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Hablemos de prostitución

Indro Montanelli, gran maestro de periodistas, recomendaba a sus alumnos que no tomasen ni un café con los políticos. Pero a continuación añadía: sin embargo, no debe sustituirse el café por una lectura rápida de los titulares de prensa, porque en ese caso, la presión se reemplaza por el sesgo. Revisaba esta anécdota, cuando hace unos días y abordando, entre otros muchos el tema de la prostitución en un programa radiofónico, afirmaba que algo ayudaríamos a la convivencia si publicáramos las matrículas de los vehículos de indeseables y gamberros, o directamente delincuentes, que merodean por las zonas de comercio de sexo y se dedican a vejarlas, cuando no directamente a agredirlas.

Aquellas palabras levantaron una gran polvareda que, sinceramente, yo no había previsto ni deseado. Pero lo más curioso fue la reacción de sesudos articulistas que confundían al gamberro, o delincuente, con el cliente. Se sucedieron los argumentos en defensa de la privacidad moral y el libre ámbito de la intimidad en descargo de los usuarios y clientes.

No pretendo indagar en los motivos reales y verdaderos que dieron lugar a esta confusión, incluso entre algunos acérrimos enemigos de la doble moral. Otros iban más lejos. Y, francamente ofendidos por aquella persecución del débil recurrían -no sin cierta malicia- a la manida cortina de humo que ahora servía para ocultar la falta de recursos y voluntad para afrontar políticas sociales. No sólo hay gente que vive en otro país, sino que además no encuentran la manija para poner el reloj a hora.

Ya ha amainado el fuego -aunque queden los rescoldos lunáticos (de lunes) de quien mañero de ideas no incluye la convivencia entre las posibilidades de bienestar social-, cuando esta diana ha soportado con gusto y de la noche a la mañana los más afilados dardos de columnistas que utilizaron toda su agudeza literaria en defender a una figura de quien aún hoy no ha dicho ni una palabra: los clientes de las prostitutas. ¿Acaso les cegó la máxima periodística de no dejar que la realidad estropee un buen titular?

Llamar a las cosas por su nombre, animar a la sociedad, y, de manera especial, a los medios de comunicación a participar civilmente en la erradicación de la injusticia, es complicado incluso en una sociedad, como la valenciana, que se siente segura, tolerante, pragmática, amiga de las novedades y poco dada a la mixtificación. Pero no hay reglas sin su excepción. Y en esas excepciones hay un elenco de temas que ponen a prueba la seguridad en sí misma y el pragmatismo positivo de nuestra sociedad o, al menos, de algunos de sus componentes políticos o mediáticos.

La convivencia en todos sus aspectos es un ámbito prioritario de la política social. Y esa política social la pagamos todos y en ella participamos de manera creciente todos también. No se trataba, por tanto, de violar ningún espacio privado. Se trataba en ese contexto de abrir el debate social sobre la oportunidad de regular el ejercicio de la prostitución y hacerlo desde la serenidad, la racionalidad y la intención de acabar con los jinetes del Apocalipsis que acompañan a la prostitución callejera: la exclusión social, la falta de seguridad personal, el tráfico de personas, la explotación mafiosa, la ausencia de garantías sanitarias, la destrucción de la identidad y cuantos otros componentes se añaden a la miseria.

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Nada hay aquí, en contra de lo afirmado, que sirva para criminalizar o someter a escarnio público la conducta o el trato que libremente establezcan dos personas adultas que no violenten la ley. Se trata de extender derechos y garantías sociales hasta eso que denominamos cuarto mundo, que habita entre nosotros, con independencia de la consideración moral que la actividad en sí misma, como otras, nos merezca.

Analizar y combatir la prostitución callejera se ha intentado desde perspectivas diferentes. Aquí sólo mencionaré tres ejemplos, la legalización total que han acometido países como Holanda; la presión social y policial que recluye a la mayoría de estas mujeres en un punto rayano en la delincuencia, u otras acciones que, como en Alemania, han intentado despojarse de complejos y hipocresías, y han aprobado una Ley de Mejora Social y Legal de la Prostitución que aborda no sólo aspectos punitivos (despenalización bajo ciertas condiciones), sino también de mejora de las condiciones sanitarias, laborales y civiles del ejercicio de dicha actividad.

Las propuestas han sobrevolado, en todos los casos, posiciones legítimas como son el derecho a la tranquilidad y la intimidad de los vecinos, el derecho a la información y a una sanidad de quienes ejercen la prostitución y de sus clientes, y, finalmente, la demanda cada vez más generalizada de una regulación legal de la prostitución. Hacer compatibles tales intereses es lo que nos debe llevar a buscar soluciones que se alejen por igual del derrotismo extemporáneo del 'allá ellas' con su elección, como de buscar en la legalización sin más la solución a cuantos inconvenientes representa hoy en día el ejercicio de una actividad que, más allá de decisiones morales de cada cual, crea los problemas en sus aledaños (proxenetismo, suciedad, violencia, insalubridad...).

Mi voluntad no era abrir un debate en falso como el que se ha suscitado, sino enmarcar en sus justos límites una posición que sabemos conflictiva de antemano pero que requiere la participación de todos sin hipocresías, ni alegatos comparativos.

Prestigiosos columnistas ya han demostrado su capacidad argumental para defender a los clientes de las prostitutas. Ahora les pido que se manifiesten con la misma tenacidad acerca del merodeador, del gamberro, de quien atenta contra la dignidad de las prostitutas. Ellas agradecerán el ejercicio intelectual y con ello los medios de comunicación contribuirían a dignificar la condición humana de estas mujeres.

Rafael Blasco Castany es consejero de Bienestar Social.

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