la mirada y les hace huir del local. La caritativa salida ofrecida por Aznar al arrugado ministro de Fomento para salvar la cara fue una huera enmienda transaccional que pospone hasta un impreciso futuro la eventual regulación estatutaria por un posible congreso de la duración de los mandatos presidenciales.

Despechado quizás por haber sido excluido esta vez del colegio cardenalicio que alumbró hace 13 años en Perbes la candidatura de Aznar y que designará al futuro papa en otoño de 2003, seguramente Cascos, con su propuesta, pretendió despojar de aura heroica el gesto del presidente del Gobierno en el XIV Congreso. De haber triunfado sus enmiendas, la renuncia de Aznar al tercer mandato no habría sido un desistimiento voluntario, sino el obligado cumplimiento de una norma estatutaria; además, la dinámica de la reforma habría abierto el camino a la participación de los congresos del PP en el nombramiento del sucesor, ungido ahora exclusivamente por el dedo presidencial. Si Dios escribe recto en renglones torcidos, el diablo caligrafía con buena letra sus oblicuos mensajes; la propuesta de Cascos introducía un elemento de democracia interna en una organización tan rígidamente jerarquizada y militarmente disciplinada como el PP, un ejemplo que los restantes partidos habrían tenido que imitar.

Fracasada la enmienda de Cascos, la ejecución del compromiso asumido por Aznar de no repetir como candidato a presidente del Gobierno en 2004 y a presidente del PP en 2005 sólo depende ahora de su voluntad: cualquier maniobra para convertirle en pato cojo durante la última parte de su mandato quedaría frenada por ese factor disuasorio. La confusión sembrada intencionadamente en torno al nombre del heredero protege igualmente el poder presidencial de Aznar mientras siga en el cargo. Así como los kremlinólogos basaban sus vaticinios en el lugar ocupado por los dirigentes en el balcón de la plaza Roja, los pronósticos sobre el tapado recurrirán a trucos parecidos. ¿Serán Rato, Mayor Oreja y Rajoy -los tres vicesecretarios del PP- los únicos aspirantes, o también participan en la carrera el zalamero costalero Arenas, el discreto ministro Acebes y la incombustible comisaria Loyola de Palacio?

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