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Columna
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La Leica de Cartier Bresson

Al igual que otras disciplinas plásticas, la fotografía tiene sus grandes mitos. Son nombres que han marcado con su forma de hacer a generaciones posteriores. No cabe duda de lo beneficioso que resultan estos fenómenos. Permiten multiplicar posibilidades en la peculiar forma de plasmar la realidad que ofrece la fotografía. Traen el nacimiento de nuevos estilos, una filosofía para transformar y engrandecer las galaxias icónicas capaces de surgir desde la cámara oscura (o clara). Rompen monotonías del pasado y, cuando no lo aniquilan, lo transforman o crean nuevos caminos para con otros puntos de vista auscultar el universo que nos rodea. Con frecuencia, a la trascendencia de estos trabajos relumbrantes, y reflexivos, se suman cierto tipo de leyendas. Es brillo para engrandecer la fotografía e incorporar cierto grado de intriga y misterio. Entendámoslo como un recurso de apostolado a favor de los dioses de las cámaras y fundadores de nuevas corrientes estéticas, algo que les mantiene vivos en la memoria de sus discípulos y perdura en el tiempo.

Henri Cartier Bresson (Chanteloup, 1908), en la sala BBK de la Gran Vía, ofrece una magnífica exposición sobre Rusia. Este fotógrafo llegado de la pintura ha dejado huella para el futuro con un concepto tan abierto como utópico que denominó 'el instante decisivo'. Si bien este dogma resulta cuestionable, no lo son sus fotografías cargadas de poesía, ni el criterio de realización que traslucen. En ellas intervienen el ojo, el cerebro y, como no podía ser menos, el corazón, equiparable a la pasión por el momento vivido.

Los textos escritos y las anécdotas sobre este autor son innumerables. Una de ellas, quizás poco conocida, relacionada con su viaje y reportaje a Rusia, parte del cual podemos ver ahora en Bilbao, la escuché en La Coupole de París en boca de unos viejos amigos del oficio. Es conocido que la herramienta preferida de Cartier Bresson para la toma de sus imágenes ha sido la legendaria Leica. No podía ser de otra manera para quien fundó junto a Capa, Seymour o Rodger la agencia Magnum y llevó a su máximo apogeo el reportaje. Esta cámara de origen alemán, por su calidad técnica y su manejabilidad, fue instrumento común en los reporteros de mayor prestigio internacional desde la década de 1930 o incluso con anterioridad. Durante la Segunda Guerra Mundial la utilizaron batallones de reporteros alemanes, pero también los soviéticos. Esto último se explica porque los rusos producían copias exactas de la prestigiosa máquina. Algo que pudieron comprobar las tropas de invasión alemana cuando tomaron Kharkov, donde, estupefactos, descubrieron una fabrica dedicada a estos menesteres de falsificación.

Cuando después de la guerra, en 1954, los soviéticos autorizaron la visita a su territorio del primer fotógrafo occidental, exigieron cierto perfil. Ser autor de prestigio y poca contrariedad hacia su sistema político, dos cualidades que reunía Cartier Bresson, máxime después del espectacular reportaje realizado sobre la liberación de París. Otras condiciones fueron la prohibición de retratar instalaciones militares, algo que estaba fuera de las intenciones del autor, más interesado en la vida cotidiana. Pero más curiosa resulta la sugerencia de utilizar para la realización de su trabajo una de aquellas Leica de fabricación soviética ¿Realidad o fantasía?

En cualquier caso, una bonita leyenda para un personaje al que aguarda un espléndido trono en el Olimpo de la fotografía. A ciencia cierta, se desconoce la decisión final sobre la cámara, pero queda el reportaje. En él, al perfecto dominio de la composición, se añade la belleza natural de los gestos humanos congelados en un escenario de posguerra. Un país surgido de los impulsos constructivistas, del que se destacan manifestaciones de la vida cotidiana. Fiestas, sonrisas, preocupaciones y dificultades. Hoy todo ello en Bilbao.

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