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Entrevista:VACLAV HAVEL | PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA CHECA | ENTREVISTA

'Uno de los peores legados del comunismo es la falta de moral'

Vaclav Havel no es sólo el presidente checo. Es un escritor, un pensador impenitente, un antiguo disidente al que muchos tacharon de iluso cuando se creía que el comunismo había entrado en la historia para no irse jamás. Y un hombre que cree en la mágica combinación de inteligencia y bondad. Desahuciado varias veces por un cáncer de pulmón, ha pasado unas semanas en Lanzarote invitado por el Rey de España. Allí ha recibido a EL PAÍS para hablar un poco de todo, del pasado, el futuro y la fuerza de la esperanza.

Pregunta. Señor presidente, le queda un año para concluir su mandato. Ha sido usted uno de los grandes protagonistas del final del pasado siglo. Nació en Praga en una familia rica, pronto asistió al despliegue de la barbarie nazi en su ciudad y cuando ésta cayó llegó otra dictadura que duró cuatro décadas. Después ha sido presidente 13 años. ¿Qué siente ahora mirando hacia atrás?

'Creo que cometemos un error grave cuando caemos en la tentación de culpar a EE UU de todos nuestros males. Su cultura es una rama de la nuestra'
'No he sentido rencor hacia nadie nunca, ni siquiera contra aquellos comunistas que me encarcelaban. Lo que sí siento a veces es rabia'
'Hay un error que solemos cometer los europeos cuando hablamos de Rusia, y es el de hablar de una persona, y no de la sociedad allí existente'
'Estoy seguro de que el ingreso de la República Checa en la Unión Europea repercutirá de una forma muy positiva sobre la sociedad de mi país'
'Cuando deje el cargo quiero ser un hombre libre. Me gustaría escribir algo para mi mujer, que ha dejado el teatro por mí y quiero que vuelva'

Respuesta. Ha sido un siglo XX lleno de sorpresas, y por ello también de experiencias. Lo que más siento en todo caso es gratitud por haber podido vivir todas estas experiencias, muchas muy duras y dramáticas; poderlas haber vivido como testigo y directo participante y poder haber meditado sobre ellas. Mi vida ha estado llena de sorpresas y paradojas. Por ejemplo, viví como los demás checoslovacos la invasión de nuestro país por el Pacto de Varsovia, pero en 1989 dirigí personalmente, porque Checoslovaquia tenía la presidencia (rotatoria), la disolución de dicho Pacto.

P. Hablando de paradojas. La primera vez que nos vimos, en su casa, junto al río Vltava, acababa de salir de la cárcel y no tardaría en volver a ella. Hoy me recibe en esta espléndida casa de Lanzarote, junto a un mar maravilloso, invitado por el rey Juan Carlos para convalecer de sus problemas pulmonares. Es casi simbólico. ¿Cómo se siente?

R. Desde luego, este lugar es fantástico y excelente para mi muy delicada salud. Hace cinco años me detectaron un cáncer y me operaron, pero desde entonces tengo unas bronquitis muy graves, y este clima me sienta muy bien. Gracias al Rey, es ya la cuarta vez que vengo aquí. Le estoy muy agradecido. Ya antes de conocerlo admiraba al Rey de España por su gran papel en la transición española. Conociéndole, mucho más. En cuanto a mi estado, me siento muy cansado, exhausto. Pero quiero terminar este mandato.

P. Sus últimos discursos sugieren que va a utilizar este último año para decirles a los ciudadanos checos todo lo que por consideraciones políticas no ha dicho en años pasados.

R. A mí siempre se me ha acusado en mi país de que me propongo lo imposible. De eso se me acusaba también en mi época de disidente. Se me pedía realismo, que muchas veces es resignación. Es importante desde luego saber distinguir entre el ideal y lo posible. Mire el horizonte en el mar. Parece estar allí fijo, y según nos acercamos vemos que seguimos lejos. Pero es importante avanzar y mantener fija la mirada en ese horizonte. También en las cosas pequeñas que nos proponemos en nuestras vidas.

P. Hace 13 años que cayó el comunismo. ¿Qué balance hace de estos años, lo bueno y lo malo?

R. Lo bueno, básico, es que cayó el régimen totalitario y se instauró la democracia. En cuanto a cosas malas, hay muchas. La verdad es que nosotros ignorábamos el alcance real de los problemas que surgirían. Entre los que mayor daño han hecho está sin duda la transferencia de los bienes, de la propiedad estatal a manos privadas. Este proceso genera grandes tentaciones. Y uno de los peores legados del sistema comunista es la falta de moral. La amoralidad propia de aquel régimen surgió con toda su fuerza cuando comenzó dicho proceso de privatización, y de ahí vienen las conductas mafiosas en general.

P. De propiedades pasemos a responsabilidades. Hubo represores, criminales, cómplices. ¿Cree que se depuraron de forma adecuada?

R. El carácter del sistema totalitario comunista es muy especial y distinto de dictaduras como, por ejemplo, la que había en España. El sistema comunista involucraba en sus redes a todo el mundo y hacía así de alguna forma culpables a todos, y todos acababan teniendo algún grado de responsabilidad. Por supuesto que unos en mayor grado, como (el jefe del Partido Comunista) Jakes, y otros, en mucho menor, como por ejemplo algunos disidentes. Pero todos son responsables en algún grado de lo sucedido. Ninguno de los países poscomunistas ha sabido resolver este problema de sus sociedades. Es cierto que se ha escrito mucho, libros, ensayos, artículos, sobre la culpa, pero el proceso de autorreflexión necesario en las sociedades ha tardado en ponerse en marcha. Aunque ya se está produciendo.

P. Fue perseguido, encarcelado, calumniado, delatado. ¿Ha sentido rencor hacia alguien?

R. No, yo no he sentido rencor hacia nadie nunca, ni siquiera contra aquellos comunistas que me encarcelaban. Yo sabía a qué me exponía. Era perfectamente consciente de los riesgos que asumía con mis acciones. Con mi posición. Lo que sí siento a veces es rabia. Y (riéndose) más desde que, tras la operación, me prohibieron fumar.

P. Hablemos del 11 de septiembre y sus consecuencias. ¿Cuáles son los peligros reales después de lo sucedido?

R. Es algo más profundo de lo que se suele decir. Nos hallamos ante una gente que tiene unas estructuras de valores completamente distintas a las nuestras. Es una cuestión casi metafísica. Si pensamos que son gente que está dispuesta a suicidarse por hacer daño, es algo que aún no entendemos bien. Estamos ante un hito de las civilizaciones que aún no somos capaces de interpretar. Nos faltan aún muchos elementos para poder valorar realmente cuáles son los efectos y derivaciones de lo sucedido. Tendrá que pasar aún tiempo para entender lo que sucede.

P. Desde hace años reúne en Praga a decenas de profesores, pensadores, científicos y filósofos para hablar sobre los grandes retos del ser humano y el mundo, desde la biotecnología a la globalización. ¿Cómo entiende esta última?

R. Globalización es un término muy ambiguo. Yo comprendo perfectamente a aquellos que se reúnen para manifestarse en contra de la globalización. Sobre este fenómeno se ha escrito mucho. Pero desde luego hay en la misma procesos que son muy inquietantes, como la creciente capacidad de corporaciones multinacionales con poder en todo el mundo y cada vez más capaces de imponer sus criterios. Esto genera lógicamente reacciones de las culturas autóctonas que reclaman su presencia. Lo cual no quiere decir que yo aplauda a esos que se manifiestan rompiendo escaparates de McDonalds.

P. ¿Pero cómo evitar que las decisiones políticas en ciertas cuestiones puedan tomarlas compañías como la ahora quebrada Enron, el principal financiador de las campañas del presidente norteamericano George Bush, o cualquier otra, que corresponden a los Gobiernos electos?

R. No estoy muy al tanto de todo el escándalo de Enron porque ha sucedido durante mi convalecencia, y no creo que sea correcto hablar de ello sin conocer los detalles. Ni pienso que lo importante sea un escándalo concreto en algún país. Lo principal yo creo, es ya el saber si el género humano va a ser capaz de buscar soluciones para sobrevivir a los problemas y amenazas que él mismo ha generado. Es la propia ceguera del ser humano, su incapacidad para ser consciente sobre las situaciones que surgirán, digamos en 50 años. Habrá que ver si somos capaces de corregir los daños que hemos infligido, por ejemplo, al medio ambiente. Si el género humano no es capaz de encontrar perspectivas viables de futuro a largo plazo, de pensar para las generaciones venideras, se consumaría su autoaniquilamiento.

P. ¿Qué le ha parecido la obstrucción de Estados Unidos al Convenio de Kioto?

R. Creo que cometemos un grave error cuando caemos en la tentación de culpar de todos nuestros males a Estados Unidos. Produce una hostilidad casi etnicista contra Norteamérica. Y en realidad la cultura norteamericana es una rama de nuestra propia cultura. Si el presidente norteamericano no quiere firmar unos acuerdos de Kioto, que la República Checa sí ha firmado, hay que aceptar al menos que puede tener sus razones. La demonización de Estados Unidos no tiene sentido. Yo no caigo en ella, y por eso se me acusa de no ser lo suficientemente antiamericano. La negativa a firmar Kioto tiene ciertos motivos que anidan en las características de ese país. Siempre ha sido un gran derrochador. Desde la época de la conquista del Oeste ha sido un país excesivo, en sus ranchos, en sus coches, en su consumo de espacio, de gasolina. Están acostumbrados al derroche. Y eso no es culpa de Bush, es resultado de una mentalidad general en el país. La prueba está en que la inmensa mayoría de los norteamericanos lo apoyaron. Y los cambios de estos hábitos siempre son lentos. En todo caso parece al menos poco equilibrada esa tendencia a acusar de todo a Estados Unidos y no prestar atención, por ejemplo, a lo que sucede en China. Todos los días ejecutan a tres personas allí por sus opiniones o fe religiosa. El mundo está lleno de paradojas.

P. Hablemos de Rusia. El presidente Vladímir Putin acaba de cerrar la última televisión independiente. El culto a la personalidad de Putin ha llegado a unos extremos desconocidos desde la muerte de Stalin. Usted conoce bien a los rusos como vecinos. ¿Qué pasa en Rusia?

R. Los problemas de Rusia son muy complejos. Es un país con muchas más dificultades en la evolución y transición que, por ejemplo, la República Checa. Aunque sólo fuera por el hecho de que carecen de toda tradición democrática. El presidente Putin conoce muy bien su país, es una persona con muchas experiencias y además muy astuto. Hay un error que solemos cometer mucho los europeos cuando hablamos de ciertos países, pero sobre todo en el caso de Rusia, y es el de personalizar los problemas. Hablamos de una persona, y no de la sociedad allí existente. Y la población rusa, en gran parte, respalda ciertas formas que Putin representa.

Rusia tiene una sociedad que probablemente necesite muchas décadas para llegar realmente a la democracia. Sus problemas son graves y delicados. Por eso hay que observarlos con mucha comprensión, no con posicionamientos de blanco o negro. Hay que ser conscientes de que el camino hacia la democracia en Rusia va a ser muy largo. En cuanto a los medios de comunicación, más de un político occidental caería en la misma tentación de cerrarlos si pudiera. En todo caso, Rusia tiene ante sí un largo camino antes de ser una democracia como nosotros la entendemos.

P. Hace 15 años la República Checa era una de las dictaduras comunistas más cerradas en Europa; hace 13 usted lideró la democratización, y hoy su país está en el umbral de ingresar en la Unión Europea. ¿Cómo ve el proceso de adhesión?

R. Parece de hecho que ya estamos en la recta final, y precisamente durante la presidencia española se habrán de afrontar las cuestiones clave y esenciales para el ingreso. Después quedarán algunos puntos para la presidencia danesa, pero las básicas se dirimen ahora. Estoy seguro de que el ingreso de la República Checa en la UE repercutirá de una forma muy positiva sobre la sociedad de mi país. Lo que creo y espero es que el nivel de moralidad y ética pública se eleve rápidamente. Espero también que la moral de trabajo y la cultura jurídica. Por supuesto que vamos a tener vientos muy duros que vendrán hacia nosotros desde Europa, pero estoy seguro de que van a ser todos ellos muy beneficiosos para mi país. Exigirán muchos esfuerzos y cambios de mentalidad. Hay mucha gente allí que tiene mucho miedo al ingreso porque tienen miedo a la competencia. Pero va a ser tremendamente beneficioso, porque aumentarán la competencia, la exigencia y la calidad.

P. Señor Havel, hace ya 20 años una funcionaria de la Unión de Escritores en Praga me decía que los autores que habían emigrado habían perdido su calidad literaria por el mero hecho de traicionar al socialismo. Lo decía en referencia sobre todo a Milan Kundera. El disparate es obvio. Pero querría saber cuál es su relación con aquellos que no quisieron o pudieron seguir viviendo bajo el régimen comunista y emigraron. Usted siempre se negó a hacerlo.

R. Yo jamás me atrevería a juzgar a ninguno por su decisión de elegir entre la emigración o la permanencia bajo el régimen. Son decisiones personales. Si me hubiera ido al exilio hablaría mejor otras lenguas y no habría ido a la cárcel. Pero nunca pensé en irme de mi país. En todo caso siempre he rechazado esa idea de que los escritores que habían emigrado eran unos traidores porque es una típica mentira comunista. Respecto a las relaciones entre la literatura del exilio y la interior, la del Samizdat (publicación clandestina), realmente había una perfecta simbiosis. Había conexión continua e identidad de objetivos. Literatura en el exilio y literatura disidente se publicaban mutuamente. Con quienes sí había un enfrentamiento abierto era con la llamada literatura oficial, en su inmensa mayoría producida por escritores mediocres o zafios al servicio del régimen. Nadie ha vuelto a saber de ellos desde que aquél cayó.

P. Pero a veces los regímenes comunistas eran hábiles a la hora de gestionar la publicación de autores no precisamente afectos. Por ejemplo, al premio Nobel Seifert le dejaban publicar unas veces, otras, no; a Hrabal le pasaba otro tanto.

R. Es cierto que el régimen a veces publicaba ciertas cosas de escritores no oficiales. Lo hacía para ser tolerante tanto fuera como dentro del país. Pero lo importante es que la literatura oficial, que se publicaba con inmensas tiradas y publicidad en los medios del régimen, desapareció de la noche a la mañana. Hoy, sólo 12 años después, nadie los compra, nadie los lee, nadie conoce siquiera sus nombres, no ya su obra. Ellos sólo llenaban un hueco que se había creado al imponerse el silencio a los demás. Los escritores de verdad habían sido expulsados de la vida legal y había que rellenar aquello para simular una vida literaria.

P. Dígame algún nombre.

R. No pienso hacerles el honor de citarlos. Pero en un caso no me resisto. Allí estaba un tal Peterka que en 20 años publicó más colecciones de poemas que el propio Seifert en su larga vida y que además tenía todo tipo de cargos y privilegios. Nadie sabe qué ha sido de él, probablemente haya emigrado a China o a América.

P. ¿Qué planes tiene en su vida después del cargo?

R. La verdad es que tengo una inmensa ilusión por volver a escribir, y hay varios libros que tengo en mente. Si Dios me da salud, lo haré. También querría volver a escribir teatro y unas memorias y reflexiones. Pero no quiero caer en el error de inventarme obligaciones para mí mismo. Ante todo, lo que quiero hacer es ser un hombre libre y hacer lo que me dé la gana. Si deseo hacerlo en su momento, lo haré. Me gustaría escribir algo para mi mujer, que ha dejado el teatro por mí, y quiero que vuelva.

P. Habla de Dios. ¿Cree más hoy en Dios que en 1968?

R. En todo caso, creo que el mundo no es un conjunto de casualidades. Si he dicho 'si Dios quiere', quería expresar mi convicción de que la vida de cada uno pende diariamente de un hilo. Y todos los días soy consciente de que la vida es un inmenso regalo.Vaclav Havel no es sólo el presidente checo. Es un escritor, un pensador impenitente, un antiguo disidente al que muchos tacharon de iluso cuando se creía que el comunismo había entrado en la historia para no irse jamás. Y un hombre que cree en la mágica combinación de inteligencia y bondad. Desahuciado varias veces por un cáncer de pulmón, ha pasado unas semanas en Lanzarote invitado por el Rey de España. Allí ha recibido a EL PAÍS para hablar un poco de todo, del pasado, el futuro y la fuerza de la esperanza.

Pregunta. Señor presidente, le queda un año para concluir su mandato. Ha sido usted uno de los grandes protagonistas del final del pasado siglo. Nació en Praga en una familia rica, pronto asistió al despliegue de la barbarie nazi en su ciudad y cuando ésta cayó llegó otra dictadura que duró cuatro décadas. Después ha sido presidente 13 años. ¿Qué siente ahora mirando hacia atrás?

Respuesta. Ha sido un siglo XX lleno de sorpresas, y por ello también de experiencias. Lo que más siento en todo caso es gratitud por haber podido vivir todas estas experiencias, muchas muy duras y dramáticas; poderlas haber vivido como testigo y directo participante y poder haber meditado sobre ellas. Mi vida ha estado llena de sorpresas y paradojas. Por ejemplo, viví como los demás checoslovacos la invasión de nuestro país por el Pacto de Varsovia, pero en 1989 dirigí personalmente, porque Checoslovaquia tenía la presidencia (rotatoria), la disolución de dicho Pacto.

P. Hablando de paradojas. La primera vez que nos vimos, en su casa, junto al río Vltava, acababa de salir de la cárcel y no tardaría en volver a ella. Hoy me recibe en esta espléndida casa de Lanzarote, junto a un mar maravilloso, invitado por el rey Juan Carlos para convalecer de sus problemas pulmonares. Es casi simbólico. ¿Cómo se siente?

R. Desde luego, este lugar es fantástico y excelente para mi muy delicada salud. Hace cinco años me detectaron un cáncer y me operaron, pero desde entonces tengo unas bronquitis muy graves, y este clima me sienta muy bien. Gracias al Rey, es ya la cuarta vez que vengo aquí. Le estoy muy agradecido. Ya antes de conocerlo admiraba al Rey de España por su gran papel en la transición española. Conociéndole, mucho más. En cuanto a mi estado, me siento muy cansado, exhausto. Pero quiero terminar este mandato.

P. Sus últimos discursos sugieren que va a utilizar este último año para decirles a los ciudadanos checos todo lo que por consideraciones políticas no ha dicho en años pasados.

R. A mí siempre se me ha acusado en mi país de que me propongo lo imposible. De eso se me acusaba también en mi época de disidente. Se me pedía realismo, que muchas veces es resignación. Es importante desde luego saber distinguir entre el ideal y lo posible. Mire el horizonte en el mar. Parece estar allí fijo, y según nos acercamos vemos que seguimos lejos. Pero es importante avanzar y mantener fija la mirada en ese horizonte. También en las cosas pequeñas que nos proponemos en nuestras vidas.

P. Hace 13 años que cayó el comunismo. ¿Qué balance hace de estos años, lo bueno y lo malo?

R. Lo bueno, básico, es que cayó el régimen totalitario y se instauró la democracia. En cuanto a cosas malas, hay muchas. La verdad es que nosotros ignorábamos el alcance real de los problemas que surgirían. Entre los que mayor daño han hecho está sin duda la transferencia de los bienes, de la propiedad estatal a manos privadas. Este proceso genera grandes tentaciones. Y uno de los peores legados del sistema comunista es la falta de moral. La amoralidad propia de aquel régimen surgió con toda su fuerza cuando comenzó dicho proceso de privatización, y de ahí vienen las conductas mafiosas en general.

P. De propiedades pasemos a responsabilidades. Hubo represores, criminales, cómplices. ¿Cree que se depuraron de forma adecuada?

R. El carácter del sistema totalitario comunista es muy especial y distinto de dictaduras como, por ejemplo, la que había en España. El sistema comunista involucraba en sus redes a todo el mundo y hacía así de alguna forma culpables a todos, y todos acababan teniendo algún grado de responsabilidad. Por supuesto que unos en mayor grado, como (el jefe del Partido Comunista) Jakes, y otros, en mucho menor, como por ejemplo algunos disidentes. Pero todos son responsables en algún grado de lo sucedido. Ninguno de los países poscomunistas ha sabido resolver este problema de sus sociedades. Es cierto que se ha escrito mucho, libros, ensayos, artículos, sobre la culpa, pero el proceso de autorreflexión necesario en las sociedades ha tardado en ponerse en marcha. Aunque ya se está produciendo.

P. Fue perseguido, encarcelado, calumniado, delatado. ¿Ha sentido rencor hacia alguien?

R. No, yo no he sentido rencor hacia nadie nunca, ni siquiera contra aquellos comunistas que me encarcelaban. Yo sabía a qué me exponía. Era perfectamente consciente de los riesgos que asumía con mis acciones. Con mi posición. Lo que sí siento a veces es rabia. Y (riéndose) más desde que, tras la operación, me prohibieron fumar.

P. Hablemos del 11 de septiembre y sus consecuencias. ¿Cuáles son los peligros reales después de lo sucedido?

R. Es algo más profundo de lo que se suele decir. Nos hallamos ante una gente que tiene unas estructuras de valores completamente distintas a las nuestras. Es una cuestión casi metafísica. Si pensamos que son gente que está dispuesta a suicidarse por hacer daño, es algo que aún no entendemos bien. Estamos ante un hito de las civilizaciones que aún no somos capaces de interpretar. Nos faltan aún muchos elementos para poder valorar realmente cuáles son los efectos y derivaciones de lo sucedido. Tendrá que pasar aún tiempo para entender lo que sucede.

P. Desde hace años reúne en Praga a decenas de profesores, pensadores, científicos y filósofos para hablar sobre los grandes retos del ser humano y el mundo, desde la biotecnología a la globalización. ¿Cómo entiende esta última?

R. Globalización es un término muy ambiguo. Yo comprendo perfectamente a aquellos que se reúnen para manifestarse en contra de la globalización. Sobre este fenómeno se ha escrito mucho. Pero desde luego hay en la misma procesos que son muy inquietantes, como la creciente capacidad de corporaciones multinacionales con poder en todo el mundo y cada vez más capaces de imponer sus criterios. Esto genera lógicamente reacciones de las culturas autóctonas que reclaman su presencia. Lo cual no quiere decir que yo aplauda a esos que se manifiestan rompiendo escaparates de McDonalds.

P. ¿Pero cómo evitar que las decisiones políticas en ciertas cuestiones puedan tomarlas compañías como la ahora quebrada Enron, el principal financiador de las campañas del presidente norteamericano George Bush, o cualquier otra, que corresponden a los Gobiernos electos?

R. No estoy muy al tanto de todo el escándalo de Enron porque ha sucedido durante mi convalecencia, y no creo que sea correcto hablar de ello sin conocer los detalles. Ni pienso que lo importante sea un escándalo concreto en algún país. Lo principal yo creo, es ya el saber si el género humano va a ser capaz de buscar soluciones para sobrevivir a los problemas y amenazas que él mismo ha generado. Es la propia ceguera del ser humano, su incapacidad para ser consciente sobre las situaciones que surgirán, digamos en 50 años. Habrá que ver si somos capaces de corregir los daños que hemos infligido, por ejemplo, al medio ambiente. Si el género humano no es capaz de encontrar perspectivas viables de futuro a largo plazo, de pensar para las generaciones venideras, se consumaría su autoaniquilamiento.

P. ¿Qué le ha parecido la obstrucción de Estados Unidos al Convenio de Kioto?

R. Creo que cometemos un grave error cuando caemos en la tentación de culpar de todos nuestros males a Estados Unidos. Produce una hostilidad casi etnicista contra Norteamérica. Y en realidad la cultura norteamericana es una rama de nuestra propia cultura. Si el presidente norteamericano no quiere firmar unos acuerdos de Kioto, que la República Checa sí ha firmado, hay que aceptar al menos que puede tener sus razones. La demonización de Estados Unidos no tiene sentido. Yo no caigo en ella, y por eso se me acusa de no ser lo suficientemente antiamericano. La negativa a firmar Kioto tiene ciertos motivos que anidan en las características de ese país. Siempre ha sido un gran derrochador. Desde la época de la conquista del Oeste ha sido un país excesivo, en sus ranchos, en sus coches, en su consumo de espacio, de gasolina. Están acostumbrados al derroche. Y eso no es culpa de Bush, es resultado de una mentalidad general en el país. La prueba está en que la inmensa mayoría de los norteamericanos lo apoyaron. Y los cambios de estos hábitos siempre son lentos. En todo caso parece al menos poco equilibrada esa tendencia a acusar de todo a Estados Unidos y no prestar atención, por ejemplo, a lo que sucede en China. Todos los días ejecutan a tres personas allí por sus opiniones o fe religiosa. El mundo está lleno de paradojas.

P. Hablemos de Rusia. El presidente Vladímir Putin acaba de cerrar la última televisión independiente. El culto a la personalidad de Putin ha llegado a unos extremos desconocidos desde la muerte de Stalin. Usted conoce bien a los rusos como vecinos. ¿Qué pasa en Rusia?

R. Los problemas de Rusia son muy complejos. Es un país con muchas más dificultades en la evolución y transición que, por ejemplo, la República Checa. Aunque sólo fuera por el hecho de que carecen de toda tradición democrática. El presidente Putin conoce muy bien su país, es una persona con muchas experiencias y además muy astuto. Hay un error que solemos cometer mucho los europeos cuando hablamos de ciertos países, pero sobre todo en el caso de Rusia, y es el de personalizar los problemas. Hablamos de una persona, y no de la sociedad allí existente. Y la población rusa, en gran parte, respalda ciertas formas que Putin representa.

Rusia tiene una sociedad que probablemente necesite muchas décadas para llegar realmente a la democracia. Sus problemas son graves y delicados. Por eso hay que observarlos con mucha comprensión, no con posicionamientos de blanco o negro. Hay que ser conscientes de que el camino hacia la democracia en Rusia va a ser muy largo. En cuanto a los medios de comunicación, más de un político occidental caería en la misma tentación de cerrarlos si pudiera. En todo caso, Rusia tiene ante sí un largo camino antes de ser una democracia como nosotros la entendemos.

P. Hace 15 años la República Checa era una de las dictaduras comunistas más cerradas en Europa; hace 13 usted lideró la democratización, y hoy su país está en el umbral de ingresar en la Unión Europea. ¿Cómo ve el proceso de adhesión?

R. Parece de hecho que ya estamos en la recta final, y precisamente durante la presidencia española se habrán de afrontar las cuestiones clave y esenciales para el ingreso. Después quedarán algunos puntos para la presidencia danesa, pero las básicas se dirimen ahora. Estoy seguro de que el ingreso de la República Checa en la UE repercutirá de una forma muy positiva sobre la sociedad de mi país. Lo que creo y espero es que el nivel de moralidad y ética pública se eleve rápidamente. Espero también que la moral de trabajo y la cultura jurídica. Por supuesto que vamos a tener vientos muy duros que vendrán hacia nosotros desde Europa, pero estoy seguro de que van a ser todos ellos muy beneficiosos para mi país. Exigirán muchos esfuerzos y cambios de mentalidad. Hay mucha gente allí que tiene mucho miedo al ingreso porque tienen miedo a la competencia. Pero va a ser tremendamente beneficioso, porque aumentarán la competencia, la exigencia y la calidad.

P. Señor Havel, hace ya 20 años una funcionaria de la Unión de Escritores en Praga me decía que los autores que habían emigrado habían perdido su calidad literaria por el mero hecho de traicionar al socialismo. Lo decía en referencia sobre todo a Milan Kundera. El disparate es obvio. Pero querría saber cuál es su relación con aquellos que no quisieron o pudieron seguir viviendo bajo el régimen comunista y emigraron. Usted siempre se negó a hacerlo.

R. Yo jamás me atrevería a juzgar a ninguno por su decisión de elegir entre la emigración o la permanencia bajo el régimen. Son decisiones personales. Si me hubiera ido al exilio hablaría mejor otras lenguas y no habría ido a la cárcel. Pero nunca pensé en irme de mi país. En todo caso siempre he rechazado esa idea de que los escritores que habían emigrado eran unos traidores porque es una típica mentira comunista. Respecto a las relaciones entre la literatura del exilio y la interior, la del Samizdat (publicación clandestina), realmente había una perfecta simbiosis. Había conexión continua e identidad de objetivos. Literatura en el exilio y literatura disidente se publicaban mutuamente. Con quienes sí había un enfrentamiento abierto era con la llamada literatura oficial, en su inmensa mayoría producida por escritores mediocres o zafios al servicio del régimen. Nadie ha vuelto a saber de ellos desde que aquél cayó.

P. Pero a veces los regímenes comunistas eran hábiles a la hora de gestionar la publicación de autores no precisamente afectos. Por ejemplo, al premio Nobel Seifert le dejaban publicar unas veces, otras, no; a Hrabal le pasaba otro tanto.

R. Es cierto que el régimen a veces publicaba ciertas cosas de escritores no oficiales. Lo hacía para ser tolerante tanto fuera como dentro del país. Pero lo importante es que la literatura oficial, que se publicaba con inmensas tiradas y publicidad en los medios del régimen, desapareció de la noche a la mañana. Hoy, sólo 12 años después, nadie los compra, nadie los lee, nadie conoce siquiera sus nombres, no ya su obra. Ellos sólo llenaban un hueco que se había creado al imponerse el silencio a los demás. Los escritores de verdad habían sido expulsados de la vida legal y había que rellenar aquello para simular una vida literaria.

P. Dígame algún nombre.

R. No pienso hacerles el honor de citarlos. Pero en un caso no me resisto. Allí estaba un tal Peterka que en 20 años publicó más colecciones de poemas que el propio Seifert en su larga vida y que además tenía todo tipo de cargos y privilegios. Nadie sabe qué ha sido de él, probablemente haya emigrado a China o a América.

P. ¿Qué planes tiene en su vida después del cargo?

R. La verdad es que tengo una inmensa ilusión por volver a escribir, y hay varios libros que tengo en mente. Si Dios me da salud, lo haré. También querría volver a escribir teatro y unas memorias y reflexiones. Pero no quiero caer en el error de inventarme obligaciones para mí mismo. Ante todo, lo que quiero hacer es ser un hombre libre y hacer lo que me dé la gana. Si deseo hacerlo en su momento, lo haré. Me gustaría escribir algo para mi mujer, que ha dejado el teatro por mí, y quiero que vuelva.

P. Habla de Dios. ¿Cree más hoy en Dios que en 1968?

R. En todo caso, creo que el mundo no es un conjunto de casualidades. Si he dicho 'si Dios quiere', quería expresar mi convicción de que la vida de cada uno pende diariamente de un hilo. Y todos los días soy consciente de que la vida es un inmenso regalo.Vaclav Havel no es sólo el presidente checo. Es un escritor, un pensador impenitente, un antiguo disidente al que muchos tacharon de iluso cuando se creía que el comunismo había entrado en la historia para no irse jamás. Y un hombre que cree en la mágica combinación de inteligencia y bondad. Desahuciado varias veces por un cáncer de pulmón, ha pasado unas semanas en Lanzarote invitado por el Rey de España. Allí ha recibido a EL PAÍS para hablar un poco de todo, del pasado, el futuro y la fuerza de la esperanza.

Pregunta. Señor presidente, le queda un año para concluir su mandato. Ha sido usted uno de los grandes protagonistas del final del pasado siglo. Nació en Praga en una familia rica, pronto asistió al despliegue de la barbarie nazi en su ciudad y cuando ésta cayó llegó otra dictadura que duró cuatro décadas. Después ha sido presidente 13 años. ¿Qué siente ahora mirando hacia atrás?

Respuesta. Ha sido un siglo XX lleno de sorpresas, y por ello también de experiencias. Lo que más siento en todo caso es gratitud por haber podido vivir todas estas experiencias, muchas muy duras y dramáticas; poderlas haber vivido como testigo y directo participante y poder haber meditado sobre ellas. Mi vida ha estado llena de sorpresas y paradojas. Por ejemplo, viví como los demás checoslovacos la invasión de nuestro país por el Pacto de Varsovia, pero en 1989 dirigí personalmente, porque Checoslovaquia tenía la presidencia (rotatoria), la disolución de dicho Pacto.

P. Hablando de paradojas. La primera vez que nos vimos, en su casa, junto al río Vltava, acababa de salir de la cárcel y no tardaría en volver a ella. Hoy me recibe en esta espléndida casa de Lanzarote, junto a un mar maravilloso, invitado por el rey Juan Carlos para convalecer de sus problemas pulmonares. Es casi simbólico. ¿Cómo se siente?

R. Desde luego, este lugar es fantástico y excelente para mi muy delicada salud. Hace cinco años me detectaron un cáncer y me operaron, pero desde entonces tengo unas bronquitis muy graves, y este clima me sienta muy bien. Gracias al Rey, es ya la cuarta vez que vengo aquí. Le estoy muy agradecido. Ya antes de conocerlo admiraba al Rey de España por su gran papel en la transición española. Conociéndole, mucho más. En cuanto a mi estado, me siento muy cansado, exhausto. Pero quiero terminar este mandato.

P. Sus últimos discursos sugieren que va a utilizar este último año para decirles a los ciudadanos checos todo lo que por consideraciones políticas no ha dicho en años pasados.

R. A mí siempre se me ha acusado en mi país de que me propongo lo imposible. De eso se me acusaba también en mi época de disidente. Se me pedía realismo, que muchas veces es resignación. Es importante desde luego saber distinguir entre el ideal y lo posible. Mire el horizonte en el mar. Parece estar allí fijo, y según nos acercamos vemos que seguimos lejos. Pero es importante avanzar y mantener fija la mirada en ese horizonte. También en las cosas pequeñas que nos proponemos en nuestras vidas.

P. Hace 13 años que cayó el comunismo. ¿Qué balance hace de estos años, lo bueno y lo malo?

R. Lo bueno, básico, es que cayó el régimen totalitario y se instauró la democracia. En cuanto a cosas malas, hay muchas. La verdad es que nosotros ignorábamos el alcance real de los problemas que surgirían. Entre los que mayor daño han hecho está sin duda la transferencia de los bienes, de la propiedad estatal a manos privadas. Este proceso genera grandes tentaciones. Y uno de los peores legados del sistema comunista es la falta de moral. La amoralidad propia de aquel régimen surgió con toda su fuerza cuando comenzó dicho proceso de privatización, y de ahí vienen las conductas mafiosas en general.

P. De propiedades pasemos a responsabilidades. Hubo represores, criminales, cómplices. ¿Cree que se depuraron de forma adecuada?

R. El carácter del sistema totalitario comunista es muy especial y distinto de dictaduras como, por ejemplo, la que había en España. El sistema comunista involucraba en sus redes a todo el mundo y hacía así de alguna forma culpables a todos, y todos acababan teniendo algún grado de responsabilidad. Por supuesto que unos en mayor grado, como (el jefe del Partido Comunista) Jakes, y otros, en mucho menor, como por ejemplo algunos disidentes. Pero todos son responsables en algún grado de lo sucedido. Ninguno de los países poscomunistas ha sabido resolver este problema de sus sociedades. Es cierto que se ha escrito mucho, libros, ensayos, artículos, sobre la culpa, pero el proceso de autorreflexión necesario en las sociedades ha tardado en ponerse en marcha. Aunque ya se está produciendo.

P. Fue perseguido, encarcelado, calumniado, delatado. ¿Ha sentido rencor hacia alguien?

R. No, yo no he sentido rencor hacia nadie nunca, ni siquiera contra aquellos comunistas que me encarcelaban. Yo sabía a qué me exponía. Era perfectamente consciente de los riesgos que asumía con mis acciones. Con mi posición. Lo que sí siento a veces es rabia. Y (riéndose) más desde que, tras la operación, me prohibieron fumar.

P. Hablemos del 11 de septiembre y sus consecuencias. ¿Cuáles son los peligros reales después de lo sucedido?

R. Es algo más profundo de lo que se suele decir. Nos hallamos ante una gente que tiene unas estructuras de valores completamente distintas a las nuestras. Es una cuestión casi metafísica. Si pensamos que son gente que está dispuesta a suicidarse por hacer daño, es algo que aún no entendemos bien. Estamos ante un hito de las civilizaciones que aún no somos capaces de interpretar. Nos faltan aún muchos elementos para poder valorar realmente cuáles son los efectos y derivaciones de lo sucedido. Tendrá que pasar aún tiempo para entender lo que sucede.

P. Desde hace años reúne en Praga a decenas de profesores, pensadores, científicos y filósofos para hablar sobre los grandes retos del ser humano y el mundo, desde la biotecnología a la globalización. ¿Cómo entiende esta última?

R. Globalización es un término muy ambiguo. Yo comprendo perfectamente a aquellos que se reúnen para manifestarse en contra de la globalización. Sobre este fenómeno se ha escrito mucho. Pero desde luego hay en la misma procesos que son muy inquietantes, como la creciente capacidad de corporaciones multinacionales con poder en todo el mundo y cada vez más capaces de imponer sus criterios. Esto genera lógicamente reacciones de las culturas autóctonas que reclaman su presencia. Lo cual no quiere decir que yo aplauda a esos que se manifiestan rompiendo escaparates de McDonalds.

P. ¿Pero cómo evitar que las decisiones políticas en ciertas cuestiones puedan tomarlas compañías como la ahora quebrada Enron, el principal financiador de las campañas del presidente norteamericano George Bush, o cualquier otra, que corresponden a los Gobiernos electos?

R. No estoy muy al tanto de todo el escándalo de Enron porque ha sucedido durante mi convalecencia, y no creo que sea correcto hablar de ello sin conocer los detalles. Ni pienso que lo importante sea un escándalo concreto en algún país. Lo principal yo creo, es ya el saber si el género humano va a ser capaz de buscar soluciones para sobrevivir a los problemas y amenazas que él mismo ha generado. Es la propia ceguera del ser humano, su incapacidad para ser consciente sobre las situaciones que surgirán, digamos en 50 años. Habrá que ver si somos capaces de corregir los daños que hemos infligido, por ejemplo, al medio ambiente. Si el género humano no es capaz de encontrar perspectivas viables de futuro a largo plazo, de pensar para las generaciones venideras, se consumaría su autoaniquilamiento.

P. ¿Qué le ha parecido la obstrucción de Estados Unidos al Convenio de Kioto?

R. Creo que cometemos un grave error cuando caemos en la tentación de culpar de todos nuestros males a Estados Unidos. Produce una hostilidad casi etnicista contra Norteamérica. Y en realidad la cultura norteamericana es una rama de nuestra propia cultura. Si el presidente norteamericano no quiere firmar unos acuerdos de Kioto, que la República Checa sí ha firmado, hay que aceptar al menos que puede tener sus razones. La demonización de Estados Unidos no tiene sentido. Yo no caigo en ella, y por eso se me acusa de no ser lo suficientemente antiamericano. La negativa a firmar Kioto tiene ciertos motivos que anidan en las características de ese país. Siempre ha sido un gran derrochador. Desde la época de la conquista del Oeste ha sido un país excesivo, en sus ranchos, en sus coches, en su consumo de espacio, de gasolina. Están acostumbrados al derroche. Y eso no es culpa de Bush, es resultado de una mentalidad general en el país. La prueba está en que la inmensa mayoría de los norteamericanos lo apoyaron. Y los cambios de estos hábitos siempre son lentos. En todo caso parece al menos poco equilibrada esa tendencia a acusar de todo a Estados Unidos y no prestar atención, por ejemplo, a lo que sucede en China. Todos los días ejecutan a tres personas allí por sus opiniones o fe religiosa. El mundo está lleno de paradojas.

P. Hablemos de Rusia. El presidente Vladímir Putin acaba de cerrar la última televisión independiente. El culto a la personalidad de Putin ha llegado a unos extremos desconocidos desde la muerte de Stalin. Usted conoce bien a los rusos como vecinos. ¿Qué pasa en Rusia?

R. Los problemas de Rusia son muy complejos. Es un país con muchas más dificultades en la evolución y transición que, por ejemplo, la República Checa. Aunque sólo fuera por el hecho de que carecen de toda tradición democrática. El presidente Putin conoce muy bien su país, es una persona con muchas experiencias y además muy astuto. Hay un error que solemos cometer mucho los europeos cuando hablamos de ciertos países, pero sobre todo en el caso de Rusia, y es el de personalizar los problemas. Hablamos de una persona, y no de la sociedad allí existente. Y la población rusa, en gran parte, respalda ciertas formas que Putin representa.

Rusia tiene una sociedad que probablemente necesite muchas décadas para llegar realmente a la democracia. Sus problemas son graves y delicados. Por eso hay que observarlos con mucha comprensión, no con posicionamientos de blanco o negro. Hay que ser conscientes de que el camino hacia la democracia en Rusia va a ser muy largo. En cuanto a los medios de comunicación, más de un político occidental caería en la misma tentación de cerrarlos si pudiera. En todo caso, Rusia tiene ante sí un largo camino antes de ser una democracia como nosotros la entendemos.

P. Hace 15 años la República Checa era una de las dictaduras comunistas más cerradas en Europa; hace 13 usted lideró la democratización, y hoy su país está en el umbral de ingresar en la Unión Europea. ¿Cómo ve el proceso de adhesión?

R. Parece de hecho que ya estamos en la recta final, y precisamente durante la presidencia española se habrán de afrontar las cuestiones clave y esenciales para el ingreso. Después quedarán algunos puntos para la presidencia danesa, pero las básicas se dirimen ahora. Estoy seguro de que el ingreso de la República Checa en la UE repercutirá de una forma muy positiva sobre la sociedad de mi país. Lo que creo y espero es que el nivel de moralidad y ética pública se eleve rápidamente. Espero también que la moral de trabajo y la cultura jurídica. Por supuesto que vamos a tener vientos muy duros que vendrán hacia nosotros desde Europa, pero estoy seguro de que van a ser todos ellos muy beneficiosos para mi país. Exigirán muchos esfuerzos y cambios de mentalidad. Hay mucha gente allí que tiene mucho miedo al ingreso porque tienen miedo a la competencia. Pero va a ser tremendamente beneficioso, porque aumentarán la competencia, la exigencia y la calidad.

P. Señor Havel, hace ya 20 años una funcionaria de la Unión de Escritores en Praga me decía que los autores que habían emigrado habían perdido su calidad literaria por el mero hecho de traicionar al socialismo. Lo decía en referencia sobre todo a Milan Kundera. El disparate es obvio. Pero querría saber cuál es su relación con aquellos que no quisieron o pudieron seguir viviendo bajo el régimen comunista y emigraron. Usted siempre se negó a hacerlo.

R. Yo jamás me atrevería a juzgar a ninguno por su decisión de elegir entre la emigración o la permanencia bajo el régimen. Son decisiones personales. Si me hubiera ido al exilio hablaría mejor otras lenguas y no habría ido a la cárcel. Pero nunca pensé en irme de mi país. En todo caso siempre he rechazado esa idea de que los escritores que habían emigrado eran unos traidores porque es una típica mentira comunista. Respecto a las relaciones entre la literatura del exilio y la interior, la del Samizdat (publicación clandestina), realmente había una perfecta simbiosis. Había conexión continua e identidad de objetivos. Literatura en el exilio y literatura disidente se publicaban mutuamente. Con quienes sí había un enfrentamiento abierto era con la llamada literatura oficial, en su inmensa mayoría producida por escritores mediocres o zafios al servicio del régimen. Nadie ha vuelto a saber de ellos desde que aquél cayó.

P. Pero a veces los regímenes comunistas eran hábiles a la hora de gestionar la publicación de autores no precisamente afectos. Por ejemplo, al premio Nobel Seifert le dejaban publicar unas veces, otras, no; a Hrabal le pasaba otro tanto.

R. Es cierto que el régimen a veces publicaba ciertas cosas de escritores no oficiales. Lo hacía para ser tolerante tanto fuera como dentro del país. Pero lo importante es que la literatura oficial, que se publicaba con inmensas tiradas y publicidad en los medios del régimen, desapareció de la noche a la mañana. Hoy, sólo 12 años después, nadie los compra, nadie los lee, nadie conoce siquiera sus nombres, no ya su obra. Ellos sólo llenaban un hueco que se había creado al imponerse el silencio a los demás. Los escritores de verdad habían sido expulsados de la vida legal y había que rellenar aquello para simular una vida literaria.

P. Dígame algún nombre.

R. No pienso hacerles el honor de citarlos. Pero en un caso no me resisto. Allí estaba un tal Peterka que en 20 años publicó más colecciones de poemas que el propio Seifert en su larga vida y que además tenía todo tipo de cargos y privilegios. Nadie sabe qué ha sido de él, probablemente haya emigrado a China o a América.

P. ¿Qué planes tiene en su vida después del cargo?

R. La verdad es que tengo una inmensa ilusión por volver a escribir, y hay varios libros que tengo en mente. Si Dios me da salud, lo haré. También querría volver a escribir teatro y unas memorias y reflexiones. Pero no quiero caer en el error de inventarme obligaciones para mí mismo. Ante todo, lo que quiero hacer es ser un hombre libre y hacer lo que me dé la gana. Si deseo hacerlo en su momento, lo haré. Me gustaría escribir algo para mi mujer, que ha dejado el teatro por mí, y quiero que vuelva.

P. Habla de Dios. ¿Cree más hoy en Dios que en 1968?

R. En todo caso, creo que el mundo no es un conjunto de casualidades. Si he dicho 'si Dios quiere', quería expresar mi convicción de que la vida de cada uno pende diariamente de un hilo. Y todos los días soy consciente de que la vida es un inmenso regalo.

El presidente checo, Vaclav Havel, en Arrecife, ante el océano Atlántico.
El presidente checo, Vaclav Havel, en Arrecife, ante el océano Atlántico.J. PORTEEROS / EFE

Un idealista en la corte del soldado Schwejk

SU VIDA ES UN EJEMPLO continuo de integridad y coraje, de firmeza y tranquilidad de espíritu. Pese a las sorpresas que le ha deparado la vida. Nació en una familia de la alta burguesía de Praga en 1936, y a los 13 años se vio de repente degradado al último extremo de la escala social al dar un golpe de Estado el Partido Comunista en Checoslovaquia. Le vetaron el acceso a la universidad y trabajó como asistente de laboratorio, tramoyista y rodando barriles de cerveza. Pero nada pudo impedirle leer sin cesar, y muy pronto escribir teatro, novelas y poesía. En la década de los sesenta ya era el autor checo más leído en el exterior. La invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia lo convirtió en el primer enemigo del régimen. Y en el más perseguido.

En un país en el que la picaresca, la cínica sumisión al poderoso

y la ley del menor esfuerzo se asumían como parte de la épica nacional, tan brillantemente descrita en Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, del escritor praguense Jaroslav Hasek, el escritor Havel se erigió en una irreprimible conciencia de la sociedad checoslovaca, cien veces negada por sus conciudadanos.

Hasta el verano de 1989. Entonces la marea democratizadora llegó también a Praga, los comunistas se vieron pronto contra las cuerdas ante la presión popular en las calles y comenzó a oírse un lema que pronto sería atronador 'Havel, al castillo', en referencia al Hradschin, la fortaleza sede del poder en Praga desde hace más de mil años. El hombre tranquilo que había entrado y salido de la cárcel durante dos décadas se convertía así en referente moral nacional y europeo.

Havel fue nombrado presidente de Checoslovaquia el 29 de diciembre de 1989. Después llegaría la disolución de aquel Estado con la separación de las Repúblicas Checa y Eslovaca. Semanas después, Havel era elegido presidente checo. Le queda un año en el cargo. Causó iras al casarse en segundas nupcias con una actriz ambiciosa, Dagmar. Pero pasará a la historia como el hombre que siempre luchó por la integridad, la libertad y contra la resignación.

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